Putin cumple 25 años al mando de Rusia con la guerra en Ucrania y el autoritarismo interno en el punto álgido

Putin era una figura desconocida cuando Yeltsin lo nombró meses antes primer ministro. Fue en agosto de 1999. La ofensiva que emprendió un mes después contra Chechenia disparó su popularidad. El motivo de la guerra fueron que pararon cuando la policía local de Riazán descubrió otro sótano con explosivos que, a la postre, eran del Servicio Federal de Seguridad (FSB). Nikolái Patrúshev, jefe de la inteligencia rusa entonces y estrecho asesor de Putin hasta hoy, dijo que “era un entrenamiento”. El incidente nunca pudo ser investigado por el Parlamento.

Esta transformación contó durante muchos años con la complicidad de Occidente. El primer decreto que firmó Putin al llegar al poder impedía juzgar a Borís Yeltsin y su entorno, al que se aplicaba el sobrenombre de La Familia.

El siguiente paso fue censurar un chiste. El Kremlin presionó hasta retirar los guiñoles rusos (Kuklí) del canal NTV, del opositor Vladímir Gusinski. Putin era caracterizado como El Pequeño Zaches, un duende malvado que por arte de magia le parecía un joven hermoso al pueblo. y NTV, en manos de Gazprom, el gigante gasista del Kremlin.

Un cuarto de siglo después, la represión interna del régimen ha superado la mano dura de cualquier líder soviético posterior a Stalin. El medio independiente Proekt ha identificado al menos 11.442 personas juzgadas bajo casos penales y 116.000 bajo procedimientos administrativos por exponer sus opiniones o participar en manifestaciones en la penúltima legislatura de Putin (2018-2023). De estos, 5.613 ciudadanos fueron juzgados por “extremismo” o “desacreditar a las autoridades” frente a los 3.234 casos similares registrados en la URSS de 1962 a 1985 con autócratas como Leonid Brezhnev y Yuri Andrópov.

“Nuestra anterior generación de políticos destruyó su propio país con la esperanza de que Rusia se convirtiese en parte del llamado mundo civilizado”, afirmó Putin hace un par de semanas. Pero la élite del putinismo la conforman antiguos miembros del buró de Yeltsin.

Putin dirigió el FSB en 1998; Serguéi Kiriyenko, hoy responsable de los entresijos de la Administración, era primer ministro cuando estalló la dramática crisis del rublo de 1998; el exministro de Defensa Serguéi Shoigú aupó a Putin en sus primeras elecciones gracias a su popularidad como ministro de Emergencias; y el arquitecto de la diplomacia exterior rusa en el siglo XXI, Serguéi Lavrov, fue el representante permanente de Rusia ante la ONU en los noventa.

El director del think tank Riddle, Antón Barbashin, enfatiza por teléfono el 24 de septiembre de 2011 como un hito muy importante en la era de Putin. Fue el día que el presidente Dmitri Medvédev anunció la nominación de nuevo de Putin tras haber rotado ambos una legislatura para sortear el límite constitucional de dos mandatos.

“Aquella intervención fue muy popular en Rusia, fue percibida como la vuelta de nuestra palabra soberana al escenario internacional”, apunta Intigam.

Aquella reforma constitucional despejó el camino para que Putin pueda seguir siendo presidente hasta 2036 si quiere.

De hecho, la opinión de los rusos es muy voluble: otro sondeo de 2021, previo a la guerra, reflejaba que un 55% del país consideraba que las relaciones con Ucrania eran buenas y solo un 31% pensaba que eran malas.

El Kremlin trata de evitar una nueva movilización forzosa a toda costa porque rompería el pacto social actual: nadie va al frente salvo por dinero o voluntad propia, pero a cambio debe mostrar una lealtad absoluta a las autoridades. Pero la guerra se alarga.

“No se deben poner más trabas con medidas que consoliden aún más la mayoría conformista en torno a Putin”, enfatiza Kolésnikov.

Mamédov comparte que el apoyo a Putin “es amplio, pero al mismo tiempo puede ser frágil si se basa en el simple conformismo y la lealtad a quien está en el poder”, y opina que el putinismo no ha logrado consolidarse como ideología. “No ha logrado crear una imagen del futuro. En lugar de actuar para alcanzar algunos objetivos en el futuro —como se hizo con el comunismo, por ejemplo—, el putinismo argumenta las políticas actuales con el pasado, la nostalgia y los traumas históricos”.

El filósofo Zygmunt Bauman escribió sobre la llamada retropía, la ensoñación de un Estado futuro ideal con la nostalgia de un pasado irreal. Toda la retórica del putinismo gira en torno a la gloria imperial pasada y “la defensa de los valores tradicionales” frente al “decadente” Occidente liberal. Putin, que tildó la desaparición de la URSS como “la mayor tragedia del siglo XX”, caracteriza a Rusia como un “Estado-civilización”.

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