Una mujer joven se sienta al lado del periodista, pasadas las seis de la tarde, en el bar de la estación de Vannes, en la Bretaña francesa. Acaba de terminar una de las jornadas del juicio al cirujano Joël Le Scouarnec, acusado de agredir sexualmente durante 25 años a, al menos, 299 personas, la mayoría menores de edad. Las víctimas, por su elevado número, asisten al proceso desde una especie de anfiteatro cercano al tribunal y siguen la retransmisión desde una pantalla. La mayoría lleva un pase colgado al cuello con una cinta de color rojo. Significa que quieren mantenerse alejadas de la prensa. La chica de la estación hace un gesto y muestra el suyo, de ese mismo color. Pero, a continuación, pregunta: “¿Viene del juicio? ¿Quiere que le cuente mi historia?”.
Le Scouarnec anotó durante años todos sus crímenes de forma meticulosa en cuadernos que luego transcribió y convirtió en archivos digitales. Una memoria precisa y documentada del horror al que sometió a sus víctimas durante 25 años. Los padres de Florence sabían que estaba en esa lista desde hacía algunos meses. Pero la policía le pidió que acudiera a la comisaría de Vannes para leer esos diarios. “Cuando llegué, el gendarme me advirtió de que yo estaba en lo alto de la lista de las agresiones que había cometido, que habían clasificado según la magnitud de la gravedad”. Florence viajó de golpe a su infancia, hasta los siete años. Aquel día había entrado en la clínica aquejada de una apendicitis que se transformó en una peritonitis aguda. El dolor era insoportable. Sus padres, le explicaron años más tarde, pensaban que se moría. La dejaron en la zona de preparación, antes de entrar en el quirófano. “Pueden marcharse”, les pidió Le Scouarnec. Y entonces, la agredió por primera vez.
Todos esos recuerdos, que actuaron como un veneno silencioso durante años, han aflorado ahora de forma ordenada. Y el trauma del descubrimiento ha ido acompañado de una cierta liberación. Muriel Salmona, psiquiatra y fundadora de la Asociación Memoria traumática y ”tras el shock, a menudo llega un cierto alivio”. De repente todas las angustias, los síntomas inexplicables, el malestar, la sensación de peligro asociada a determinados lugares… todo se pone en su lugar”, explica. “El acceso a la verdad es muy importante para superar los traumas. Y el primer impacto viene acompañado de reminiscencias. Aunque la víctima estuviera dormida o anestesiada, hay una memoria del cuerpo que permanece. Y todo eso vuelve. Hasta ese momento, muchas situaciones creaban estrés y el cerebro bloqueaba algunos mecanismos para protegernos. Esa es la parte positiva. Saber que tu agresor está en prisión y no puede volver a hacerte nada, además, aporta seguridad”, descifra al teléfono.
El promedio de edad de las víctimas de Le Scouarnec al sufrir los abusos es de 11 años, según confirmó el fiscal del caso, Stéphane Kellenberger. Del total, 158 son hombres y 141 son mujeres. Solo 14 de ellas tenían más de 20 años cuando fueron agredidas, mientras que 256 eran menores de 15. A la mayoría les decía que las amaba, sin mostrar ningún tipo de remordimiento o culpa por lo que acababa de hacer, siempre en la consulta o en la sala operatoria donde acudían los menores, generalmente aquejados de una apendicitis o peritonitis que les causaba fuertes dolores. “No te dejabas hacer porque tenías dolor en el vientre…”, se lamentaba en el cuaderno el agresor sobre la niña Delphine, de quien explicaba que se había resistido sin éxito a la agresión.
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Source: elpais.com