El Madrid empezó la noche con una precisión fulgurante y hermosa, escurridiza. Los ingleses perseguían como casi siempre habían hecho. Contemplaban desorientados cómo Mbappé quedaba mano a mano en el área con Ederson, aliviados cuando el tiro contra el brasileño; cómo Vinicius y Mendy tocaban casi en el área pequeña y Akanji despejaba el del francés; cómo el brasileño casi se colaba entre el central suizo y Aké, de nuevo pisando el área.
Los cuatro de arriba se aplicaban en el esfuerzo defensivo y el equipo de Guardiola aparecía como un cuadro vulnerable arrollado por una fuerza incontenible. Pero resistieron hasta que surtió efecto uno de los artefactos del técnico catalán. A Gvardiol, su lateral izquierdo, lo situaba como centrocampista por dentro al atacar, y eso desajustaba algo al Madrid. Fue una pieza indescifrable. Desde ese punto desató la rebeldía. Encontró a Haaland, que bajaba a descargar, y se fue al área. Grealish, que había estado a punto de retirarse tres minutos antes lesionado, envió una vaselina al croata. La mató con el pecho y Haaland le marcó por fin al Madrid después de intentarlo tanto.
El gol, tan a contrapelo del desarrollo, aflojó la entrega de los cuatro de arriba del Real y animó al City, que se reencontró con la pelota y diluyó la tormenta de las camisetas naranja. Volvieron a sufrir, pero no como las últimas veces. Sobre todo, porque tenían en su mano salir de aquello. Con el balón seguían asustando, seguían encontrando vías, con una estupenda función coral de Mbappé, Vinicius, Rodrygo y Bellingham. Ellos tenían el interruptor. Podían accionarlo defendiendo, y terminaba alumbrando el ataque.
Aunque el empate llegó de lo que pareció un error. Ceballos dejó un balón flotando sobre el punto de penalti y Mbappé acertó con la espinilla cuando pensó que había fallado. El empate les provocó una carcajada y, cabalgando a lomos de esa felicidad, el Madrid siguió acumulando ocasiones incluso más claras. El chaparrón era formidable, pero el City volvió a encontrar resguardo en un penalti de Ceballos a Foden que transformó Haaland.
Ni esa segunda decepción arrugó al Madrid, que embistió al ritmo de la corneta de Bellingham y su entrega. Cazó un mal envío de Ederson, tiró Vinicius y empató Brahim. Y siguieron, ya después del 90, esto sí como siempre. Hasta que marcó Bellingham después de un mal tiro de Vini, y ganaron como nunca.
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Source: elpais.com