Ajmat, el ejército paralelo ruso que toma el relevo de Wagner en Ucrania

El jefe de Wagner, Yevgueni Prigozhin, murió de forma violenta dos meses después de su frustrada rebelión en 2023 contra Vladímir Putin —después de haber sido su hombre de confianza—, pero su fuerza de mercenarios no desapareció con él: miles de sus veteranos se pasaron a los batallones de su aliado frente al Ministerio de Defensa ruso, el presidente checheno, Ramzán Kadírov. Prigozhin, que regentaba una empresa de mercenarios y que fue elevando el nivel de sus críticas a la gestión de la guerra en Ucrania, falleció en un siniestro aéreo del que todo el mundo sospecha que fue un atentado. Pero sus reproches a Moscú siguen presentes en las conversaciones de sus antiguos soldados en un hospital, oculto en Lugansk (territorio del este de Ucrania controlado por fuerzas prorrusas), del regimiento Ajmat, nombrado así en honor al padre asesinado de Kadírov. “Si hay un hospital nuestro y otro del Ministerio de Defensa, todos intentan ir al nuestro porque nosotros no abandonamos a nadie”, defiende uno de sus médicos a este periódico.

“Somos un solo país. De Moscú a los Urales y al Lejano Oriente”, dice ataviado con una bata junto a sus compañeros Dobrynin, un enorme soldado de Ajmat que participó a mitad de marzo en la operación Tubería durante la reconquista de la ciudad rusa de Sudzha, en Kursk (región de Rusia parcialmente ocupada por las fuerzas de Kiev). Su unidad, formada por una treintena de soldados de asalto de Ajmat recién alistados bajo el mando de un exmiembro de Wagner, irrumpió entre los ucranios tras avanzar durante seis días por un gasoducto abandonado, sin luz y contaminado de gases y metales pesados. Los médicos se quedaron en shock al ver sus pulmones blancos en el escáner.

“Si no hubiera sido por nuestro tratamiento y por nuestra chuika [la bata médica], habrían desarrollado rápidamente fibrosis quística y cáncer de pulmón”, afirma el comandante responsable del hospital, Konstantín Florich, de apodo Bulia, moldavo y exmiembro de Wagner.

Bulia tiene a su cargo 115 heridos, nueve médicos y una lista de espera de más de 1.500 bajas. Uno de sus doctores remarca las diferencias con otras unidades: “Dimos con las dosis correctas y ofrecimos nuestra ayuda a los demás hospitales [de Defensa], pero solo uno cambió su tratamiento. Todos pensaban que estaban haciéndolo bien. Tuvimos que quitarles a los nuestros porque su condición se estaba deteriorando”, denuncia desde el anonimato.

En los cuartos del hospital cuelgan banderas con el rostro del padre de Kadírov y la calavera de Wagner. En una de las habitaciones descansan varios miembros de Rúsich, un grupo de reconocimiento de Wagner cuyo emblema es la runa del Sol Negro y que fue fundado por Yan Petrovski, un reconocido neonazi ruso. Uno de sus heridos es ecuatoriano.

“No había combatido antes, hablo poquito ruso”, nos dice Oriol, Águila en castellano. “Recibí formación militar en Ecuador. Vine por vocación, no por ideología”, explica tímidamente entre las bromas de sus compañeros. El militar fue enviado al frente en diciembre y poco después fue herido en una emboscada de drones en la batalla por Toretsk, donde perdió la audición.

Esta localidad, situada en el oeste de la región de Donetsk, es uno de los puntos más calientes de la guerra de Ucrania. Los drones no perdonan en esa devastada ciudad y en la vecina Górlovka, a una decena de kilómetros y poblada de civiles. Muchos soldados tratados en el hospital proceden de aquel frente.

Un cirujano, de apodo Diego, y la enfermera Malaya [Pequeña] extraen la metralla de la pierna del soldado Kiril Grómov, de la Cuarta Brigada Motorizada, una antigua milicia de Lugansk. “No me alisté por una cuestión de política o dinero, simplemente quería ayudar a los heridos”, explica Diego, médico militar desde hace año y medio. Ahora realiza una o dos intervenciones al día en la retaguardia, pero en la ofensiva por Bajmut, una de las más disputadas de la guerra, llegó a operar en plena batalla a una decena de heridos graves al día.

“En Ajmat no contemplamos la idea de que haya pacientes insalvables, soldados que sepan con seguridad que van a morir. Nosotros luchamos por todos, peleamos hasta el final por cada uno de ellos. Esto es lo que me gusta de esta unidad”, dice desde el anonimato el médico que atiende a Zuchara.

El comandante del hospital, Bulia, hace hincapié en que esta es la diferencia de Ajmat respecto a parte de las fuerzas armadas rusas: “Con Yevgueni Viktórovich [Prigozhin] era así, visitaba a los heridos y nos exigía que nuestra prioridad fueran las tropas de asalto. Que ellos fueran la gente VIP, no los altos mandos. Que si había 10 barritas de chocolate, nueve fueran para ellos y una para los médicos”.

Bulia asegura que esa filosofía ha continuado tras pasarse a Ajmat. “Me llamó por teléfono Apti Aranóvich [Alaudínov, el general de Ajmat] y me pidió que salvásemos a nuestros muchachos”. “Apti Aranóvich, Yevgueni Viktoróvich [Prigozhin], el abuelo Dmitri Utkin [comandante de Wagner, fallecido en el mismo avión que Prigozhin]… Son ese tipo de gente que va hasta el fondo y no lucha por el poder, son los comandantes competentes”, dice Bulia. “Esos son [los mandos] a los que aman los rusos”, agrega.

Los militares rusos inciden en que la amenaza de los drones, ya presente durante toda la guerra, se ha vuelto insoportable en los últimos dos meses. “Prácticamente no recibo heridos de bala, un 1% como mucho”, afirma el doctor Diego.

“Los drones provocan más de la mitad de las muertes”, señala por su parte Vasili, comandante de una unidad de drones de Ajmat y apodado Psij. “Cuando vi un dron por primera vez hace dos años, no sabía qué era. La guerra ha cambiado totalmente, es más aterradora”, agrega.

Su unidad se mueve de unas casas a otras en mitad de los pueblos para ocultarse de los Himars ucranios. En una reparan y modifican sus drones. “Matar a un solo enemigo puede suponer salvar a tres de los nuestros, más los costes que supone de entrenamiento, hospital o compensaciones a la familia”, dice Psij al explicar por qué es rentable atacar con un dron a un solo soldado rival.

El dron más peligroso es el de cable de fibra óptica”, señala por su parte otro mando de Ajmat, Fartobi. “No les afectan las medidas electrónicas”, agrega antes de explicar las únicas respuestas hoy contra este tipo de guerra: “Intentar pasar desapercibido o huir al bosque. Un piloto competente te hará correr con el equipamiento para cansarte antes de golpear”.

Nuevos reclutas participan en una sesión de entrenamiento en mitad del campo. Una de las bombas provoca un incendio en la hierba reseca. “¿Puedo decirte por qué me uní a la guerra?”, pregunta Volodia, apodado Tiopli [Cálido] y voluntario local desde 2014.

“Me uní cuando las fuerzas ucranias dispararon contra mi pueblo, contra mis dos hijos, allí no había combates”, afirma Tioplí. Once años después, su hijo mayor está a punto de cumplir los 18 años, la edad para hacer el servicio militar. “Me da igual el orgullo, no les deseo a mis hijos el destino que he tenido yo, estoy cansado”, dice este veterano de 45 años. “Para los ucranios era un moskal (despectivo de moscovita) y para los rusos un jojol (despectivo de ucranio). Todo esto podía haberse resuelto diplomáticamente”, lamenta.

Para Tioplí, el objetivo debe ser la paz, “no Kiev”. “Queremos vivir libres, pero esto también depende de Ucrania”, agrega por su parte Andréi, veinteañero apodado Student.

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