Virginia es una de las doce personas (11 mujeres y un hombre; nueve de ellas españolas y tres de Latinoamérica) que participaron en la investigación de Nereida Bueno-Guerra y Laura Tamés, de la Universidad Pontificia Comillas, llamada [Recomendaciones basadas en evidencia científica para parejas y amigos de adultos sobrevivientes de abuso sexual infantil]. De los testimonios de las víctimas han salido unas recomendaciones para amigos, familiares y allegados que se pueden consultar en las viñetas a lo largo de este reportaje. Es una especie de guía que ayuda a entender qué duele cuando una persona cuenta, una vez adulta, que ha sido víctima de abuso sexual infantil ― “¿Y cómo no lo paraste?”, “¿Por qué no lo contaste antes?”― y qué, en cambio, les ayuda y refuerza ― “Qué valiente eres”― para afrontar los diferentes procesos que atraviesan hasta sanar. Diferentes estudios científicos indican que una buena respuesta del entorno es un factor protector que ayuda a nivel clínico a la víctima y hace que en el futuro no vaya a desarrollar tanta sintomatología psicológica.
Los abusos no tienen por qué ser siempre violaciones, ni estar acompañados de violencia física, ni ser repetidos en el tiempo: basta una vez para generar un trauma. Tampoco tienen por qué ser cometidos por adultos, a veces puede ser un compañero de clase. En este reportaje, así como en la investigación de las dos profesoras de la Universidad Pontificia Comillas, las personas entrevistadas coinciden en que esos abusos les han “robado la infancia”. Lo explica Beatriz, que tiene ahora 53 años y sufrió abusos por su padre desde los 3 hasta los 12 años. “Cada vez que intento recordar algo de mi infancia, lo que me viene a la cabeza son los abusos, no las cosas divertidas que mis primos me cuentan que hacíamos”. Beatriz contó a su madre que el padre la tocaba. “Me creyó y me hacía dormir con ella. Se separó de mi padre a los dos meses, pero al cabo de un tiempo la embaucó pidiéndole que volvieran, le prometió que los abusos no se repetirían. Me pidieron permiso para volver. ¡Pero yo era una niña, qué iba a decir! Y más después de ver a mi madre llorar durante meses. Les dije que OK: a partir de ahí me callé y no volví a contar nada. Por supuesto los abusos siguieron y los asumí. ¡Qué iba a hacer con 10 años! Solo pensaba que en algún momento me haría mayor y saldría de allí”. No volvió a contárselo a nadie más, hasta que el trauma afloró. “No conseguía tener relaciones sexuales con mis parejas”, cuenta.
Source: elpais.com