Excelentes en la destrucción, nulos como gobernantes

¿Hasta dónde llegará la demolición? ¿Alcanzará incluso a la destrucción de la democracia y las libertades públicas? La velocidad del asalto es vertiginosa. Los nuevos bárbaros son de una eficacia destructiva indiscutible. Nada representa tan bien la virulencia de su ofensiva contra el Estado federal, las instituciones públicas y las libertades civiles como sus ataques a los jueces, las universidades y los despachos de abogados. En Estados Unidos, como si fuera una dictadura, ya no están garantizados los derechos a no ser detenido arbitrariamente, a contar con un abogado defensor y a ser sometido a un proceso justo antes de cumplir una pena, como la expulsión o la deportación.

No se conoce, en cambio, ni una sola iniciativa constructiva que haya prosperado. La paz no ha llegado a Gaza ni a Ucrania, como Trump había prometido para el primer día de su presidencia. Su única y más comprometida acción militar, un ataque con misiles a Yemen, ha servido para demostrar la incompetencia e incluso la estupidez de la cúpula entera de seguridad, capaz de comentar y jalear sus hazañas bélicas en un chat comercial, como frívolos e irresponsables adolescentes en los que nadie puede confiar.

Solo dos obstáculos interiores parecen interponerse a la marcha hacia la autocracia. El primero es la alarmante reacción de los mercados ante la guerra arancelaria, junto a las preocupantes cifras de inflación que presagian una recesión. El segundo, y el de mayor trascendencia institucional, es el control judicial, en especial el del Tribunal Supremo, la última salvaguarda de la Constitución frente al camino autoritario emprendido.

Será crucial el momento en que la orden de un juez pueda suscitar la desobediencia de la Casa Blanca. Ante la falta de poder coercitivo de los jueces, un incumplimiento del Ejecutivo abriría las puertas a una crisis constitucional de consecuencias desconocidas. Con la justicia desautorizada y todos los poderes en manos de Trump, el país entraría en una mutación constitucional abiertamente autoritaria.

La propia OTAN debería actuar como un contrapeso si no quiere convertirse en algo semejante al desaparecido Pacto de Varsovia, donde todos sus miembros se hallaban sometidos a la férula del Kremlin. Motivos no faltan. y todos han sido despreciados por la negociación a sus espaldas entre Washington y Moscú del alto el fuego en Ucrania.

El brutalismo trumpista se acomoda muy bien alAplicado a la geopolítica, es dudoso que sea Estados Unidos quien saque provecho de la desaparición de las viejas estructuras. Trump quiere que “América sea grande otra vez” y ha anunciado “una nueva edad de oro”, pero vista la pobreza de sus ideas reaccionarias y la ineptitud adolescente de sus equipos, más bien parece que está cavando su propia tumba. Es la hora de China, pero también de las potencias medias emergentes y por supuesto de Europa, si hay suficiente voluntad política entre los europeos para aprovecharla.

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