Nuria Romero Linde recuerda su vida desde los 15 años como una sucesión de dietas. “Perdía kilos con mucho esfuerzo y luego los recuperaba como si nada. Hasta que enviudé joven y con las niñas aún pequeñas y me fui definitivamente de peso”, cuenta esta abogada de Granada de 50 años. Hace 16 meses, pesaba 105 kilos con una altura de 1,65 metros. “Me planté y dije: ‘Es el momento para cuidarte de verdad de una vez. O lo haces ahora o ya será tarde”, añade.
El tratamiento con Mounjaro (tirzepatida) que sigue desde entonces, la dieta e ir aumentando la actividad física —”Antes, ni podía dar un paseo largo de los dolores que tenía en las rodillas”— han logrado que Nuria pese hoy 30 kilos menos. Pero a medida que adelgazaba, surgió un contratiempo imprevisto. “Me veía fatal de cara. La tenía como caída, hecha un pellejo, así que busqué ayuda porque no quería volver sentirme mal conmigo misma”, rememora.
El avance de los nuevos tratamientos utilizados frente la obesidad (Mounjaro, Wegovy, Ozempic…) ha hecho crecer el número de personas que se topan con la paradoja de que, a pesar de alcanzar el objetivo de perder peso, no se sienten bien en cómo esto se traduce en su rostro, que notan más envejecido y con la piel flácida. “Es un perfil que conocíamos de pacientes que se habían sometido a intervenciones de cirugía bariátrica. Ahora su número se ha multiplicado con los nuevos fármacos y el número creciente de personas que experimentan pérdidas de peso de 30 kilos o más en plazos de tiempo relativamente cortos”, explica Mar Serrano Falcón, facultativa especialista en medicina estética y que ha tratado a Nuria.
La cara Ozempic, como es conocida por estos especialistas, ha sido uno de los temas recurrentes en el congreso de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), celebrado recientemente en Málaga. Serrano Falcón ha presentado en este encuentro un trabajo titulado Importancia de los cambios morfológicos faciales tras la pérdida de peso, en el que destaca que el notable descenso de peso “provoca una pérdida acelerada de volumen en el rostro, un fenómeno conocido como Ozempic face, que se refiere a la pérdida de los paquetes grasos, aspecto de cara vacía, flacidez y deshidratación”.
Juan Antonio López Pitalúa, presidente de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), defiende que no hay que tener prisa a la hora de perder peso. “Estas situaciones son menos probables con descensos graduales. Es mejor programar la pérdida a un ritmo moderado, a razón de tres o cuatro kilos al mes, que perder ocho para ir más rápido. El organismo, pero también la imagen que percibe el paciente de sí mismo, tiene así más tiempo de adaptarse a la nueva situación y se reduce asimismo el riesgo del efecto rebote, la recuperación del peso perdido”, explica.
“Yo, de cuerpo, me veía mucho mejor. Bajé de la talla 52 a la 38, pero tenía como cara de enfermo, apagada. Y la gente me decía por la calle: ‘Oye, ¿te encuentras bien?”. No era el tipo de pregunta que esperaba Antonio Valiente Rivas, peluquero de 35 años en Churriana de la Vega (Granada), tras perder más de 30 kilos de los 105 que llegó a pesar midiendo 1,75 metros. “Al final, te preguntas si ha valido la pena, porque el aspecto de la piel es muy importante para sentirte bien. Mi abuelo decía que si una piel brilla es que tiene lustre, está bien cuidada, y tenía razón”, resalta.
Andrea Ciudin, coordinadora de la Unidad de Tratamiento Integral de la Obesidad del Hospital Vall d’Hebron (Barcelona), conoce bien el problema. “No es algo que nos tengan que decir los pacientes, lo ves cuando entran en la consulta. Pero no les ocurre a todos de la misma forma ni lo viven de la misma manera”, cuenta.
Para Ciudin, este no es asunto menor. “Como médicos, es importante que tengamos en cuenta los objetivos de los pacientes. Si te sientas con ellos y los escuchas, descubres que quieren mejorar su salud y su calidad de vida. El peso y los resultados de los análisis son una parte muy relevante de ello, pero también lo es que se vean y sientan bien. Una mala imagen de sí mismos es un punto negativo en el manejo de la obesidad”, sostiene.
“Yo me estoy gastando 400 euros al mes. Es dinero e imagino que mucha gente no puede, pero en mi caso y ahora mismo, considero que es el mejor gastado”, afirma Nuria Romero. Por su parte, Antonio Valiente bromea con otra paradoja con la que se ha encontrado tras recurrir a estos tratamientos: “La gente me dice que estoy más guapo, que se me ve mejor. Me pregunta si he ganado un poquito de peso”.
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Source: elpais.com