La revancha del “alborotador” Merz

Es la revancha de Merz contra un país en el que nunca fue popular y en el que se le ve como un político polarizador y antipático; “impulsivo”, admiten incluso en su partido, una cualidad que casa mal con el gusto alemán por el consenso y la moderación. Una revancha, también, contra su partido, la Unión Democristiana (CDU) que, repetidas veces, le negó la posibilidad de liderarlo y le abocó a abandonar la política durante unos años, un tiempo que aprovechó para trabajar en Blackrock, el mayor fondo de inversión del mundo, y hacerse multimillonario. Y es, finalmente, una revancha contra sí mismo, el desquite personal de alguien que, en la edad que sus coetáneos se han jubilado, vive su última oportunidad.

En Merz —en su manera de hablar, en su gesticulación— hay algo de otro tiempo, también. Algo de la antigua República Federal, del sistema en el que políticamente creció —el de la CDU de Helmut Kohl, la Guerra Fría, el mercado único de Jacques Delors que observó como joven europarlamentario— y de la próspera provincia germano-occidental de la que es un producto perfecto. Como un regreso —o la revancha— de los años de Kohl y el conservadurismo de Wolfgang Schäuble, otra presencia eterna en la política alemana de aquella época, su modelo y mentor. El credo de la ley y el orden, la fe europeísta y atlantista, y las cuentas equilibradas.

Pero Merz nunca encajó del todo en el Sauerland, esta tierra de consenso. Era un joven rebelde, “un mal estudiante… con fama de alborotador”, escribe Volker Resing en Friedrich Merz. Sein Weg zur Macht, una biografía recién publicada. Fumaba, bebía, iba en moto, llevaba melena. Y, en realidad, nunca ha dejado de ser un “alborotador” en la política, “alguien que es capaz de molestar, que no rehúye las críticas”, dice Resing al teléfono. “Es alguien que cree que se puede llegar a buenas soluciones por medio del conflicto y la provocación”.

Merkel, de familia protestante, creció en la Alemania Oriental; Merz, católico, es un puro germano-occidental. Ella, casada en segundas nupcias, sin hijos; él, casado desde 1981 y padre de tres. Ella buscaba el centro; él, la polarización. Ella sabía tejer consensos; él tiende a la decisión unilateral. Ella apenas hizo reformas económicas; él, en este aspecto, se mira en el espejo del socialdemócrata Gerhard Schröder, el más reformista de los cancilleres recientes. Ella permitió en 2015 la entrada de los refugiados; él quiere endurecer las leyes de inmigración y reniega del legado merkeliano. “He hecho correcciones”, alardeaba Merz en campaña al referirse al legado de Merkel, su enemiga íntima desde hace un cuarto de siglo.

El padre de Merz, que tiene 101 años y vive, junto a la madre, de 97 años, en una residencia en Brilon, abandonó la CDU en los años de Merkel, y no ha vuelto. Los Merz-Sauvigny son patricios del lugar y en el archivo local hay información sobre la familia y el abuelo, Josef Paul Sauvigny, que fue alcalde durante 20 años y cuya historia es común en Alemania. Una historia de padres, hijos y nietos.

El padre de Merz era juez —como lo fue el propio Merz al inicio de su carrera— y, como tal, participó en procesos a dirigentes nazis después de la guerra. El abuelo había sido nazi. Lo detalla un documento del archivo: Sauvigny ejerció su cargo como miembro, en los años de la República de Weimar, del Zentrum, el gran partido católico. Cuando Hitler llegó al poder, el abuelo ingresó en el NSDAP, el partido nacionalsocialista, y siguió en el cargo hasta 1937.

“Sobre estos temas no se hablaba cada día”, dijo Merz en una entrevista con el semanario Die Zeit. Y recordó que el abuelo murió en 1967, cuando él tenía 12 años. “Por entonces la confrontación en Alemania con el nacionalsocialismo justo acababa de empezar”. Es una historia lejana —la de los moderados que se dejan seducir por los extremistas— y a la vez cercana. A Merz le han acusado, desde la izquierda, de coquetear con el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) al aceptar sus votos para varias iniciativas sobre política migratoria. Él siempre ha insistido: “No colaboraremos con este partido. Ni antes de las elecciones, ni después, ni jamás”.

Cuenta su amigo Lohmann que los sauerländer, gentilicio alemán de la región, se sienten bien representados por los socialdemócratas, pero también por los ecologistas y los liberales… Por todos, “salvo AfD”, insiste. Explica que aquí el consenso campa a sus anchas y esto, según el eslogan de los omnipresentes carteles de Merz en su patria chica, vale para todo el país: “Más Sauerland para Alemania”. A partir de hoy, el futuro canciller necesitará, para negociar una coalición, más diálogo que confrontación. Algo más de Sauerland para sacar Alemania del marasmo. Algo más de Merkel que de Merz.

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