La fulminante inhabilitación política de Marine Le Pen por malversación de fondos públicos del Parlamento Europeo ha provocado una oleada de indignación entre líderes ultras de Europa y más allá. Desde Viktor Orbán o Santiago Abascal, a la Rusia de Vladímir Putin o los Estados Unidos de Donald Trump, todos parecen haber encontrado en la líder del Reagrupamiento Nacional a una mártir ideal de la “izquierda radical” de Europa, como la calificó el magnate de X, Elon Musk, otro que corrió a denunciar su condena.
“La acusación de que solo se investiga a un espectro político no es cierta”, subrayan fuentes de la Oficina Europea Antifraude (OLAF, por su siglas en inglés), que es la que, una vez recibida la denuncia de un fraude con fondos europeos, inicia las investigaciones y decide si hay caso, que procede entonces a traspasar a la justicia nacional de la persona investigada.
Ambos están o han estado también bajo la lupa de la justicia por hechos similares a los de Le Pen. Bayrou ya tuvo que pagar un alto precio político por el mismo escándalo que ahora sacude los cimientos del RN: en la primavera de 2017, el dirigente de la formación moderada MoDem entró en el primer gabinete de Emmanuel Macron como ministro de Justicia. Pocas semanas después, se vio obligado a presentar su dimisión, al igual que otras dos ministras de su formación, Sylvie Goulard (Defensa) y Marielle de Sarnez (Asuntos Europeos, fallecida en 2021), después de que la Fiscalía de París anunciara una investigación contra ellos por presuntamente pagar a colaboradores del partido centrista en Francia con fondos del Parlamento Europeo destinados a los asistentes de los eurodiputados.
Esta sospecha también le acabaría costando a Goulard el puesto de comisaria europea para el que fue candidata en 2019. El año pasado, la justicia francesa absolvió finalmente a Bayrou, años después de haber sobreseído el caso de Goulard. Pero las heridas siguen abiertas. Tras conocer la condena de Le Pen, el hoy primer ministro se declaró preocupado. Mélenchon sigue siendo investigado.
Y es que los chanchullos con fondos europeos —además de escándalos de pagos por cabildeo, como el Qatargate o la investigación ahora abierta contra Huawei, y un nepotismo descarado en prácticamente todos los niveles del hemiciclo— están más extendidos de lo que le gusta admitir a una Eurocámara incapaz, hasta ahora, de poner freno a estas prácticas.
Sobre todo para partidos pequeños con mayores problemas de financiación (o, como en el caso del RN, con dificultades para encontrar un banco que les fiara, lo que también le hizo en su momento mirar a Rusia), los fondos europeos, con miles de euros puestos a disposición de los eurodiputados —más allá de su generoso salario— para dietas y para contratar oficinas y a personal asistente, entre otros, pueden resultar una tentación para cuadrar las maltrechas finanzas internas o impulsar sus campañas en territorio nacional.
La única diferencia de este caso, apunta Nick Aiossa, de la oficina en Bruselas de Transparencia Internacional, es “el descarado alcance de la trama de malversación” —el tribunal que condenó a Le Pen y a otros 23 miembros de su partido estimó el daño total en 4,1 millones de euros — y que, en esta ocasión, “al final del proceso hubo justicia y rendición de cuentas”. Diversas fuentes coinciden en que el caso del RN de Le Pen es el más grave de fraude en la historia del Parlamento Europeo. Aunque, insisten, no es el único.
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Source: elpais.com