El Real Madrid reina en la locura

Nadie mejor que Rüdiger, el loco Rüdiger, para cerrar otra función en el escenario delirante del Bernabéu sobre el que el Real Madrid ha venido construyendo una colección de noches imposibles. El alemán cabeceó un córner a seis minutos del final de la prórroga, la tercera ya del curso, y envió a su equipo a la final de la Copa del Rey del 26 de abril en La Cartuja de Sevilla, para la que espera un rival que saldrá de la semifinal de este miércoles entre el Atlético y el Barcelona. El Madrid doblegó en ese tramo límite que tanto domina a una muy notable Real Sociedad que rozó la gesta en un encuentro que se desbocó a partir del minuto 71.

El partido había alcanzado ese punto con 1-1 en el marcador y el Madrid clasificado. Pero después de un par de manotazos de la Real, se desparramó, y se sucedieron alternativas y seis goles hasta el broche de Rüdiger a la locura.

Muy lejos de como había empezado. La Real se había presentado a sacudir el Bernabéu con una noche grande, sí, pero no desde el comienzo. El comienzo era del Madrid, que no siempre sabe qué hacer con partidos a los que llega con ventaja. Entre que el equipo de Alguacil no apretaba con el ímpetu salvaje de Anoeta y la falta de urgencia del de Ancelotti, el encuentro no levantaba el vuelo. La pelota era del Madrid, pero la manejaba en un ir y venir sin filo. Ese letargo de apariencia inofensiva entraña un riesgo enorme para el Madrid. Lo controla todo, el equipo se acuna a sí mismo y de repente se encuentra con una flecha en el lomo.

Kubo peinó un centro entre Valverde y Lucas y dejó la pelota a la espalda del lateral. , que batió a Lunin. Fue apenas un chispazo en medio del dominio local, pero en un cuarto de hora la eliminatoria estaba de nuevo equilibrada. Entonces, como el Atlético en la Champions, la Real regresó a su posición de espera.

Para el Madrid, el punto de la eliminatoria se parecía a aquellos octavos, aunque no tanto. Había empezado la vuelta con ventaja, la había perdido muy pronto y el rival le había cedido el mando. Pero aquello sucedió en el Metropolitano, y esta vez discurría en el Bernabéu. Bellingham, acostumbrado a ejercer de despertador, elevó las revoluciones y el equipo empezó a cambiar las rutas de la pelota: de los rodeos cavilantes a las verticales rumbo a la portería.

Pero también en ese punto desesperado, despertó el Madrid. Era un momento muy suyo, una especie de tragedia autoprovocada tras mantener el control. Vinicius hizo algo que había hecho en otro instante perdido en el Etihad. Dejó correr un pase pegado a la banda y luego corrió él. Llegó a la línea de fondo, la puso atrás y Bellingham equilibró el cruce. Se había desatado la marabunta. Vinicius se encontró mano a mano con Remiro, pero el portero echó la ocasión a córner. Y de ahí salió el siguiente golpe, un cabezazo de Tchouameni que parecía terminar con la Real. Pero no se entregó y Oyarzabal envió el duelo a la prórroga con un cabezazo que dejó pasmado a Lunin. Y ahí, en ese territorio límite y desparramado, saltó Rüdiger, rey de la locura.

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