El episodio del domingo, en el que Estados Unidos forzó la mano de Colombia al amenazarle con imponer aranceles por negarse a acoger migrantes deportados, ha servido como aperitivo para los países de América Latina sobre la política exterior a la que se van a enfrentar en los próximos cuatro años con la vuelta de Donald Trump al poder en Washington. El republicano ha enviado un claro mensaje de que la inmigración es su interés primordial, y de que no le va a temblar el pulso a la hora de castigar incluso a sus mejores aliados para lograr sus objetivos. El gesto también representa una advertencia para México y Canadá, amenazados con tasas arancelarias del 25% desde el 1 de febrero.
La Casa Blanca celebraba como una victoria absoluta la decisión del presidente de Colombia, Gustavo Petro, de recular a última hora del domingo y aceptar finalmente vuelos de deportados para evitar una escalada arancelaria. El presidente del país andino puntualizó este lunes: “Jamás aceptaremos que se nos impongan condiciones”.
Tras el drástico gesto hacia el Gobierno colombiano, la advertencia de Trump parece estar calando. En Chile, la ministra del Interior, Carolina Tohá, puntualizó que su país aceptará vuelos de deportados. “Los chilenos siempre colaboramos en la repatriación de nuestros nacionales y esperamos que los otros países hagan lo mismo cuando nosotros tengamos que repatriar a los suyos”, señaló la ministra chilena en declaraciones a la emisora Infinita.
“El Gobierno de Colombia ha aceptado todos los términos del presidente Trump, incluida la aceptación sin restricciones de todos los extranjeros ilegales de Colombia que regresen de EE UU, incluso en aeronaves militares estadounidenses, sin limitaciones ni demoras”, indicó un comunicado a última hora de la noche de la Casa Blanca.
Desde su investidura hace una semana, la oleada de órdenes ejecutivas que ha firmado Trump ha mostrado a las claras que atacar la inmigración es su prioridad, y el prisma con el que mira al resto del continente. En su primer comunicado como secretario de Estado, Marco Rubio, subrayó: “Nuestras relaciones diplomáticas con otros países, especialmente en el hemisferio Occidental, dará prioridad a la seguridad de nuestras fronteras, el fin de la migración ilegal y desestabilizadora, y la negociación de la repatriación de inmigrantes ilegales”.
Si este es un pulso que Trump está dispuesto a mantener, es porque está convencido de que lo va a ganar. El lunes pasado, en declaraciones desde el Despacho Oval, subrayó que la relación entre Washington y América Latina debería ser “estupenda”. “Ellos nos necesitan a nosotros mucho más de lo que nosotros a ellos. Nosotros no les necesitamos a ellos”, añadió, dejando claro qué perspectiva iba a aplicar en sus relaciones bilaterales.
El viernes pasado, Trump insistió en su posición de que el resto de los países necesitan más a EE UU de lo que EE UU necesita al resto del mundo. Acerca de Canadá —del que repite una y otra vez que debería convertirse en un Estado más de su país, dada la dependencia económica de su vecino— insistía: “No necesitamos sus vehículos, ni su madera. No necesitamos sus productos alimenticios porque podemos producirlos también en este lado de la frontera”.
Mientras América Latina, y el resto del mundo, contienen el aliento sobre respecto a sus amenazas de aranceles, un país puede resultar beneficiado: China, el gran rival de Washington, que en los últimos años ha multiplicado su presencia en los países al sur del río Bravo. Mientras Trump amenazaba a Colombia este domingo, el Gobierno chino se apresuraba a declarar: “Nuestras relaciones con Bogotá nunca han sido mejores”.
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Source: elpais.com