Caroline Darian, hija de Dominique Pelicot: “Es un criminal peligroso y morirá con sus mentiras en la cárcel”

Los mayores traumas suelen ir acompañados de recuerdos banales. El día que supo que los últimos 42 años de su vida no tenían ningún sentido, Caroline Darian se fijó en el destello de la luz blanca del reloj del horno de la cocina. Marcaba las 20.25, era lunes, 2 de noviembre de 2020, y la voz de su madre al otro lado del teléfono partió su vida en dos mitades. La policía había detenido a su padre, Dominique Pelicot, un jubilado de 68 años, y estaba en prisión. Habían encontrado en su casa decenas de miles de fotografías, vídeos y conversaciones que probaban que durante, al menos, diez años había drogado a su esposa sistemáticamente para que desconocidos a quienes reclutaba en una web de citas acudiesen a su domicilio a violarla mientras él lo grababa. Lo peor, o lo mejor, es que estaba todo documentado. Y, sobre todo, que ya no habría posibilidad de integrar su vida anterior con lo que comenzaría a ocurrir entonces. “Nadie mide el valor de lo banal hasta que lo pierde”, escribió al comienzo de Y dejé de llamarte papá (, 2025), el libro en el que contó el proceso de asimilación de esta historia en los años que precedieron al juicio.

Gisèle, una mujer de 72 años con una dignidad inquebrantable, es ya símbolo del feminismo y de la lucha contra la llamada cultura de la violación. Pero el juicio Pelicot era también la espeluznante crónica de una familia de clase media rota por un descubrimiento que impactó en una casa corriente como si fuera una bomba atómica. Arrasó con todo. Tres hijos, varios nietos, amigos. Y, sobre todo, desató la la desesperación de su única hija, que aparecía semidesnuda y aparentemente drogada en las fotografías halladas por la policía, pero que nunca sabrá si su padre la violó a ella también y la ofreció a otros hombres. Aunque, en realidad, no tenga casi ninguna duda.

P. ¿Cómo se encuentra?

R. Sigo adelante. Estoy comprometida con todas las víctimas invisibles en Francia, porque el juicio no es el final, es solo una etapa. Todavía queda mucho por hacer.

P. ¿Quedó satisfecha con el veredicto del juicio?

R. No, en absoluto. Respecto al principal acusado, los 20 años de prisión eran lo mínimo, pero las penas para los otros fueron muy bajas, muy lejos de lo que pedía la fiscalía. ¿10 años? Considerando la violencia de los hechos que sufrió mi madre, es indignante. Esa gente negaba el estado de inconsciencia de Gisèle. Es una aberración. Y encima 17 de ellos han apelado.

P. ¿El juicio tuvo algún efecto reparador para usted?

R. Entendí que no podía esperar nada de Dominique. Es un criminal peligroso y ahora sé que se irá de este mundo con sus mentiras y verdades no confesadas. El proceso aborda solo una pequeña parte de sus crímenes.

P. ¿Cree que su comportamiento empezó mucho antes de lo probado?

R. Por supuesto. No te levantas un día y dices: voy a drogar a mi mujer y a hacer que la violen decenas de hombres. Sabemos que hubo antecedentes, pero aún están por descubrirse.

P. La primera pregunta sin responder es si a usted también la violó.

R. No fue clarificado porque no estaba siendo juzgado por eso, sino por tomar mis fotos y difundirlas. Yo no tenía tantas pruebas como mi madre. Las fotos donde yo aparezco las había borrado y fueron recuperadas por los informáticos de la policía. ¿Por qué borró las fotos de su propia hija inerte y en bragas? No lo sé. Pero cuando las veo sé bien que no estoy en un estado normal.

P. ¿Necesita una respuesta?

R. Hubiera querido que lo dijera. Pero sé lo que hizo. Solo quería que lo reconociera, pero era un mentiroso. Igual que tampoco sabemos toda la verdad sobre Gisèle ni cuántas personas la violaron.

P. Hay otros dos casos de agresiones en los que pudo participar. También homicidio. ¿Le cuadra?

R. Sí, no tengo dudas. En uno de los casos se encontró su ADN. Y el modus operandi es el mismo. La pregunta es: ¿cuántos más hay desde los años 90?

P. En el libro habla de cosas que poco a poco va descubriendo de su padre que van construyendo un nuevo retrato. Pero ¿cómo integra los recuerdos del padre y la consciencia del violador?

P. Pero ahora, mirando al pasado, ¿cree que hubo señales que podrían haber indicado algo?

R. Ahora lo veo diferente y pienso que muchas cosas se nos escaparon. Pero ¿cómo íbamos a imaginar algo así? No teníamos una familia disfuncional o un padre violento. Todo lo contrario. Se encargó de que no se notase nada. Todo lo que hizo, lo hizo a sabiendas, con premeditación. Y sabía que era crucial que nadie sospechara.

P. Hasta el punto de que si no hubiera sido por el vigilante de seguridad que le sorprendió en el supermercado grabando por debajo de la falda de clientas en 2010, podrían haber tardado años en descubrirlo.

P. Tal vez, como decía antes, si no hubiera sido por el vigilante de ese supermercado, él habría seguido con sus actos hasta hoy.

R. Si no lo hubieran detenido en 2020, habría matado a mi madre. Mire, solo en octubre, antes de ser arrestado, reincidió cuatro veces seguidas. A ese ritmo, es un milagro que no cayera en coma.

P. Dice al comienzo del libro que llegó a echarle de menos.

P. La vida se parte en dos pedazos cuando conoce ese verdadero rostro. ¿Cómo puede conservarse una parte de esos 42 años anteriores?

R. Era mi responsabilidad ser honesta con él. Desde muy pronto le dije que su abuelo estaba en prisión por cosas muy graves. Quería que supiera la verdad, porque forma parte de su historia. El hombre que él creía conocer no era quien aparentaba. Creo que eso también sienta las bases de los valores que tendrá cuando crezca. Si se lo hubiéramos ocultado, habría sido aún más difícil para él. Entonces tenía 6 años, hoy 10, y los secretos familiares pueden desviar una trayectoria vital. Hoy, pese a todo, creo que lo está manejando bien. Pero sigue siendo una herida, una traición enorme.

P. ¿Y su marido? ¿Sus hermanos?

R. Mi marido lo considera muerto. Para mis hermanos es distinto, aunque han aprendido a distinguir entre él y el hombre que son por sí mismos. Eso es esencial: no somos nuestros padres. Pero es cierto que nosotros, a diferencia de Gisèle, llevamos el ADN de Dominique. Ella se divorció, nosotros no podemos.

P. Han cambiado de apellido.

R. Yo llevo mi apellido de casada, pero nací Pelicot.

P. En el juicio su madre dijo que seguiría con ese apellido para que sus nietos pudieran estar orgullosos de llevarlo.

P. Su madre y usted veían algunas cosas de forma muy diferente. También la idea de abrir el juicio al público, creo.

R. No podía decidir por ella, porque era ella la que estaba en el centro de ese juicio. Desde que conocimos la verdad, pensamos que no debíamos permitir que el juicio fuera a puerta cerrada, porque eso hubiera sido un regalo para los 51 acusados, incluido Dominique. Debían asumir lo que hicieron y si no abres las puertas del tribunal, pueden contar lo que quieran a su familia, a su círculo cercano. Y es la víctima quien tiene que soportar el doble sufrimiento de haber sido víctima y, además, defenderse en un tribunal y probar que lo que sucedió realmente ocurrió.

P. Imagino que el hecho de haber abierto el juicio fue positivo desde el punto de vista de la lucha, pero muy agresivo contra la intimidad.

R. No nos arrepentimos, pero aún así, una parte de nuestra vida, de nuestra historia familiar, nos fue arrancada. Y el dolor también afecta a los niños. Es eso, no solo hay una víctima en esta familia.

P. Se habló mucho de la banalidad del mal, de cómo el vecino puede ser un violador.

P. Quizá eso hizo que el juicio interpelase a todos los hombres de alguna forma.

R. Vi a muchas mujeres en el juicio, pero no muchos hombres. Eso plantea la pregunta sobre el lugar que ocupan en nuestra sociedad, sobre su toma de posición respecto a este tema.

P. ¿Piensa que interpelaba al sistema patriarcal de la sociedad?

R. Creo que eso ayuda a abrir los ojos sobre lo que es la cultura de la violación y muestra cuánto camino falta por cambiar en determinadas mentalidades. Basta ver la edad promedio de los autores en ese tribunal: muchos eran menores de 40 años. Estamos hablando de las generaciones actuales, y eso plantea muchas preguntas.

P. Esos 50 hombres vivían relativamente cerca de casa de Dominique. Sus crímenes se basaban también en una cuestión de comodidad para ellos.

R. Si tienes esa cantidad de violadores solo en el departamento del Vaucluse, los tienes en todo el país en cantidades ingentes.

P. Le gustó cómo les defendieron sus abogados.

R. Digamos que defendieron muy bien a Gisèle.

P. Sus abogados eran hombres y a Dominique le defendió una mujer.

P. A veces la ley va por delante de la sociedad, reacia a aceptar determinados cambios.

P: ¿Querría decirle algo?

R. Lo que quiero es que confiese los hechos que no ha reconocido. Pero nunca dirá la verdad completa.

P. ¿El perdón es posible?

R: El tiempo hace su trabajo. Después de cuatro años, el proceso de duelo ya está en marcha. La vida sigue. El reconocimiento de los hechos que cometió él es fundamental para mí. Pero no tengo interés en perdonarlo, nunca me lo he planteado. Mi objetivo es mantenerme en una indiferencia total hacia él.

R: Nadie te ayuda cuando sales de la comisaría. El sistema no está preparado para lidiar con estas situaciones. Aún queda mucho por hacer, especialmente en lo que respecta al apoyo institucional y el acompañamiento a las víctimas. Tenemos que ocuparnos de todo.

P. ¿Sigue necesitando ayuda psicológica?

R. Sí, veo a alguien. Pero sobre todo, escribo.

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