El magistral Djokovic niega de nuevo a Alcaraz

La advertencia se cumple: va entrando en Melbourne el fresquillo y baja la temperatura. Y a eso de las nueve y media, empieza a filtrarse el viento en la central y la chica del 408 empieza a tener frío, de modo que tira de jersey, se cruza de brazos para protegerse y, de inmediato, como ella va con su querido Djokovic, estruja el muslo de su chico cada vez que el serbio ajusta mal y la bola roza la línea. “¡Ups!”. “¡Nou!”. A ver si así él entra en calor. Suena el bocinazo de un camión y ella ríe escuchando el debate de graznidos que mantienen las gaviotas en la cubierta, a la altura de lo que está sucediendo abajo. Sobre el cemento, dinamita de la buena. Dos generadores de emoción: un hombre de 37 años que se las sabe todas y un chico de 21 que le aprieta en cada pelotazo.

Transcurre el tema entre dos velocidades opuestas. La impetuosidad y las aceleraciones fascinantes de uno, que tiene prisa por tirar la puerta abajo y completar el trébol de los cuatro grandes, y el ralentí propuesto por el veterano, sabedor de que en la distancia corta probablemente tenga todas las de perder. Enfrente hay una ametralladora. Cuerpos a tierra. ¡Ráfaga! Ataca cada bola Alcaraz como si no hubiera un mañana e intenta imponer ese tenis eléctrico que topa con la sabiduría del druida, que bota y bota la pelota hasta el fin de los días para ver si así atempera la ofensiva, gana algo de tiempo y puede conducir el partido hacia donde él quiere; esto es, al laberinto. Donde la mayoría de los humanos ve simples espacios, él divisa e interpreta lo insospechado.

Araña el break de entrada, pero el murciano no está por la labor de competir por esos derroteros y afina la embestida para replicar. Más risas de la mujer, incrédula con ese supersónico revés paralelo que corta el viento, y más rojo va poniéndose cada vez ese muslo, porque Alcaraz viene como un toro bravo y al serbio empieza a costarle contenerle. Es un Tyson versus Ali. Dale que dale los dos. Cada uno a su manera, con su estilo, planes distintos; tira un trallazo tras otro el español, poderosísimo el mazo, y boquea el de Belgrado como si se le hubiera agotado ya la botella de oxígeno y fuera a caer rendido. No ha terminado el primer set. Intercambian golpes, Djokovic encaja una segunda rotura y se marcha al vestuario para que le venden el muslo izquierdo. “La medicación ha ayudado”, dirá después; “empecé a moverme mejor, no me molestaba al final”.

Ha debido de ser aquel apoyo forzado en la red. A partir de ahí, en sus andares se percibe una cojera. No va a por las bolas. “¡Hazle correr!”. “¡Atácale, atácale!”. “¡Un ace, Carlitos!”. Y Alcaraz sella el primer set, pero empieza de nuevo el segundo a remolque. Si a Djokovic le das una falange, él te coge el cuerpo entero. Y el quinto juego es un infierno para el murciano, que se mosquea con la jueza y trata de sacarlo adelante variando alturas y alternando ritmos, tirando de chistera; ahí va la dejada también, porque todo y más hace falta para rendir al balcánico, sea cual sea el marco o la situación. Nunca le ha ganado en dura y el reto es más que suculento, pero el respeto es máximo, que atrás quedan esas lágrimas olímpicas y el monstruo puede despertar en cualquier instante.

Abrigan los suyos al serbio, los leales: “¡No-le, i-de-mo!”. Las gaviotas, dueñas del lugar, siguen de fiesta y la pobre recogepelotas no puede aguantar el vómito; esta segunda manga va tiñéndose del rojo, azul y blanco de las banderas que abundan en las tribunas. Melbourne, regazo para todos. Jalean hoy los serbios. Y Djokovic a lo suyo, que algo sabe de esto, enfriando el partido y adjudicándose un set que poco antes pintaba de otra manera muy diferente. Maldita sea, viene a decir Alcaraz, consciente de que ha podido meterse en un lío monumental porque cada palmo concedido al de enfrente es una inyección de veneno que se expande por sus venas. Nole, La Mamba, ha igualado y lee como nadie: duda el chaval, luego a por él. Ey, Carlos, ponte a pensar.

Tensión y más tensión. Y en esas, hay uno que tiene todas las de ganar. “¡Por favor, ya está! ¡Ya está!”, se cabrea el español con el deambular de alguien en el fondo. Antes ha recibido una amonestación por la demora con el saque y el viejo chacal continúa esparciendo trampas por toda la pista, amenazando con el break en la tercera manga y, tal vez, asestando un bocado letal. Estaba muerto, sí. Pero aquí está, cómo no. Vivito y coleando. Djokovic ejerciendo de Djokovic. En términos de competir, nadie como él, maestro del cubo de Rubik; gira y gira los partidos hasta que el adversario termina perdiendo el sentido. Se ensucia el juego de Alcaraz, que va salvando a duras penas su servicio hasta que la cuerda definitivamente se rompe: “¡Lo sabíaaaaaa!”.

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