Nicolás Maduro Moros se ha proclamado este viernes presidente de Venezuela sin haber rebatido las pruebas de que cometió un fraude en las elecciones, presentadas por la oposición y los observadores internacionales. “Esta toma de posesión no la pudieron impedir”, dijo con la banda presidencial cruzándole el pecho. En un momento dado, se burló de su contrincante en las urnas, Edmundo González, el opositor que, de acuerdo al cotejo imparcial de las actas, venció en las urnas claramente a Maduro. “Estoy esperando a que llegue, estoy nervioso”, dijo entre las risas de los presentes en el evento. Edmundo González no entró en Venezuela como había anunciado en la víspera. El chavismo activó el sistema de defensa aérea, por lo que el avión en el que pretendía ingresar iba a ser derribado. “Le he pedido que no lo haga porque su integridad es fundamental para la derrota final del régimen y la transición democrática”, explicó María Corina Machado, la líder de la oposición.
Pasadas las diez de la mañana en Caracas, Maduro llegó al recinto de la Asamblea Nacional de la mano de su esposa, Cilia Flores, a la que conoció durante las visitas a la cárcel que ambos le hacían a Hugo Chávez, encarcelado por un intento de golpe de Estado a principios de los años noventa. Una alfombra roja les esperaba para acceder al edificio. La pequeña sala, decorada con retratos al óleo de personajes ilustres, estaba repleta. Destacaba la presencia de Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, los presidentes de Nicaragua y Cuba. Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea y hombre para todo de Maduro, fue el encargado de oficiar el acto.
La cúpula chavista, desde la misma noche del 28 de julio, cuando empezaron a llegar al Consejo Nacional Electoral (CNE) las actas con los resultados, se encerró en sí misma y no se dejó permear por las voces más moderadas dentro del movimiento que señalaban que ir a la oposición no sería el final ni una claudicación. Solo una manera de normalizar la vida política local, reagruparse y regresar al poder. Jóvenes como Nicolás Maduro Guerra, el hijo del presidente, abogaban por este camino, como contó en una entrevista a EL PAÍS.
Las declaraciones que hizo le valieron la crítica mordaz del número dos del chavismo, Diosdado Cabello, con tanto poder como para regañar en público al único hijo de Maduro. Los viejos, los que habían conocido bien al comandante, se encastillaron en que aceptar una derrota era traicionar a Chávez, escupir en su legado. En virtud a esa “lealtad emocional” a la revolución bolivariana se posesionó Maduro sin pruebas de haber recibido la aprobación de la mayoría de los venezolanos.
El presidente llevaba una semana presentando programas de televisión en directo, igual que Cabello. En eso han seguido al pie de la letra a Chávez, que en uno de sus últimos años de vida estuvo al aire más de 1.000 horas. Ahí ha cargado contra todo y contra todos. La posesión fue el escenario ideal para seguir en esa línea. Acusó a sus enemigos de tratar la juramentación “en una guerra mundial”. “Digan lo que digan, no la pudieron impedir. Es una gran victoria de la gente que quiere paz”.
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Source: elpais.com