Alcaraz y Davidovich, de la mano y cara a cara en las semifinales de Montecarlo

Resurge Carlos Alcaraz y resuelve un viernes errático y tempestuoso frente a un francés, Arthur Fils, que viene con fuerza —ya es 13º del mundo con 20 años— y se las ha hecho pasar canutas. Increíble, pero lo salva el murciano, agobiado y triunfador pese a todo (4-6, 7-5 y 6-3, tras 2h 23m); presente por primera vez en las semifinales del Masters 1000 de Montecarlo, que aguardan además otra buena noticia para el tenis español porque al otro lado de la red estará Alejandro Davidovich, ese otro Davidovich que compite sobre la línea del término medio, lo correcto, sin la fluctuación de la ronda anterior contra el inglés Jack Draper y contundente ante el australiano Alexei Popyrin (6-3 y 6-2, en 69 minutos). En menos de cuatro meses, el malagueño ya suma las mismas victorias que en el ejercicio anterior (18) y celebra el cara a cara de este sábado (no antes de las 13.30, Movistar+) por una plaza en la final.

No atina con las opciones de abrir hueco que dispone con el 2-2 y luego Alcaraz se sobrepone a una situación prácticamente terminal, a un 0-40 con el 5-5; esto es, perdona, no remata y cuando eso sucede, el escenario suele dar la vuelta. Deporte y mente, ningún misterio a estas alturas. Salvado el pescuezo, el murciano se va a por todas. Seguramente, habrá una opción. Tiene el escudo abollado de tanto impacto y continúa sin jugar bien, sin llegar verdaderamente la inspiración, pero ahí que va ese globo de revés perfecto que le premia y otra reacción decisiva en el tercer set, a pesar de que también ha comenzado en falso, break en contra para él. Pero, recibido el enésimo golpe, se endereza e impone jerarquía. Tarjeta sucia, 41 errores, pero victoria al fin y al cabo. El local, 53, estalla y revienta la raqueta.

El australiano, también 25 años y 27º del mundo, tira del servicio para mantenerse a flote, pero al octavo juego pierde precisión, lo cede por primera vez y se trastabilla y cae a plomo. A duras penas lo intenta, pero ya no se levantará. A partir de ahí, clara cuesta abajo para él y el partido en la raqueta (y, sobre todo, en la mente) de Davidovich, que continúa templado, a lo suyo, reforzándose en el acierto y perdonándose en los errores. Pulcra actuación. Esa es la vía. ¿Qué sería de ser siempre así? Sabe que el rival está prácticamente rendido y que ahora solo él puede perderlo, así que mantiene el tipo y deja que el de enfrente se encharque entre el agotamiento. Y así es, se desespera el oceánico. Envía un bolazo al Mediterráneo cuando la brecha ya es grande en la segunda manga y se inclina mansamente.

Ese 4-0 es insalvable y puntada a puntada, el español remata una victoria que le devuelve a la penúltima ronda. Tras la emoción de la mañana anterior, de esas sacudidas psicológicas en la “montaña rusa” tantas veces vivida, sufrida, llegó la paz y la sonrisa, la rabia contenida. Cambio de chip, el modo zen. La mejor forma de pedir perdón, de perdonarse. Son ya tres, pues, las semifinales alcanzadas en este curso —Delray Beach y Acapulco antes— y una inyección anímica importante, que buena falta hacía después de lo sucedido ante el inglés Draper. Cuentas en mano, ya es el octavo mejor del año y escala del puesto 42 al 30. Tras los nubarrones, las buenas noticias.

Y dice cuando ya ha rebajado las pulsaciones: “Tenía que cambiar y lo he hecho. Lo que sucedió ayer no se podía repetir. Me he dado cuenta de que no quiero seguir así a lo largo de mi carrera; tengo que dejar de quejarme y ser más profesional, no mostrar tanto mis emociones. Y hoy he sido capaz de mantener la calma”. Así es Davidovich, finalista del torneo en 2022 e intentando ahora recuperar el punto dulce que tuvo en su día. En ello está. “El año pasado fue duro para mí, pero me hizo ser mucho más maduro y mejorar como persona. Cuando sientes eso fuera de pista, es mucho más probable tener un buen rendimiento”.

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