Carlo Ancelotti miró a La Fábrica en busca de un rescate para sus agujeros defensivos, y La Fábrica ejecutó su rescate al Real Madrid con un goleador. Gonzalo, 20 años, apenas instantes en el primer equipo, llegaba a Butarque solo cinco días después de marcar cuatro goles con el Castilla en Algeciras y a pocos segundos del final embocó de cabeza un centro de Brahim. Sacó al Madrid del lío en el que se había metido él mismo, después de adelantarse y no terminar de rematar a un Leganés que se mantuvo en pie pese a los dos sopapos tempranos y aprovechó la endeblez del centro de la zaga rival. El equipo de Ancelotti pega como el Tyson de antes y encaja como el de ahora. Y escapó de Butarque rumbo a la semifinal cuando ya bordeaba la prórroga en un asalto final sin fruto. Hasta que apareció Gonzalo, el más iluminado de Valdebebas.
Resolvió una noche en la que, con el Atlético y el Manchester City a la vuelta de la esquina, Carlo Ancelotti pareció calcular por primera vez, en lugar de echar todo el carbón a la caldera en cada viaje, como hasta ahora. Pese a tratarse de una eliminatoria a un solo partido, tan cerca ya de un título, consideró el conjunto, y la escasez de fuerzas, y reservó, o no forzó, efectivos. Ni siquiera llevó a Butarque a Mbappé y a Bellingham, y comenzó el duelo con Vinicius en el banquillo, al que repartió el tiempo a medias con Rodrygo. Otro cálculo.
También con la mirada puesta en lo que pueda necesitar más adelante, subió al escenario a una pareja de centrales inédita, impensable de acuerdo a la trayectoria del técnico. Juntó a Asencio, que ha cuajado al calor de la adversidad, con Jacobo Ramón, que se estrenaba como titular con el primer equipo. No lució todavía el aplomo del canario y resultó ser el ladrillo más endeble del muro, a menudo un breve instante por detrás del juego. El Leganés se lanzó a por la pareja primeriza desde el inicio, y antes de que se cumplieran dos minutos Juan Cruz había dejado a Diego libre para probar a Lunin, de momento el portero de la Copa, que se estiró y echó la pelota fuera.
Pero esa inestabilidad fruto de la cadena de calamidades y de la escasez de efectivos en la planificación general, se difumina cuando empieza a mezclar la caballería. Si el rival se junta como hacía el Leganés, Brahim es una especie de zahorí de los espacios entre líneas. El malagueño aparece en lugares congestionados, recibe de espaldas y con un giro descubre un pequeño latifundio desde el que emprender el asalto. Resulta más sencillo cuando tiene cerca a Rodrygo, que disfrutó de la izquierda los primeros 45 minutos, y pase a pase tejía con Brahim miniaturas indescifrables para el Leganés.
Valverde, esta vez como lateral derecho, cruzó un pase largo hacia aquel costado donde bullía el peligro. Controló Rodrygo y avistó a Modric avanzando por el centro. El croata se encontró en el área, alargó la pierna derecha y marcó con un empeine que pareció una puntera. La vía estaba abierta. Valverde repitió el pase y Rodrygo, el control. El brasileño hilvanó con Brahim y un mal despeje dejó la pelota suelta en el área, una presa que se cobró el cazador Endrick, con el dedo apoyado siempre sobre el gatillo.
El Leganés seguía en pie, en parte por el tramo de languidez en el que cayó el Madrid. Encontró de nuevo el camino de manera muy similar. La siguiente pared letal fue con Brasanac. Cruz volvió a verse en el área por el centro, mientras llegaba Jacobo. El tiro rebotó en Mendy y terminó en la red.
Al Madrid se le había esfumado otra ventaja y Vinicius se aplicó a la agitación total desde su pasillo izquierdo. Soriano le sacó un tiro estirando la pierna, se le fue alto un cabezazo que parecía sencillo, casi acierta con un toque de billar entre las piernas del portero desde una posición imposible y mantenía al borde de la desesperación a Rosier.
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Source: elpais.com