Fue una de las primeras medidas adoptadas por Donald Trump tras tomar por segunda vez posesión del Despacho Oval horas después de jurar el cargo en Washington, en el mismo Capitolio que miles de sus simpatizantes atacaron al final de su primer mandato. El nuevo presidente de Estados Unidos firmó este lunes una orden ejecutiva por la que indulta a unos 1.500 condenados o procesados por participar en el asalto al Congreso del 6 de enero de 2021. También conmutó las penas de 14 reos que estaban en prisión por los delitos más graves cometidos aquel día, una de las jornadas más negras de la historia reciente de la democracia en Estados Unidos. Con sus matices, el efecto de la conmutación de pena es similar en el sistema estadounidense al del indulto: todos quedarán libres.
La noticia no fue una sorpresa para nadie; Trump llevaba meses avisando de que lo haría según tomara posesión por segunda vez como presidente de Estados Unidos. Durante la campaña que lo devolvió a la Casa Blanca, definió aquel desabrido día de enero en la capital como un “acto de paz y amor”.
Lo que sucedió en realidad puede resumirse así: miles de sus seguidores marcharon hacia el Congreso al final de un mitin del aún presidente en el que incitó a las masas a la insurrección. Asaltaron por la fuerza el Capitolio, atacaron violentamente a las fuerzas de seguridad y profanaron la institución de todas las maneras posibles en un ataque que duró varias horas, mientras Trump, que les había metido en la cabeza el bulo de que le habían robado las elecciones, lo seguía todo por televisión. La algarada causó la muerte por disparos de la policía de una manifestante (Ashli Babbitt) y dejó otros cuatro fallecidos en las horas siguientes al incidente, además de heridas a unos 140 agentes que estaban protegiendo la ceremonia de la transferencia pacífica del poder presidencial.
Al final de una jornada en la que no cabían ya más sorpresas en Washington, el gentío, ataviado con gorras rojas y ondeando banderas estadounidenses, estaba apostado el lunes a 10 grados bajo cero frente a la puerta del correccional. E hizo lo que acostumbra a hacer cada noche: escuchar música patriótica, tratar con la prensa y hablar con un móvil conectado a un altavoz con algunos de los que están al otro lado de los muros. En un rincón, estaban los padres de Daniel Ball, que habían conducido 14 horas desde Florida con una esperanza que se cumplió cuando Sherri Hafner, una mujer jubilada de Ohio que se ha hecho un nombre en la comunidad de los presos del 6 de enero por ejercer de maestra de ceremonias y retransmitir estas vigilias, dijo por el megáfono que el muchacho, de 38 años, estaba listo, según su abogado, para abandonar la prisión.
“Trump dijo que lo haría, que nos liberaría, y ha cumplido su promesa; es un hombre de palabra. ¡Qué orgullo tener un presidente tan valiente!”, al que un juez halló culpable de cinco delitos. Cuando colgaron el teléfono para no ocupar la línea, no fuera a ser que llamaran los abogados con más buenas noticias, Brandon Fellows, otro habitual de las vigilias, contó que había cumplido tres años de condena y que las condiciones en la cárcel del otro lado de la calle eran “inhumanas”.
Después, escucharon ese clásico que escribió Kris Kristofferson y que, en la voz de Janis Joplin, advierte de que “la libertad no es sino otra manera de decir que no tienes nada que perder”, antes de que un tipo llegara con un megáfono de juguete a provocar a los presentes. ”¡Es antifa!”, gritó un hombre barbudo. Total: la policía tuvo que venir a sacar al alborotador de allí. A las nueve en punto, como cada noche desde hace casi mil, todos, dentro y fuera, cantaron el himno estadounidense.
Los indultos de este lunes ponen fin a la macrocausa del 6 de enero, la “más importante en la que se ha embarcado en su historia el Departamento de Justicia”, según la describió el recién cesado fiscal general, Merrick Garland. Los centenares de detenidos y acusados por delitos federales (18 de ellos, por conspiración sediciosa) acabaron ante un tribunal de la ciudad Washington que durante los últimos cuatro años se atascó en la resolución de esos procesos. De los cerca de 650 envidados a prisión (con penas que van desde unos días a los 22 años de Tarrio), una treintena cumplía condena en el mismo módulo de esta cárcel con vistas al río Anacostia, en un ala que bautizaron como “de la libertad”.
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Source: elpais.com