J. D. Vance, el ariete de la estrategia de Trump

El vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, lanzó este viernes su enésima andanada contra los aliados europeos. Esta vez, rodeado de soldados estadounidenses, en la base militar de Pituffik, en Groenlandia, la isla bajo soberanía danesa que su Gobierno declara que. “Sabemos que con demasiada frecuencia nuestros aliados en Europa no han mantenido el nivel necesario de gasto militar y que Dinamarca no ha mantenido el nivel necesario de recursos para que esta base, nuestras tropas y el pueblo groenlandés estén sanos y salvos frente a incursiones muy agresivas de China, Rusia y otras naciones”, proclamó.

El mes pasado viajó a Múnich, días antes de las elecciones en Alemania, para acusar al Viejo Continente de albergar a un “enemigo interno” y de suprimir derechos fundamentales al limitar supuestamente la libertad de expresión de la ideología de extrema derecha. También arremetió contra Rumania por cancelar las elecciones del pasado diciembre tras ganar la primera vuelta un candidato prorruso con una financiación sospechosa. “Si su democracia puede destruirse con unos cuantos cientos de miles de dólares de anuncios digitales de otro país, es que no era muy fuerte para empezar”, opinó. Días más tarde, se lanzó a criticar los planes del Reino Unido y Francia para crear una fuerza europea que vigile el cumplimiento de un posible acuerdo de paz en Ucrania.

El vicepresidente fue también quien inició la dura humillación al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en el Despacho Oval el 28 de febrero, cuando él y Trump arremetieron contra el líder del país invadido por Rusia para acusarle de falta de respeto y demandarle “agradecimiento” por la ayuda militar que Estados Unidos le ha prestado ―muy a pesar de Vance― durante los tres años de guerra.

Su postura no es sorprendente. Trump eligió al senador por Ohio para la vicepresidencia con el objetivo de que reforzara su agenda y articulara el mensaje. Es un papel que ha cumplido con lealtad ciega desde el minuto uno. Y queda claro que comparte, como muchos otros en el Partido Republicano, la visión de su líder en política exterior.

“No creo que debamos retirarnos de la OTAN y no, no creo que debamos abandonar a Europa. Pero sí creo que deberíamos dar un giro”, subrayó en la Conferencia de Seguridad de Múnich.

El Viejo Continente no ha sido el único blanco de sus iras. Esta semana, mientras estallaba el escándalo en torno a la conversación de los altos cargos en Signal, visitó la base naval de Quantico para arremeter contra uno de los blancos preferidos de la Administración de Trump, las políticas de inclusión y diversidad. “Vamos a hacer todo cuanto esté en nuestra mano para convertirles [a los soldados] en la fuerza más letal que el mundo haya visto”, sostuvo. “No más cuotas, no más palabrería ridícula, no más sesiones de formación sobre diversidad”.

Aquella charla de grupo en Signal le encontró en Michigan, donde visitaba una empresa de plásticos, para lanzar un mensaje de apoyo a los aranceles y el proteccionismo que defiende Trump a capa y espada.

Sus posiciones han encontrado aceptación entre la base trumpista. La página de agregación de encuestas Real Clear Politics le adjudica una popularidad del 41,7% y una opinión negativa entre el 44,9% de los votantes desde la investidura de Trump. Son cifras más bajas que las de su líder, al que el portal otorga una aceptación media del 46,4% ―y una posición crítica del 49,7%―. Pero que representan una subida: cuando Trump le escogió como su número dos en julio del año pasado, solo un tercio de los votantes tenía una buena impresión de él.

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