Trump abre con la guerra de los aranceles una nueva y agresiva era en la economía global

La firma de las tres órdenes ejecutivas mediante las que, el sábado por la tarde, tomaron cuerpo unas sanciones económicas con las que el presidente de Estados Unidos venía amenazando meses es, de momento, el gesto más inequívoco de que la Administración recién estrenada no piensa perder el tiempo para imponer el nuevo orden mundial de Trump. Está basado en un ideal antiglobalización de la primera potencia, pero también en el matonismo como lenguaje diplomático y en el sobresalto como esa nueva normalidad en la que el inquilino de la Casa Blanca tiene a las cancillerías, las grandes empresas multinacionales con negocios en uno y otro lado y los periodistas pendientes mientras se dedica a jugar al golf durante la mañana para, una vez decide ponerse a trabajar,

Ambos detallaron el sábado por la noche cómo piensan trasladar a los consumidores estadounidenses algo del sufrimiento que se avecina para sus economías, que, juntas, suman una séptima parte de la de su poderoso vecino y el principal socio comercial de ambas. También abrieron la puerta a más aranceles, porque, un tanto imprecisamente, las órdenes ejecutivas dan a Trump la facultad de imponerlos ante las represalias de los vecinos.

El primer ministro canadiense, un Justin Trudeau en horas bajas y acosado por el ninguneo y las fantasías del republicano de convertir el país que gobierna en un Estado más de la Unión, reaccionó a la agresión comercial con la promesa de aranceles del 25% a una lista de productos del país vecino por valor de 30.000 millones de dólares estadounidenses, también desde el martes. Una segunda ola arancelaria de 125.000 millones se aplicará tres semanas después, aclaró Trudeau. Antes, dos provincias canadienses, Nueva Escocia y la Columbia Británica, habían anunciado sus propias represalias, tácticas casi de guerrilla como sacar el alcohol del vecino de las baldas de los supermercados, doblar los peajes a los vehículos comerciales estadounidenses o interrumpir las compras de licor a los Estados republicanos.

El domingo por la mañana fue el turno de Pekín, que publicó un comunicado del Ministerio de Comercio en el que promete que China presentará “una queja ante la Organización Mundial del Comercio” y que “tomará las contramedidas correspondientes para salvaguardar firmemente” sus “derechos e intereses”. A las pocas horas, un portavoz de la Comisión Europea abundó en la estrategia planteada por la UE la semana pasada de mantener la calma y reservarse el derecho a actuar en consecuencia si los aranceles llegaran finalmente por el horizonte de Washington. “La UE responderá con firmeza a cualquier socio comercial que imponga aranceles de manera injusta o arbitraria a los productos de la UE”, dijo.

En otro mensaje de este domingo, Trump aprovechó para cargar contra el periódico conservador The Wall Street Journal por criticar las medidas arancelarias impuestas el sábado en un duro editorial titulado La guerra comercial más estúpida de la historia o con artículos que enfatizan sus consecuencias en el bolsillo de los estadounidenses. El presidente también insistió en que “TERMINARON ESOS DÍAS” de Estados Unidos como “un país estúpido” que “subvenciona” a otros, y repitió los argumentos que le hicieron tomar la decisión y que citan las órdenes ejecutivas: la exigencia de que Canadá y México trabajen más por parar el flujo de migración irregular hacia Estados Unidos y la entrada de fentanilo en el país, una mortífera droga de la familia de los opiáceos cuya fabricación controlan los cárteles, pero en la que emplean los precursores necesarios que llegan desde China.

De esos argumentos se sirvió Trump para declarar una emergencia nacional que le permite invocar la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA). Esa norma autoriza a un presidente a cambiar unilateralmente las reglas de las importaciones durante una crisis. Esa misma ley le confiere también el poder de levantarlos cuando lo considere oportuno. Cuándo entenderá Trump que los países afectados por los aranceles han hecho lo suficiente para atajar esos problemas es una de las grandes incógnitas de esta declaración de guerra.

De fondo también resuenan otras intenciones de Trump, que no abandona la idea de un arancel general para todas las importaciones. También ha prometido abrir nuevos frentes en esta guerra comercial con gravámenes sectoriales sobre productos como los farmacéuticos, los chips semiconductores, el acero, el aluminio o el cobre. Parece claro que en el nuevo orden mundial, el del America First, nada puede descartarse con el último inquilino de la Casa Blanca.

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