El 2024 de Amjad, Imán, Samir y Abdallah, atrapados en la guerra de Gaza: “La injusticia no puede durar para siempre”

Los mensajes de voz de Samir Zaqut llegan, como siempre, envueltos en el inconfundible zumbido de los drones israelíes que sobrevuelan la huerta en la que vive con su esposa desde febrero, cerca de Deir el Balah, en el centro de Gaza. “Antes de nada, feliz Navidad”, saluda. Zaqut tenía la costumbre de colocar un árbol con luces y decoraciones en el salón de su casa y cada diciembre, invitaba a sus hermanos, sobrinos y primos a una comida festiva, que duraba horas. Es el segundo año que no respeta esa tradición. “No soy cristiano, pero da igual. Finalmente, Jesús era palestino, ¿no?”, dice. Su voz se escucha templada y animosa. “Si pierdo la esperanza, estoy muerto y, además, dentro de lo que cabe, soy afortunado. En este año, he cambiado de lugar solo en tres ocasiones. Otras personas han tenido que salir huyendo y mudarse 13 o 14 veces. Tengo la suerte de que este terreno es mío y no está en primera línea de la guerra”, cuenta, haciendo balance.

Zaqut es uno de los responsables de la ONG palestina Al Mezan, cuya misión va desde garantizar el derecho a la salud para los enfermos de Gaza, hasta denunciar la violencia contra las mujeres o cuidar de la salud mental de los niños, expuestos al conflicto desde que nacen. Desde octubre de 2023, cuando empezó la guerra en la Franja, sus miembros siguen, pese a las dificultades, redactando informes, haciendo trabajo de campo y manteniendo reuniones con otras ONG palestinas y extranjeras.

“Lucho cada día para seguir trabajando, porque soy víctima, es decir, soy un palestino que necesita ocuparse de que su familia tenga agua, pan y seguridad, pero también quiero seguir documentando lo que está pasando. Es mi obligación”, agrega Zaqut, contactado por Planeta Futuro durante este año para aportar precisiones sobre desplazamientos masivos, desnutrición infantil o restricción de la entrada de la ayuda humanitaria en la Franja.

Zaqut, Imán (que prefiere no dar su nombre completo), Amjad Tantish y Abdallah Aljazzar han respondido a preguntas idénticas para la elaboración de este reportaje. Una de ellas es sobre lo que añoran. “A mis dos hijas y a mi hijo, a los que hace casi un año que no vemos, desde que salieron de Gaza. Les echo profundamente de menos, pero por ahora, tiene que ser así”, responde Zaqut. “A mi hermano muerto… y también fumar un cigarrillo para relajarme”, afirma sin dudar Aljazzar. “El sabor de la carne y el pescado y la persona que yo era”, dice Imán.

Al menos 45.000 palestinos han muerto violentamente en esta guerra, según cifras oficiales del ministerio de Salud de Gaza, controlado por el movimiento islamista Hamás. En Israel, más de 1.200 personas murieron en los ataques perpetrados por milicianos palestinos el 7 de octubre de 2023 y más de 250 fueron tomadas como rehenes, de las que un centenar siguen aún en Gaza.

Resignado ante la idea de no poder retornar al norte de la Franja, aunque hubiera un alto el fuego hoy, Tantish ha empezado a cultivar un pequeño huerto cerca de su tienda de campaña, con la esperanza de poder recoger alguna verdura en primavera.

“Yo sí intentaría volver a mi casa”, apunta Zaqut. “Aunque sea para estar entre ruinas, pero serán las nuestras y estaremos con nuestros vecinos y con nuestros amigos de nuevo. Hay gente que ya está intentando regresar hacia al norte, aunque no haya alto el fuego, y muchos han perdido la vida en el intento”, lamenta.

Su casa en la ciudad de Gaza está parcialmente destruida y desde la miseria de su tienda de campaña en el centro de la Franja no se atreve a soñar con reconstruirla. “Ha habido tanto dolor y tanta miseria este año….”, suspira. “Echo de menos hacer deporte, echo de menos Gaza como era antes, también caminar al borde del mar con mis amigos. Echo de menos la persona que yo era”, piensa en voz alta.

Tantish echa la vista atrás y también se le amontonan los recuerdos dolorosos desde hace un año: La muerte de su madre por falta de atención médica, la precipitada huida de la familia del norte de Jan Yunis, un área que era considerada segura, pero que fue atacada por Israel, o la pérdida de vecinos, amigos y de muchos de sus estudiantes. Este gazatí fue uno de los protagonistas de un reportaje de Planeta Futuro publicado en mayo sobre el destino del equipo de natación de Gaza, del que era entrenador. “Sigo en contacto con la mayoría de los chicos. Desde mayo, otro miembro del equipo murió, debido a la hepatitis C que contrajo y para la que no pudo recibir los cuidados médicos necesarios”, lamenta.

“El sentimiento que me queda en este final de año es la pérdida. Pérdida de todo y de todos. Pero no renuncio a tener esperanza, porque la injusticia no puede durar para siempre. Espero que el mundo no lo tolere”, añade Tantish.

Desde hace un año, Aljazzar solo piensa en marcharse. Para ello lanzó una campaña de micromecenazgo con el fin de reunir los fondos suficientes y buscó un centro educativo en el que seguir estudiando, tras haberse licenciado en Literatura Inglesa en la universidad Al Azhar de Gaza, hoy convertida en una montaña de escombros. Este joven de 24 años solo espera que el paso de Rafah, en la frontera con Egipto, cerrado desde mayo, reabra pronto para poder viajar a Estados Unidos, donde finalmente ha obtenido una beca. “Es la única razón para seguir adelante”, asegura.

Por ahora, malvive en una tienda de campaña en el sur de la Franja junto a 20 miembros de su familia. Su hermano y su primo murieron en esta guerra, además de amigos, vecinos y parientes más lejanos. “2024 ha consistido en aprender mientras lo perdíamos todo”, dice, amargamente. “Hace un año estaba en casa de mi abuela, en Rafah, porque tuve que salir corriendo de mi apartamento, en el este de la ciudad. Ambos fueron destruidos. Hace un año, también tuve que aceptar que no vería nunca más a mi hermano”, agrega.

Aljazzar protagonizó un artículo de Planeta Futuro en septiembre, cuando logró comprar dos baterías nuevas para que una precaria instalación que había puesto en marcha gracias a paneles solares funcionara de nuevo y se pudieran cargar gratuitamente decenas de móviles de desplazados en el campo. “Las baterías siguen funcionando, ahora las uso sobre todo para bombear agua y traerla hasta tanques situados cerca las tiendas de campaña”, explica. Gracias a ese sistema, varias familias pueden disponer de agua sin desplazarse.

“Termino este año teniendo otra vida, una vida muy dura que me he visto obligado a aceptar, aunque no me guste, y en la que yo no he elegido nada: ni la comida que como, ni el agua que bebo, ni el frío que paso, ni el hacinamiento que sufro”, concluye.

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