El presidente, que con su marcha de la Casa Blanca cierra una carrera política de más de medio siglo centrada en las relaciones internacionales durante su etapa como senador, y que se ufana de conocer personalmente a buena parte de los líderes globales desde hace años, defendió su política internacionalista de reforzar alianzas y crear otras nuevas como el mejor modo de apuntalar el liderazgo de Estados Unidos.
Durante su mandato, Biden ha sido un firme aliado de Kiev, a la que Estados Unidos ha enviado cerca de 183.000 millones de dólares en asistencia militar desde el comienzo de la invasión. Frente al creciente escepticismo entre la oposición republicana —y su líder Trump, que aseguraba que una vez llegase al poder pondría fin al conflicto en 24 horas— sobre la utilidad de esa ayuda, el demócrata reiteraba una y otra vez que Washington entregaría a Ucrania todo lo que necesitase, durante el tiempo que lo necesitase. Su argumento, entonces y ahora, ha sido siempre que la derrota de Ucrania envalentonaría al presidente ruso, Vladímir Putin, y pondría en peligro otros territorios europeos, y con ellos, la seguridad nacional de Estados Unidos.
Pese a la enorme inversión, y a haber ido concediendo con más o menos entusiasmo las peticiones de armamento que llegaban de Kiev —tanques Abrams, sistemas de defensa ATACMS, cazas F-16— la guerra permanece estancada, , y no parece que el conflicto esté próximo a una conclusión o esté en marcha ningún plan para lograr la paz de manera inminente.
La guerra en Gaza ha sido el otro gran punto de inflexión en su política exterior. Desde el primer momento el presidente estadounidense, que se define a sí mismo como “sionista”, apoyó a Israel de manera decidida con el envío de miles de millones de dólares en armamento. Mientras las negociaciones para un acuerdo de alto el fuego e intercambio de rehenes han recibido un nuevo impulso, y la Casa Blanca vuelve a expresar su optimismo por la posibilidad de un pacto inminente entre Israel y Hamás, Estados Unidos había anunciado recientemente una nueva transferencia de armamento a su país aliado por valor de 8.000 millones de dólares.
Ese apoyo incondicional, y su rechazo a utilizar la ayuda militar como herramienta de presión, puede haber jugado un papel fundamental en la derrota demócrata en las elecciones de noviembre, al enemistar al presidente con la comunidad árabe estadounidense -muy numerosa en el Estado bisagra de Míchigan- y ganarle las críticas del ala progresista de su partido.
Si Gaza le ha valido críticas, también le llovieron por su gestión de la retirada de Afganistán. A su llegada a la Casa Blanca, prometió terminar esa guerra, uno de los “conflictos interminables” arrastrados desde la era de George W Bush, y aseguró que las fuerzas afganas resistirían al empuje talibán. No fue así: la rapidez del avance del grupo fundamentalista tomó por sorpresa a Washington, que evacuó a toda prisa a 125.000 personas en medio de un caos que incluyó un ataque suicida en el que murieron decenas de afganos y trece soldados estadounidenses en el aeropuerto de Kabul. Muchas afganos aliados de Estados Unidos quedaron atrás. Las mujeres afganas quedaron privadas de los derechos más básicos.
Pero Biden recordó ayer: “Soy el primer presidente en décadas que no entrega a su sucesor la resposabilidad de una guerra en Afganistán”. “Acabar la guerra allí era algo necesario, y creo que la historia me dará la razón”, se defendió.
Acerca de China, Biden ha acabado desarrollando una política similar a la de Trump, que lanzó una guerra comercial con Pekín. El demócrata ha mantenido los aranceles que impuso su predecesor, y una visión en la que el gigante asiático no solo representa un riesgo económico, sino también de seguridad nacional.Este mismo lunes la Casa Blanca anunció nuevas medidas para proteger su industria de semiconductores avanzados y evitar que China pueda tener acceso a ellos. Durante su mandato ha tejido y reforzado una tupida red de alianzas de seguridad en Asia Pacífico, desde el Aukus a acuerdos militares con Japón y Filipinas, pasando por una renovación de la cooperación con Seúl y Tokio.
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Source: elpais.com