Cada vez más solteras (y más felices): “Muchos hombres no saben estar a la altura”

Después de morir su abuelo, Cristina bromeó con su abuela un tiempo: “Venga, abuela, búscate un novio”. Su respuesta, siempre: ”Uno tuve, harta quedé“. Dice Cristina que ya lo dice también Karol G: “Que estar soltera está de moda”. Karol G nació en 1991, la abuela de Cristina, en el 33, Cristina, en el 79. Una viuda y dos solteras en tres generaciones a través de casi seis décadas que han servido no exactamente para que estar soltera esté de moda, sino para que las mujeres, si quieren, lo estén. Y cada vez quieren estarlo más aquellas con la edad en la que la sociedad (aún) supone que no deberían estarlo: a partir de los 30.

¿La razón? Un armazón nuevo que va quebrando el anterior cada vez más: la ruptura con la idea de que, para ser del todo, las mujeres tienen que ser en relación a un hombre. Ellas lo cuentan de múltiples formas.

Pilar, de 38 y de Ciudad Real: “Me han llegado a decir que soy una yegua salvaje sin domar. A los años, esos mismos hombres me han dicho: ‘Ay, todavía no has encontrado ese hombre que sea capaz de domarte’. Ser independiente, autosuficiente, feminista y con las ideas claras hace que el número de posibles candidatos a pareja disminuya, por no decir desaparezca”. O Silvia, de Madrid, con 46: “Me gustan los hombres pero no nos llevamos por eso de que ‘calladita estás más guapa“.

Así una y otra y otra hasta casi 80 mujeres, las que han querido contar sus motivos para estar solteras a este periódico.

El desajuste entre las necesidades, los deseos, las perspectivas de vida y de las relaciones de los hombres y de las mujeres es cada vez mayor y está provocando dos tipos de soltería elegida. Una, minoritaria, la de las mujeres que la entienden como una forma de estar en el mundo, ni quieren ni buscan tener pareja; lo que no quiere decir que no tengan relaciones sexuales o con vínculos, ya sean esporádicas o sostenidas en el tiempo.

Y está la mayoritaria, la de las que sin estar buscando activamente, llegó un momento en el que decidieron que no querían mantener una relación con los hombres que conocían porque no cumplían con lo que entienden que es un mínimo para convivir.

“Poco a poco”, añade, las mujeres se han dado cuenta de que “es un elemento cultural: que se puede estar en el mundo de muchas formas. La soltería es un “no” a todo lo que ha sido la vinculación familia-casa-obediencia”.

Federico García-Lorca escribió Bodas de sangre en 1933.

Madre: ¿Tú sabes lo que es casarse, criatura?

Novia: Lo sé.

Madre: Un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo demás.

Novio: ¿Es que hace falta otra cosa?

«El año pasado conocí a un par de hombres. Hombres que venían además de un fortalecimiento intelectual, pero me di cuenta de que querían llevarme a un mundo pequeño porque ellos no saben o no pueden o no quieren llegar a nuestro mundo de conquistas y desde ahí acompañarnos. Si su bienestar implica un malestar para mí, por ahí no estoy dispuesta a pasar. He decidido que el mejor estado para mí, un estado gozoso y además de plenitud encontrada, es el de estar soltera. Aunque yo haya llegado a él de manera no deseada, me está dando un mundo nuevo del que pienso disfrutar”.

Cuántas hay como Consuegra es imposible saberlo. Estadísticamente ella no es soltera sino separada, y, en cualquier caso, soltera es “no casada”, pero no significa que no se tenga pareja. Con ese matiz, según el Instituto Nacional de Estadística, en España, solo en la treintena, hay más de 1,6 millones de solteras; en sus 40, más de un millón. En 2002, las treintañeras solteras eran la mitad (algo más de 800.000), y las de 40, aún menos: alrededor de 300.000.

En el número de separadas y divorciadas se ve cómo ha ido cambiando la perspectiva en torno al matrimonio. En 2002, había casi 63.000 mujeres entre los 30 y los 35 que se habían separado o divorciado, en 2024, eran algo más de 35.000; no porque se separen menos, sino porque o no llegaron a casarse o aún no lo habían hecho. Sin embargo, entre las de 45 a 49 años pasaron de 109.000 a más de 247.000 en ese mismo periodo.

La abuela de Elena María, que vive en una ciudad andaluza, fue una de esas mujeres: “Si no te puedes separar porque el Estado no te deja, es que ni lo piensas. Mi abuela murió unos años después de que se aprobara el divorcio y no pocas veces decía ‘ay si esto hubiese pasado antes, otra vida hubiera tenido. Tú ten la que tú quieras, no necesitas un hombre’. Y cierto fue, nunca lo he necesitado en mis casi 50 años, he querido mucho a algunos, pero no los he necesitado jamás”.

No solo esa idea, sino la ciencia, han hecho posible que las mujeres no necesiten a un hombre tampoco para tener hijos. Las cifras de la Sociedad Española de Fertilidad sobre mujeres sin pareja que se someten a tratamientos pasa del 4,4% en 2016 al 7,1% de 2022, que es el último año con cifras. Y que en 2007 se creara la Asociación de Madres Solteras por Elección fue simbólico, pero que aquel año fueran 18 y hoy sean 3.494 es significativo.

Ainhoa Reguera es la delegada de esta asociación en las Islas Canarias y afirma que tanto la ciencia como los avances sociales han ayudado a que esta realidad que cada vez más mujeres eligen, pueda ser. “En materia legislativa vamos algo más por detrás, pero no hay ya ese señalamiento de hace 20 años, que los hijos ‘necesitan un padre’. Ahora tenemos nuestro proyecto vital con todo a favor, más o menos: medicina, sociedad y ahora la normativa”.

El pasado noviembre, el Tribunal Constitucional reconoció a las familias monoparentales 26 semanas de permiso por el nacimiento de sus hijos ―las familias con dos progenitores cuentan con 32―. Hace apenas un mes, el Tribunal Superior de Justicia de Murcia recogió por primera vez ese fallo del TC.

De este “crecimiento de la elección de la soltería en las mujeres” habla Aurelia Martín Casares, doctora en Historia y Civilizaciones por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y especializada en Estudios de Género. Dice que el aumento tiene que ver “con diferentes hitos cronológicos”, entre ellos “el avance del movimiento feminista y las políticas gubernamentales”.

Cree que todo es un conglomerado que crea “en las mujeres una conciencia más positiva sobre sí mismas, y todo ello desemboca en construirse una identidad individual plena sin necesidad de definirse a través del matrimonio o de una pareja”. Esa amalgama de cuestiones tienen un único origen: el feminismo. Aunque no siempre ellas mismas lo perciban así.

Arly Chaves, en su treintena, como Oliveros, lo hace desde Costa Rica: “Sé que socialmente se espera que a mi edad esté asentada en los dispositivos que impone el capitalismo: profesión, trabajo, hogar, familia. Pero sé que estos dispositivos, en ese orden y en esa forma, no corresponden con mi deseo”.

“Un patrón de soltería en un momento determinado refleja lo ocurrido en el pasado, pues es la suma de lo que la juventud hizo no hace tanto y de lo que las personas más adultas hicieron hace ya algún tiempo”, escribe Pau Miret en Patrones de género en relación al empleo, la instrucción y la inmigración en las pautas de soltería por edad en España, 1976-2023.

En 1892, Sofia Tolstaia, la mujer de Tolstoi, escribió ¿De quién es la culpa? (Xordica), una novela que era “la derrota del ideal del amor entre iguales y la anulación de la mujer en el matrimonio a manos del marido”, apuntan Marta Rebón y Ferran Mateo en la nota a ese libro. En 1930, la periodista de Vogue Marjorie Hillis publicó El placer de vivir sola: “Desde el crepúsculo hasta el amanecer puedes hacer exactamente lo que te plazca, es una enorme ventaja en este mundo en el que se espera mucho conformismo de nuestra parte”―. Fue un bestseller instantáneo.

La Editorial Espinas está llena de libros de escritoras que ya no están hablando de su vida, opacada y sometida por y a sus parejas: Inés, de Elena Garro (la mujer de Octavio Paz), Memorias de la Rosa, de Consuelo de Saint-Exupéry (su marido fue el autor de El Principito) o Dostoievski, mi marido, de Ana G. Dostoievskaia.

En Todo sobre el amor, en 1999, bell hooks escribió que “si se quiere crear una cultura del amor” hacen falta “cambios profundos” porque “el amor y el abuso no pueden coexistir”.

En 2016, Kate Bolick empezaba así Solterona, la construcción de una vida propia (Malpaso), que arrasó en Estados Unidos: “Con quién casarse y cuándo: estas dos preguntas definen la existencia de toda mujer, con independencia de dónde se haya criado o de qué religión practique o deje de practicar“.

Hace unos días, Diana Montero, la ilustradora conocida como Precariada, publicaba una viñeta en su cuenta de Instagram: cinco señoras alrededor de una mesa jugando cartas. Una dice: “¿Os acordáis de cuando nos rayábamos con lo de no encontrar pareja por el miedo a envejecer solas?. Otra contesta: “En la juventud se temen cosas muy absurdas, Mari”.

La literatura, el cine, la música, la teoría, los medios, y desde hace no tanto las redes, están llenas de historias que hablan de la autonomía de las mujeres, de cómo han ido desprendiéndose de ese miedo socialmente incrustado a estar, a quedarse solas. Mariana Fernández, periodista, argentina, es soltera, quiere serlo, y vive en Buenos Aires:

―Mi imagen mental de vieja es una señora que vive en una casita con las patas en el pasto, con perras, viendo amigas o haciendo viajes con otras personas jubiladas, recibiendo la visita de mi hijo. Pero no me imagino con un otro, en la diaria, en un vínculo, viviendo con un varón. Y no se me activa una pizca de pena. Si se cumple, va a estar bárbaro, va a estar buenísimo y la felicidad se me arma así, sin que sea de a dos.

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