“Tengo que mirar en cada alma para dirigirlas a un punto que ellas todavía desconocen; de ahí viene la palabra coach, de carro, de vehículo. ¡Yo soy el vehículo!”.
que parecía tímida e insegura fuera del agua y que luego cuando nadaba arrastraba a todo el equipo con una fuerza incontenible, medita sobre la naturaleza de su nueva misión. Ha cumplido 41 años. La luz se filtra entre las hojas de los árboles. Como los santuarios prehistóricos, el templo de la natación artística de España se levanta en un paraje recóndito. La piscina cubierta del último pabellón del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, junto a una cañada poblada de pinos y encinas, es tan familiar para la seleccionadora como su propia casa. Es el lugar que ella ayudó a construir con las cuatro medallas olímpicas que colocaron a España entre las grandes potencias entre 2000 y 2012, y el lugar al que ha regresado después de refundar el equipo de Estados Unidos en un viaje que se inscribe entre las grandes epopeyas de la historia de este deporte y .
“Cuando me llamó en 2018″, recuerda, “la federación de Estados Unidos era una mujer de 70 años diciéndome por teléfono: ‘Mi nombre es Linda Loehndorf, yo soy la federación de natación artística. Estoy trabajando voluntariamente desde mi casa y estoy buscando una entrenadora”.
Andrea Fuentes se instaló en California y comprobó que la cosas estaban más torcidas de lo que imaginaba. Las mejores nadadoras de Estados Unidos no mostraban interés en unirse a una selección tan hundida en el ránking que había dejado de servir como puente de acceso a las becas universitarias, principal atractivo de los deportes olímpicos en un país en el que cada día es más difícil financiarse una carrera. “Nadie quería estar porque había que pagárselo”, recuerda. “No había ni una beca y había que trasladarse a California, pagarse la casa, hacerte tu propia comida… todo sin ninguna ventaja porque eran las 15ª del mundo y tenían que gastarse 3.000 dólares al mes. Y ¿para qué? Entonces dije: ‘Lo único que puedo darles es un sueño, eso no tiene rival. La universidad te dará seguridad, un camino. Pero ¿un sueño? Poca gente te lo puede dar’. Entonces .
“Empezamos a trabajar para estar en los Juegos. Y se hizo difícil. En el primer año hubo un momento en que ellas me dijeron: ‘No queremos entrenar tanto’. Y les dije: ‘Pero si queréis ir a los Juegos hay que entrenar’. Me respondieron: ‘Vale, entonces no queremos ser olímpicas”.
“Me quedé a cuadros”, dice la entrenadora, todavía hoy perpleja ante la gran dimisión. “En mi vida me hubiese imaginado que un deportista de selección me llegaría a decir algo así. Y les pregunté: ‘Vale, entonces, ¿cuál es el objetivo?’ Les di dos horas para encontrarlo. Lo pensaron y me vinieron a ver y dijeron: ‘queremos ser felices”.
El problema la obligó a plantear cuestiones que trascendían la meta del alto rendimiento para indagar en el sentido último de un deporte que se practica en equipos de ocho personas hundidas en piscinas de más de tres metros de profundidad. “¿Qué significa ser felices?”, se preguntó. “Estudié. Leí muchos libros. Uno en especial: de John O’Sullivan. Las reuní y les dije: ‘Construir algo provoca felicidad, construir algo bueno más, y construir algo juntas en equipo más todavía’. Estudié las hormonas, la dopamina, las endorfinas, la oxitocina, todas las hormonas que eliminan cortisol y te hacen sentir mejor. Es lo que sientes cuando dices: ‘Me lo he pasado bien, me quedaría más rato, me siento poderoso’. Son hormonas. ¿Cómo se consigue la oxitocina? La unión entre personas la provoca. La dopamina es la hormona del progreso: la segrego si veo que mejoro, y más en equipo. La serotonina es la hormona del esfuerzo. Los cazadores paleolíticos no podían vivir sin ella. Dije: ‘para ser felices tenemos que crecer juntas.’ Ese fue nuestro eslogan: Crecer y hacer algo que ayude como animal social al de afuera, eso es más satisfactorio que un chute de placer por ganar una medalla. Nos importa un pedo ir a los Juegos. Ese fue el primer paso. Me inventé un sistema de misiones para hacerlo más divertido. Se lo tienen que pasar bien. Esta generación no está dispuesta a sufrir simplemente porque le toca. Me di cuenta de que cuando hacía juegos, mini-competiciones, se esforzaban el triple. Se dejaban la piel. Y de repente fuimos a una competición y ganamos a Francia y a Grecia. Pensamos: si ganamos a Grecia y Francia podemos clasificarnos para los Juegos. Nos dimos cuenta de que estábamos en condiciones de ir a los Juegos sin haberlo pretendido”.
Andrea Fuentes construyó un equipo olímpico sin pretenderlo, como se construyó a sí misma como entrenadora, sin pretenderlo. Desde que era nadadora y su padre, profesor de Filosofía, la animó a estudiar Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona y comenzó a darle vueltas a conceptos que años más tarde le servirían en California como ahora en España. “Mi sistema son cuatro principios”, dice. “Primero autenticidad, esto implica que no puede haber mentiras ni cosas por detrás. Tiene que ser todo agua clara. Para poder ser auténticos no puede haber miedo a que me juzguen. Busco que la autenticidad personal de cada uno se proteja, no que se intente abolir”.
“El segundo principio”, señala, “es el de unión. Gracias a la transparencia y a la autenticidad hay confianza. Si hay secretos, retenciones o juzgamientos no hay unión porque si yo me siento juzgada no tengo seguridad para ser yo misma. Tengo que sentir que esto es como una familia en el sentido de que tengo la seguridad de ser yo misma al cien por cien. Gracias a eso confío en ti, tú confías en mi, y nos vamos a ayudar a ser un equipo más potente y único”.
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Source: elpais.com