Fue un día de julio de 2005. El Sevilla estaba concentrado en Isla Canela para preparar la temporada. Cuando se estaba jugando una pachanga de entrenamiento, Jesús Navas, 19 años entonces, salió corriendo del campo ante la mirada de sus compañeros, se frenó en seco varios metros más adelante y rompió a llorar. No podía seguir, dijo. Le había ocurrido antes en la concentración del equipo juvenil de la selección para el Mundial sub-20: abandonó aquellos entrenamientos “destrozado anímicamente”, se informó entonces, cuando llegó a creerse que se trataba de un problema de salud de uno de sus familiares. Pero al llegar a Sevilla, llamó al club para ofrecerse a jugar con el Sevilla Atlético esas semanas. En 2006, cuando el Sevilla volvió a Isla Canela, en Huelva, para hacer la pretemporada, Navas no dormía allí: su padre le llevaba cada día para que entrenase con sus compañeros y pudiese dormir en casa.
Si en 2006 le susurran a alguien que ese chico que rompía a llorar se iba a ir del fútbol, emocionado por supuesto, acaparando las miradas admiradas de medio mundo y ovacionado por un estadio rival, el Santiago Bernabéu, con la camiseta del equipo de su vida, el Sevilla, y a los 39 años después de ganar una Premier League y dos Copas de Inglaterra con el City, cuatro Europa League, dos Supercopas de España, dos Copas del Rey y una Supercopa de Europa con el Sevilla, y una Copa del Mundo y dos Eurocopas con la selección española, podría dudar. No tanto de Navas como de la selección, bien mirado. Pero si Navas ha sido pieza importante de esa selección, último superviviente de Sudáfrica 2010, y del mejor ciclo histórico del Sevilla, no fue casualidad. Hay en su desparpajo una determinación casi febril que le ha tenido jugando sin parar y a un ritmo frenético en la élite a una edad impensable.
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Source: elpais.com