La guerra de Rusia en Ucrania y el abrupto quiebre de la confianza en la protección de Estados Unidos tras el regreso al poder de Donald Trump han espoleado en Europa la voluntad política de reforzar la defensa. En ese marco, se producen múltiples iniciativas, tanto para favorecer un aumento de la inversión como para coordinar posiciones o espolear la ayuda a Ucrania.
Los países europeos invierten, en su conjunto, una suma considerable en el sector militar. En 2023, los miembros europeos de la OTAN gastaron unos 375.000 millones de dólares, según datos del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo, una cifra que supera la de China, triplica la de Rusia y que sigue creciendo. No obstante, una serie de problemas estructurales impide que, sin el sostén de EE UU, Europa disponga de forma autónoma de una capacidad disuasoria definitiva frente a Rusia.
La fragmentación entre decenas de países ha producido graves ineficiencias, con duplicaciones y problemas de interoperabilidad. La caída de la inversión tras el fin de la Guerra Fría ha propiciado un encogimiento de la capacidad productiva de la industria y del personal disponible. La confianza en Washington acabó dejando muy descubiertos varios flancos, tanto en términos de armamento disponible como de capacidad operativa. Ahora, un interrogante se proyecta sobre ese apoyo activo e incluso sobre la estabilidad del flujo de venta de armas y respaldo para su uso. Además, Europa anda rezagada en algunos segmentos tecnológicos, como la inteligencia artificial, que tienen visos de ser clave en la defensa del futuro.
La duplicación de sistemas debilita la cooperación en operaciones militares conjuntas. Un ejemplo es la unidad conjunta alemano-holandesa, activa desde hace años, en la que ambas partes usan munición de calibre 155, pero que no ha resultado intercambiable por leves diferencias de producción. Aunque todos los sistemas se ciñan a los estándares de la OTAN, a la que pertenecen 23 de los 27 miembros del club comunitario, reconoce una fuente de la Alianza Atlántica. Los envíos de los aliados europeos a Ucrania, extremadamente diversos y con diferencias en cómo se operan, ya radiografió esa enorme fragmentación.
La estrategia europea de defensa, que ya ponía sobre la mesa planes de coordinación y planificación, da ciertas soluciones al problema de la fragmentación. También, señala Daniela Schwarzer, investigadora del Belfer Center de la Harvard Kennedy School, el nuevo plan de rearme de la Comisión Europea, que pondrá 150.000 millones de euros en préstamos garantizados con el presupuesto europeo pero solo para compras conjuntas de material y para financiar proyectos paneuropeos clave, es un buen marco. “La solución no es solo gastar más, que es necesario para modernizar la industria, rellenar los arsenales y aumentar la autonomía estratégica en este momento de enorme incertidumbre; sino sobre todo gastar mejor, coordinado y con buena planificación”, incide un alto cargo europeo.
Los límites de la capacidad defensiva europea no son determinados solo por el tipo y la cantidad de armas disponibles. Un problema fundamental es la falta de un sistema de mando y control europeo. Disponer de medios es condición necesaria pero no suficiente para ejercer un verdadero efecto disuasorio. Ello requiere también la capacidad de dirigir y organizar eficazmente una acción de defensa. Los europeos están muy lejos de tenerla de manera autónoma.
“Ahora mismo los europeos no piensan colectivamente en su defensa. Quién lo hace es EE UU. No hay respuesta a la pregunta de quién es el entrenador, quién es el director de una operación de guerra si EE UU no está”, dice Bergmann.
La actual arquitectura de mando y control coordinado en Europa es la que provee la OTAN, con liderazgo estadounidense en todos los planos, ejecutivos y de concepto. La construcción de una nueva capacidad europea en ese sentido es un desafío político-militar mayúsculo.
Político, porque los europeos tienen un interés en avanzar en ese sentido, pero no lo tienen en emprender iniciativas alternativas a la OTAN que puedan precipitar su fragmentación o disolución. “El objetivo lógico es intentar prepararse para actuar solos si EE UU no está pero sin separarnos de ellos”, comenta Giuseppe Spatafora, analista del Instituto para Estudios de Seguridad UE. Europa tiene una enorme dependencia de EE UU que desaconseja precipitar una ruptura total.
Una opción oportuna en ese sentido sería construir dentro de la OTAN un pilar auténticamente europeo, pero la Alianza funciona por consenso y es muy difícil pilotar ese cambio. “Sería ideal hacerlo dentro de la OTAN. ¿Pero qué pasa si tienes a unos EE UU dominantes en la Alianza y que tienen una actitud casi adversarial con Europa? ¿Y qué pasa si EE UU busca no solo una detente, sino una auténtica revitalización de las relaciones con Rusia mientras Europa lo que busca es planificación para disuadir a Rusia? No está claro que pueda funcionar dentro de la OTAN”, apunta Bergmann.
Las carencias de personal y actualizaciones en la formación, pese a los estándares y las maniobras que se hacen entre Ejércitos que pertenecen a la OTAN, ha vuelto a poner sobre la mesa el gran debate de si es operativo y posible la formación de un gran Ejército europeo. Una idea que, sin embargo se enfrenta a cuestiones sustanciales, como quién coordinaría esa fuerza, cómo se financia, de qué fuerzas se compondría y si habría que cambiar los tratados de la UE para crearla.
Resolver la grieta del personal militar es un ejercicio a medio y largo plazo, advierten los expertos. Y tiene mucho de contenido político. En los países más alejados de Rusia el Ejército no es demasiado popular, según las encuestas. Muchos jóvenes, además, consideran que no está adecuadamente remunerado ni compensado, dicen los estudios.
En el apartado de transporte, hay límites en el número de aparatos pero también en las infraestructuras.
“El desafío clave en las es la falta de integración que deteriora la movilidad militar. Ahora mismo, podríamos tardar hasta 60 días entre una agresión rusa y la entrega de material militar en el frente (incluido el tiempo de decisión política). Esto tiene a que ver en parte con infraestructuras problemáticas -por ejemplo puentes no preparados para soportar peso de materiales militares- pero también con cuestiones burocráticas”, señala Schmitt.
Un desafío más complejo es el de las actividades de inteligencia, vigilancia y reconocimiento, en las cuales Europa tiene un fuerte grado de dependencia de EE UU. Estas pueden dividirse en dos categorías: recolección de datos aérea o espacial.
En el primer apartado, Schmitt señala que EE UU provee alrededor del 50% de las aeronaves OTAN dedicadas a estas misiones, pero que es razonable pensar que en un plazo de 3/5 años podrías consolidarse nuevas capacidades relevantes.
“La dimensión espacial es aquella donde el problema es más serio. No tenemos nada parecido a StarLink, creo que hará falta una década para configurar algo parecido y porque esos sistemas proveen información auténticamente crítica, por ejemplo para la detección de objetivos móviles en la distancia”, dice Spatafora, en un análisis que coincide con el de Schmitt.
Otra cuestión clave es la de la defensa frente a ataques con misiles y aéreos. Hay un amplio consenso sobre la necesidad de aumentar las capacidades en este segmento, crucial para neutralizar posibles ataques y en el que las capacidades europeas son limitadas, pero no lo hay sobre las modalidades.
Una veintena de países europeos se han agrupado en la European Sky Shield Initiative para impulsar capacidades de distintos alcances en este sector. “Pero hay ausentes notables, como Francia e Italia, que se oponen a la perspectiva industrial del proyecto, que favorece algunos sistemas no europeos como los Patriots estadounidenses o los Arrow-3 israelo-estadounidenses mientras hay soluciones europeas existentes o en desarrollo. Son elecciones consideradas incompatibles con el objetivo de la soberanía europea”, apunta Schmitt.
Tal vez, las señales que envía la Administración Trump conducirán a una reconsideración. Mientras, queda por delante una ingente tarea para constituir una defensa realmente eficaz y no hay un frente unido para ello que incluya a dos países muy relevante.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su puesta en duda del compromiso de defensa común de la OTAN ha puesto en cuestión incluso el vértice de la pirámide: el paraguas nuclear estadounidense que protege también a los aliados europeos. En Europa, solo Francia y Reino Unido tienen armas nucleares; aunque Londres no es del todo autónoma y depende del apoyo técnico de Washington.
En las últimas semanas, Alemania ha llegado a plantear que Francia comparta de alguna forma su paraguas nuclear con otros países europeos —algo inédito para Berlín— y ha abierto el debate sobre estas capacidades y, sobre todo de si esa capacidad de disuasión es creíble sin Washington. Francia tiene unas 300 ojivas nucleares que se pueden disparar desde submarinos y aviones; Reino Unido, unas 250—. Ahora, además, en plena era del rearme europeo, Polonia ha llegado a plantear que su país debe adquirir no solo armas convencionales modernas sino también nucleares mientras maniobra para que EE UU coloque en ese país algunas de las armas que tiene en otros puntos como Alemania, Italia y Países Bajos.
La pregunta que ha planteado Berlín también ha generado un gran debate político en torno a la respuesta nuclear y la doctrina francesa de proteger “intereses vitales”. Esos intereses siempre han sido vagos y ambiguos por cuestiones estratégicas, pero distintos lideres franceses han recalcado que esos intereses también cubren al resto de países de la UE.
Source: elpais.com