Samaranch, ante la votación del COI: “No, no creo que sea favorito”

El mundo se desangra; Benjamin Netanyahu sigue asesinando niños; Trump y Putin se reparten Ucrania; Europa se deshace; las juventudes del mundo se movilizan, y en un resort griego, a las 10.30, Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), uno de los grandes poderes universales, somete a la votación de su concilio el único asunto de todo el día: “¿Hacemos un break coffee de media hora ahora o nos lo saltamos y hacemos ya a las 11 el lunch break de dos horas?” El resto de los informes presentados por los miembros son aprobados silenciosamente, un pequeño aplauso, después de que Bach los relatara y encomiara como un viejo profesor hace con los exámenes de sus alumnos en un aula apesadumbrado. Y, justamente, el peso desmedido del presidente con respecto a su asamblea —los 109 miembros restantes del club, príncipes y princesas coronados, CEOs de grandes empresas, políticos importantes, propietarios millonarios, exdeportistas admirados, provectos miembros— es una de las constantes del movimiento olímpico que prometen cambiar los siete candidatos a la sucesión de Bach, que deja el mando después de 12 años: todo el poder para la asamblea.

Y después del rapapolvo, unos golpes en el campo de golf del complejo, diseñado por José María Olazábal en las dunas del Jónico sereno o una simulación de las fuerzas en disputa en la elección recreando con maquetas en la playa vecina la batalla de Navarino, en la que, hace 200 años, las flotas aliadas de Francia, Rusia y el Reino Unido derrotaron a la alianza turco-egipcia que ponía en peligro la independencia de Grecia.

En la mesa presidencial, a la derecha del padre Bach, el español Juan Antonio Samaranch, vicepresidente ahora y uno de los candidatos mejor colocados en las apuestas con vistas a la votación del jueves, a partir de las 15.00. Silencioso en el sínodo, Samaranch no podría estar más de acuerdo con la necesidad de mayor democracia interna de un organismo a veces más preocupado por su propia supervivencia que por su misión. “Yo, si acabo siendo personalista, me avisáis, porque estoy convencido de que el rol del siguiente presidente tiene que ser un rol de coordinador general, coordinando muchos miembros del Comité Olímpico que tienen grandísimas, grandísimas habilidades y conocimientos”, promete Samaranch. “El COI es demasiado grande para una persona; tiene que ser un trabajo, sin duda, colectivo”.

De sus votos, depende el futuro del movimiento olímpico y su propio futuro, quizás. Todos, los siete —Coventry, Johan Eliasch, Morinari Watanabe, el príncipe Feisal, David Lappartient, Coe y Samaranch—, son conscientes de que las motivaciones de sus colegas votantes, más allá del apoyo a su programa o a sus promesas, giran en torno a la simpatía o antipatía personal, al mundo que representan: el antiguo, el de la nobleza olímpica con sus compromisos subyacentes de mantenimiento del viejo orden, o el nuevo, el rejuvenecido con más presencia de deportistas y de representantes de federaciones internacionales, con más vista en el business y el aggiornamento que en las tradiciones. Y todos han tocado todas las teclas, sabiendo, además, que 81 de los 110 miembros (tres cuartas partes de la asamblea) entraron en el COI después de 2012, elegidos en tiempos de Bach. Este número, síntoma de la renovación, de la puesta a la altura de los tiempos, el siglo XXI, es la principal fuerza de la candidatura de Coventry, campeona olímpica de natación en 2004 y 2008, la más joven de los candidatos (41 años), africana de Zimbabue, y sería la primera mujer presidenta de un organismo que durante años representó el orgullo de la masculinidad noble —un lord, dos barones y un conde han sido presidentes, y un industrial norteamericano que apoyaba el nazismo— y el antifeminismo, y en cuya composición las mujeres solo representan el 43%.

Si los medios hablan de una carrera de tres —Coventry, Coe, Samaranch—, el británico, presidente de la federación internacional de atletismo, solo habla de dos, él y “Juanito”, y se regodea con las informaciones de The Times de Londres, recordando que es hijo de su padre, y lo corrupto que este fue según el medio de Rupert Murdoch, y que no deja de ser un caballo de Troya de China en el COI. Cuchillos por la espalda que Samaranch despeja. “Tengo la gran suerte de haber nacido en España, en Europa, así que soy europeo pero latino porque llevo eso en la sangre, España. Me eduqué en Estados Unidos y viví allí muchos años. Incluso me casé en el Ayuntamiento de Nueva York con una mujer italiana, y conozco muy bien su país, China. He tenido la suerte de estar en contacto con tantas culturas y este cargo requiere eso. El COI exige ser verdaderamente universal”, relata a la televisión china, cuya periodista le recuerda lo popular que es su nombre en su país, cariñosamente Samaranchi, y cómo su padre trabajó para la admisión de China en el movimiento olímpico y para que se organizaran los Juegos en Pekín. “Bueno, no, en este momento no pienso en mi padre. Creo que tengo que concentrarme en el futuro y en ganar estas elecciones. Y eso no puede ayudar”.

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