Guerra fratricida en Yenín entre las fuerzas de la Autoridad Palestina y una alianza de milicias

El campamento de Yenín, habitado por unas 23.000 personas, se creó como tantos otros en Cisjordania y Gaza a partir de 1948, tras la Nakba (catástrofe), como se conoce el exilio al que se vieron forzados centenares de miles de palestinos con la fundación del Estado de Israel, y que con el paso de las décadas suma casi seis millones de desplazados. Ahora, el lugar está sembrado con 150 minas antipersona, según el Gobierno palestino. Conforme el coche avanza hacia la zona de enfrentamientos aparecen los llamados erizos de hierro, un obstáculo de defensa antitanque formado por barras angulares. Es sábado por la tarde y se oyen tiros cercanos. En una calle hay apostados unos 15 milicianos, todos armados con fusiles M-16. Bromean entre ellos, sin preocuparse de los disparos.

Quais, de 33 años (no da su apellido), es el líder. No quiere fotos, ni que se le hagan a nadie del grupo, ni siquiera de espaldas. Él y todos a su alrededor, una decena de combatientes, lucen barba y están armados. También hay adolescentes imberbes con fusiles. Una mujer y un hombre palestinos, con chalecos antibalas de prensa, tienen permiso para grabar. Los milicianos colocan las armas en el suelo y comienzan a rezar. Los otros filman la escena de tal forma que se vean claramente los fusiles. A los cinco minutos, cada uno retoma su arma.

Desde el pasado 15 de diciembre, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que gobierna en algunas zonas de la Cisjordania ocupada por Israel, pretende desarmar a lo que ellos llaman “proscritos”, “fuera de la ley”, “delincuentes”, “criminales”. El resultado, hasta el momento, es que han muerto seis soldados de la ANP, cuatro milicianos y tres civiles. Una de las víctimas es la estudiante de periodismo Shaza al Sabbagh, de 21 años, muy activa en redes sociales, y partidaria de los milicianos. Al Sabbagh fue alcanzada en la cabeza el 28 de diciembre por un disparo cuando se encontraba con su madre en el campamento de Yenín. Nadie se responsabiliza de su muerte. Otra víctima es un joven que iba desarmado en su moto. El vídeo está circulando en las redes sociales. En este último caso, la ANP sí que asume el “error”.

Más de una hora y media en coche hacia al sur, en Ramala, capital administrativa de Cisjordania, en su despacho de la Inteligencia General Palestina, el portavoz de las fuerzas de seguridad, el general de brigada Anuar Rajab, ofrece su versión: “La estrategia de Israel, sobre todo desde el 7 de octubre, es debilitar a la ANP. Los ministros ultras pretenden cambiar la demografía de Cisjordania. Para ello intentan demostrar que nosotros no podemos controlar a estos grupos de delincuentes, que están financiados por Irán. Sabemos incluso cuánto les pagan a muchos de ellos. También cuentan con el apoyo de las redes sociales de Hamás, de la Yihad Islámica y, sobre todo, de [el canal catarí] Al Jazeera”.

La semana pasada, el Gobierno palestino prohibió la difusión en Cisjordania de las emisiones de Al Jazeera, tras su cobertura de los enfrentamientos en el campamento de Yenín, acusándoles de “impulsar la sedición”. Quais y los suyos, sin embargo, dicen estar encantados con esa cobertura. La oficina que la cadena tiene en Ramala ya fue asaltada y cerrada en mayo por tropas israelíes.

El miliciano nunca ha creído en las autoridades palestinas. Sobre el líder palestino Yasir Arafat, que falleció en 2004, dice que cometió un gran error firmando los acuerdos de Oslo —de donde partió la creación de las fuerzas de seguridad palestinas y su coordinación con las israelíes, y la división de Cisjordania en tres zonas: una, las ciudades, bajo control administrativo y de seguridad de la ANP; otra, mixta, en sus alrededores; y la más amplia (más del 60% del territorio), bajo control pleno israelí—. “Esos acuerdos nos mataron”, dice Quais. Respecto al actual presidente palestino, Mahmud Abbas, de 89 años, dice que “ya ha expirado”, que no pinta nada.

En una calle aledaña, Murad Sadi, un vecino de 48 años, comenta que el campamento está rodeado por las fuerzas de la ANP. “No hay colegio para los niños, ni rezos en la mezquita. La comida no viene… Solo queremos que los soldados del Gobierno se vayan y nos dejen en paz”.

A cinco minutos del campamento se encuentra, en la casa de un familiar, Um Mutasim al Sabbagh [usa el nombre en árabe que significa que es la progenitora de Mutasim], de 52 años, madre de la estudiante de periodismo asesinada el 28 de diciembre. Dice que lo que más le duele es que se encontraba junto a su hija y que no pudo hacer nada por ella. “Salimos a comprar en una tienda que está enfrente de nuestra casa. Eran las once de la noche. Mi hija llevaba un bebé de un año en sus brazos, de un pariente, y un niño de dos años de la mano. La bala le entró por debajo de la oreja y le atravesó toda la cabeza. Cuando la vi estaba en el suelo, con el bebé aún sobre ella. Grité y me siguieron disparando, me tuve que meter en mi casa con el bebé. Yo no puedo acusar a nadie, pero desde el ángulo en que le dispararon solo estaban las fuerzas de la ANP. Un par de días antes mi hija había colocado en sus redes sociales la foto de dos mártires. La ANP le pidió que las quitase. Ella no solo no las quitó, sino que escribió que le habían pedido borrarlas”.

El portavoz militar Rajab asegura que la bala que mató a Al Sabbagh era de un fusil M-16, de fabricación israelí, como los que usan los “proscritos”. Sin embargo, Quais asegura que todo el mundo sabe en Yenín que la mató la ANP.

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