La madre asegura que, entre los pocos apoyos que ha encontrado este año figura el de Lourdes Verdeja, presidenta de la asociación cántabra Tolerancia 0 al Bullying. Verdeja, sin dar pistas que permitan identificarla, muestra el audio de wasap que le ha mandado esta mañana de abril otra adolescente. La chica se ha escondido en un baño de su centro para que no la oigan y, entre lágrimas, ha grabado un mensaje contándole que un grupo de compañeros ha vuelto a insultarla y a decirle que todos la odian. “Hay muchos Antonios”, dice Verdeja en referencia al chaval con parálisis cerebral al que otros estudiantes maltrataron mientras lo grababan, en el instituto Torres Quevedo de Santander, en un vídeo que se hizo viral en marzo. Su caso, , Extremadura, son ejemplos del grave problema que tiene España con el acoso escolar, y de la ineficacia del sistema educativo para atajarlo, reparar a las víctimas y corregir la conducta de los agresores. Ambos sucesos, sumados en el plano de la ficción al de la serie británica Adolescencia, emitida en Netflix, que narra el caso de un chaval de 13 años que asesina a una compañera de clase influenciado por los contenidos misóginos que circulan por internet, han generado cierto clima de alarma en torno a la generación que está recorriendo ahora el camino entre la infancia y la edad adulta.
¿Está justificada esa atmósfera? ¿Es fiel el retrato que va dibujándose? Los datos no parecen avalarlo, aunque sí incluyen algunas señales preocupantes, referidas especialmente a su salud mental, e incluyen un gran agujero negro; el aumento vertiginoso de los delitos sexuales cometidos por menores. Las causas abiertas por este motivo contra ellos crecieron un 74% entre 2018 y 2023. La Memoria de la Fiscalía General del Estado del año 2024 señala, al respecto, que los delitos por violencia sexual atribuidos a menores llevan casi una década en ascenso “si bien el mayor repunte se ha producido desde el año 2021, en una alarmante espiral que no para de crecer”. Los fiscales lo atribuyen, entre otros factores, al “acceso temprano a contenidos pornográficos inadecuados sin una adecuada educación sexual y en valores”. El uso sin filtros de dispositivos digitales individuales aparece una y otra vez en las explicaciones de los expertos y en los documentos consultados en este artículo como uno de los factores de riesgo específicos que afronta la actual generación de adolescentes.
Si se observa el total de causas penales abiertas contra adolescentes, la variación entre 2018 y 2023 es, en cambio, pequeña: suben un 5%. Las conductas antisociales, que abarcan tanto acciones delictivas (robar un bolso) como otras que no lo son (evitar paga el autobús), permanecieron estables entre 2018 y 2022, afirma Ana Villafuerte, investigadora de la Universidad de Cádiz, citando el análisis que realiza periódicamente Health Behaviour in School-aged Children (HBSC). Un informe auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recoge abundantes indicadores y tiene en España una muestra de 40.495 chavales de 11 a 18 años. De forma general, las conductas antisociales tienden a aumentar a lo largo de la adolescencia y descienden al final de la etapa como consecuencia, entre otros factores, señala Villafuerte, de que los chavales todavía se encuentran en un proceso de maduración cerebral ―su sistema límbico, responsable de las decisiones impulsivas, es similar al de los adultos, mientras que la corteza prefrontal, encargada de controlar dichos impulsos, todavía es inmadura―.
Y los casos de acoso escolar, de hecho, se han reducido en las últimas décadas. En 2002, un 24% de los chavales aseguraban haber sido maltratado por sus iguales al menos una vez en los últimos dos meses, según el HBSC, y el porcentaje se había reducido a la mitad en 2018 (último dato disponible). Un descenso notable que también encuentra, en este caso respecto a 2009, , en el que participaron 20.266 alumnos.
Que en su centro no haya empeorado el comportamiento no significa, matiza Del Moral, que no haya conflictos que alteran fuertemente la convivencia. Ni que cuente con todos los recursos necesarios para atender la complejidad de las aulas. “Pero la resolución de conflictos está mucho más centrada en el reconocimiento, la reparación y la disculpa que en la sanción, y eso tiene consecuencias en cómo nos relacionamos”.
“Entre muchos docentes cunde una sensación de desánimo y de cansancio; entienden que lo que hay son parches, y consideran que carecen de recursos para afrontar el problema”, afirma Aurora Cuevas, coordinadora de un estudio para la Fundación Cotec en el que han participado 26 centros educativos de seis comunidades autónomas. “No se entiende”, añade Toni Solano, director del instituto público Bovalar de Castellón, “que no haya educadores o trabajadores sociales en centros de secundaria Y que no haya asistencia psicológica suficiente para el incremento exponencial de problemas de salud mental. Si no nos anticipamos, esos riesgos se convertirán en problemas que normalmente solo se solucionan con unas expulsiones no se sabe bien a qué lugar”, señala.
Actuar eficazmente contra el acoso escolar es urgente, coinciden todos los entrevistados. Varios, advierten, sin embargo, que si la mirada de los adultos sobre los adolescentes se concentra solo en los episodios más crueles será más difícil que vean otras de sus necesidades que también son importantes para su bienestar. Como las horas que duermen, que se desplomó entre 2010 (cuando el 75% dormía las horas consideradas óptimas) y 2022 (cuando lo hace solo el 30%), según el HBSC. La falta de plazas públicas en FP y universidad, que impide a muchos, sobre todo de clases populares, estudiar lo que les gustaría. O que las ciudades apenas ofrezcan espacios para unos vecinos demasiado pequeños para empezar a ir a bares y demasiado mayores para continuar yendo a parques infantiles.
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Source: elpais.com