Mientras la banda toca a su espalda, el rockero se mete entre los espectadores apartando sillas para improvisar una pista sobre el césped. Trepa a un asiento y salta sobre la hierba donde empieza a contorsionar sin soltar el micro. Contagia su electricidad al público, una veintena de personas tan variopintas como sus pasos de baile: el twist de los señores de pelo cano, el cabeceo de la madurita mod, las manos cortando el aire de los más jóvenes… En el ecléctico grupo hay un empresario, una agricultora, un ingeniero; de 28 a 70 años, vienen de Almería, Ciudad Real o el País Vasco… En el chalé con jardín de Mezquitilla (Málaga) donde bailan cada uno a su bola ya es mediodía. Pero lejos de ser un after, esto es . Lo que les une es que todos son adictos. Incluido el cantante.
32 años, empezó a los 17 con la banda indie argentina Intrépidos Navegantes. Y con las rayas. Ha sido telonero para The Killers, Arcade Fire, Roberto Carlos o Fito Páez. En 2019 se mudó a Madrid, llenando en solitario salas como el Café Berlín o la Caracol, colaborando con Drexler o Soleá Morente… También se convirtió “en el más yonki de la noche madrileña”. Quienes le conocen, dicen que entonces era un personaje y ahora, una persona. Hay muchas anécdotas, las de siempre. “Rockerito de manual”, define su yo del pasado. También como un “tremendo hijo de puta”.
Encontró a Álvaro Bermejo, al que cuando le preguntas la edad dice “40 años, 13 limpio”. El director del centro de adicciones Iddem de Madrid abrió hace una década “una consulta donde dejar las drogas sin dejar de vivir”. “La recuperación tiene que parecerse a la vida, no entiendo que esté hiperreglada”, opina. “Claro que dejas de consumir, pero no pasa nada más. Lo gordo es construir una vida”.
Juan Pablo, 33 años, uno de los 16 ingresados (lleva dos meses), en el concierto ha sentido “una liberación”. En Berlín, donde trabajaba en Recursos Humanos, se perdió en “los búnkeres oscuros del tecno” y este concierto “luminoso” le ha parecido “un subidón autoconsciente” y “una inspiración”.
Araceli, zapatos a cuadros blancos y negros, chapas de The Jam y Small Faces, también lo ha gozado, aunque ha llorado por las letras, con un par de canciones. “Antes” era muy “conciertera” pero, aunque dejó el centro hace año y medio, solo le han dejado ir a ver a Alejandro Fernández con su madre y su hija. “Esto sirve como un tanteo”, dice, “hay que ir iniciándose en cositas”. A Chus, 59 años, le ha costado un poco más. Ha hecho mucha air guitar pero en las últimas canciones se ha sentado. Ha tenido “una foto negra”: un recuerdo malo de su época de consumo. “Me he visto demasiado arriba, como entonces, pero he sabido parar y esta tarde lo trataremos en terapia”.
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Source: elpais.com