Movimientos conservadores se hacen fuertes en la universidad pública

“Encontramos a diario en clase alumnos que dicen que, cuando un policía detiene a un tipo, hay que pegarle una paliza, darle un tiro. Que la presunción de inocencia no vale para nada, que la religión musulmana no es como la cristiana y no debería estar permitida o que”, prosigue Urías. “Y esas ideas no son constitucionalistas, digamos, no es gente de derechas. Es gente que está fuera de los valores democráticos. Y son muchísimos. Le pasa a muchas compañeras el día que toca explicar, por ejemplo, la igualdad de género. Se levanta gente en clase diciendo que son mentiras, gritando que son unas woke”.

La intención de Libertad sin Ira, dice Peláez, el presidente de la organización, es “defender la libertad de expresión, la pluralidad en las aulas y la promoción de la excelencia académica en la universidad pública” por lo que no muestra un interés especial en dar el salto a las privadas, aunque entre sus más de 200 integrantes hay inscritos de la San Pablo-CEU y la Francisco de Vitoria, “la Paquito”, de los Legionarios de Cristo. En las privadas es más fácil que estas asociaciones crezcan porque se dan las condiciones ideológicas: en el Estudio de opinión pública sobre los universitarios en España, de la Fundación BBVA, los alumnos de los centros de pago se autoposicionan en el 5,8 de 10 (siendo el cero la extrema izquierda), mientras que en la pública es el 4,6. Si se engloba a todos los universitarios, se sitúan en un 4,8 cuando en 2006 era el 4,1. El viraje a la derecha es evidente.

“Lo que se ha vuelto más conservador es Somosaguas, que es donde tenemos más presencia”, opina el venezolano Marcel Mastroiani, coordinador general de Libertad sin Ira, sobre el campus de la Complutense donde nació Podemos en 2014. “En Políticas es donde la gente se siente más oprimida. Empezamos allí porque había mucha gente que se sentía sola”, explica el presidente. Su web se abre con una frase muy categórica ―”La universidad es un lugar de debate”. En aparente oposición a “la censura, adoctrinamiento y señalamiento” de la que acusan a la universidad actual―, pero en privado reconocen que la tensión ha ido amainando, salvo algún incidente aislado en Políticas, cuando el invitado es muy conocido y el encontronazo se reproduce hasta la saciedad en las redes sociales.

Una barrera humana ha intentado impedir que diésemos una conferencia en la Universidad de Granada. Aunque haya sido necesario saltar por los aires la conferencia se ha celebrado. Ahora voy camino del hospital y mañana presentaré una denuncia por las lesiones. Gracias a las… pic.twitter.com/ceTTVUDudI

Los dirigentes de Libertad Sin Ira tampoco denuncian adoctrinamiento en las aulas, pero sí recuerdan cómo, al constituirse como asociación, fueron contando su plan a los profesores, hasta que “en medio del pasillo [Juan Carlos] Monedero empezó a insultarnos”. No tienen sede, se reúnen en cualquier lugar porque piensan que los grupos de extrema izquierda la destrozarían.

Si no fuera por su pulsera con la bandera de España, Peláez, que se considera “liberal” y está rodeado de amigos de izquierdas, no responde en absoluto al imaginario colectivo de un votante clásico de derechas. Lleva pendientes, corte de pelo a la moda… Cuenta que su padre, de “clase obrera” en Asturias, se “desloma” para que él curse Publicidad en Madrid. Por eso se ríe cuando les dicen “hijos de papá”. Mastroanni, que viste americana y que se autodefine como “más conservador”, se indigna: “Cuando nos llaman fascistas pienso: mis abuelos huyeron de Italia a Venezuela huyendo del fascismo. ¿Qué dices?”. Hace un mes ambos se jactaban en las redes de haber “conseguido introducir el régimen sancionador en la nueva ley de universidades [de Madrid]”. La noticia se acompañaba con una foto de Peláez y Mastroiani a la entrada de la Consejería de Educación con el director general.

Libertad Sin Ira tiene sinergias con otras asociaciones, como Estudiantes con la Libertad, presidida por Pablo Arévalo y con base en Valencia pero con implantación por toda España. La integran 400 personas y nació entre preuniversitarios como respuesta a la ley Celáa. “Creíamos en unos valores más liberales dentro de la educación”, cuenta Arévalo, maestro de Inglés y hoy alumno de Administración y Empresas. El colectivo organiza actos en los campus, como contra la nueva selectividad o la amnistía, pero aspiran a influenciar en todos los ámbitos. Llegó a hablar en el Senado. Con la dana centralizaron mucha ayuda del resto de las universidades españolas recolectada por estas asociaciones de derechas.

El valenciano Arévalo dice que hay “mucho sectarismo” en las aulas, pero reconoce que no en su comunidad. Remite a la Complutense ―donde sus amigos de Libertad sin Ira no la perciben― y a Cataluña, donde sigue habiendo escenas violentas de grupos independentistas radicales tras el Procès, como la quema de una bandera de España el pasado febrero. “Igual que el Procés ya no es tan activo en las calles ni en las universidades, ahora muchas de estas asociaciones ya no hablan de separatismo, sino de defensa de la lengua y de los países catalanes como algo identitario”, explica Andrea Llopart, presidenta de S’ha Acabat!, surgida en 2018 como respuesta ultra nacionalista española a la ebullición del independentismo catalán. Disponen de una sede en el centro de Barcelona, “los partidos políticos cuentan con nosotros para cualquier cosa” razona, y desde hace poco también en la Pompeu Fabra. Se resistían a ser un sindicato de estudiantes, “nos abrimos a todos los jóvenes, los que no estudian, los que trabajan…”, pero ahora tienen espacio y dos representantes en el claustro de la Pompeu.

Según el relato de Urías, a mañana siguiente de los hechos, durante un consejo de departamento, un estudiante presidente de una asociación ultracatólica le espetó: “Quien siembra vientos, recoge tempestades” y “los rojos fusilados fueron bien fusilados”.“Lo que me ha pasado a mí lo apoyan algunos estudiantes que se definen como de grupos más o menos constitucionalistas radicales”, asegura el profesor.

También las universidades son una obsesión para su alabado Donald Trump, que amenaza con retirar 400 millones a Columbia por una conducta “antisemita” (por apoyar la causa palestina y denunciar la matanza en Gaza) y las acusa de ser una factoría de comunistas. Urías es tajante: “Los alumnos están llevando a las aulas los comportamientos de las redes sociales: que la ciencia no vale para nada, que la autoridad del profesor es la misma que la de un estudiante, que los datos no son creíbles…”.

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