En el primer plano, la gigantesca ofensiva arancelaria lanzada por Trump espolea un abrupto desacople de las dos economías, que intercambian bienes por un valor anual de casi 600.000 millones de dólares y servicios por otros casi 70.000, construyendo un inmenso entramado de intereses compartidos que constituía un fortísimo elemento de contención de riesgos y ha sido el gran elemento diferenciador de esta rivalidad con la de la Guerra Fría.
“El distanciamiento económico entre ambos no ha empezado ahora. No es algo que haya iniciado Trump. Pero, al menos de momento, Trump lo está claramente acelerando. Parece que nos adentramos en una fea guerra económica. ¿Significa esto que entramos en una fase más peligrosa de la relación entre EE UU y China? Creo que sí”, dice Robin Niblett, miembro distinguido del centro de estudios Chatham House —del que fue director— y autor de La nueva Guerra Fría (RBA).
“En la medida en la que siga avanzando el desacoplamiento, también la situación se hará más inestable porque los intereses compartidos que eran un freno irán desapareciendo”, coincide Dezcallar.
El balance de fuerza subyacente a la batalla que se encona es un retrato complejo. Estados Unidos mantiene un PIB superior al de China, y la ralentización de la economía china de los últimos años ha alejado la perspectiva de un sorpasso. Pero si se considera el PIB a paridad de poder adquisitivo, una relevante en la medida en que aclara la capacidad de hacer y producir cosas a escala nacional, el adelanto ya se ha materializado. Washington retiene ventaja en el ámbito militar y el empuje de extraordinarias empresas tecnológicas. Pero Pekín ha dado señales, a veces sorpresivas, de su gran capacidad de progreso, tanto en lo militar —por ejemplo, en el sector de las armas hipersónicas— como en lo tecnológico —por ejemplo, con el modelo de IA DeepSeek—. En conjunto, no cabe duda de que tiene la inmensa fuerza tractora de un país con una capacidad productiva descomunal.
La aparición de la china DeepSeek ha cuestionado la eficacia de esa estrategia. Y, ahora, las políticas de Trump están desatando una generalizada ola de desconfianza hacia Washington entre sus aliados históricos.
Mikko Huotari, director ejecutivo del Instituto Mercator para Estudios sobre China, señala la paradoja del momento: “Tal vez nunca hubo un momento tan propicio para una política conjunta de aranceles hacia China por parte de G7 y UE. Pero tal vez nunca hubo una situación de tanta desconfianza entre EE UU y sus socios. EE UU no aparece como un actor fiable, y la única palanca de la que dispone es el poder bruto y la coerción”, dice.
El tono de la visita a Pekín del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, encarna de forma evidente la realidad de que difícilmente Washington podrá contar con un dócil seguidismo de sus tradicionales socios europeos.
Naturalmente, no se trata de un cambio del blanco al negro. Es un giro matizado. Los europeos siguen teniendo un interés en que EE UU no quite de forma abrupta su paraguas de seguridad. Los aliados de Asia-Pacífico lo tienen de forma aun más acentuada de cara al desafío chino. Pero el cálculo de todos es reducir su dependencia de EE UU cuanto antes, lo que reducirá las palancas de influencia de Washington.
Esto es así por varios motivos, siendo tal vez el central el hecho de que, si bien China sufrirá un daño económico enorme si la guerra arancelaria sigue, EE UU puede a su vez verse desabastecido de productos esenciales que no tiene capacidad de producir internamente o hallar en otros sitios a corto plazo. El riesgo de ese cortocircuito es enorme. El recule de Trump en la aplicación de aranceles en un amplio abanico de productos tecnológicos anunciado ayer es tal vez un síntoma de las dificultades de EEUU para sostener su ofensiva.
“Creo que la guerra comercial que ha planteado Trump y la forma en la que la ha planteado es un error muy grave. Si el pulso se prolonga, hay un riesgo de que China recurra a los elementos de presión que tiene ante Estados Unidos; por ejemplo, el control casi monopolístico de las tierras raras o su posición como importante tenedor de deuda norteamericana en China”, señala Dezcallar.
Pero hay otras razones por las cuales China tal vez tenga el dominio de la escalada.
“Esta no es una batalla que se gana, sino una en la que hay que medir quién pierde menos. Y ese es un juego que Pekín puede jugar bastante bien. Esto tiene a que ver con los sistemas políticos. EE UU se está tornando más autoritario, pero tiene importantes fuerzas internas difíciles de controlar. China está mejor posicionada. No significa que el sufrimiento neto sea inferior, pero hay probablemente una mayor capacidad de soportar la presión”, dice Huotari. China es una sociedad con 1.400 millones de habitantes sometida a un férreo y creciente control por parte de las autoridades del régimen.
El caos y el sufrimiento vinculados a la escalada pueden, por otra parte, ir acelerando el mencionado deterioro del activo de las alianzas. “Parece plausible que EE UU vaya perdiendo la escala de sus alianzas y relaciones globales. Y, si eso se confirma, será una victoria para China”, apunta Huotari.
Dezcallar coincide en señalar que hay límites a la capacidad de China de aprovecharse del vacío, señalando tanto que es impensable una alianza con Europa —por la diferencia de valores— como por la permanencia de un interés estructural de las democracias asiáticas en tener una relación con Washington como contrapeso al gigante que tienen a lado. No obstante, sí cree que hay oportunidades de avances para Pekín. “Estoy convencido de que la acción de Washington abre nuevos espacios para China”, asevera, señalando por ejemplo posibilidades de incremento de influencia en el Sur Global, que Trump ya descuidó en su primer mandato.
“Creo que vamos hacia un desacople de las dos potencias que será acompañado por un diseño de esferas de influencia. Unas que no serán geográficas, como en la Guerra Fría, sino que van a ser esferas de influencia mucho más líquidas, más volátiles. Las veremos dentro de las sociedades, con partidarios de un tipo de relación con uno o con otro”, dice Otero.
Para el resto del mundo, esta dinámica de acrecentada tensión incrementa el espacio para sacar partido de la competición entre superpotencias con hábiles juegos de triangulación, intentando obtener concesiones de uno y de otro.
El actual deterioro de las relaciones chino-estadounidenses no tiene por qué implicar de forma automática repercusiones de carácter militar.
Sin embargo, no puede descartarse que el aumento de la tensión en el sector económico produzca una incómoda desestabilización. Taiwán, por supuesto, es el principal punto de fricción.
“Yo pienso que la pugna comercial es una historia separada de los asuntos militares”, prosigue Huotari. “Pero, en una situación en donde ambas partes están en alerta, basta una gota para que haya una escalada. Así que veo riesgos significativos de un contagio de las tensiones comerciales sobre la más amplia cuestión de la seguridad en la región”, concluye.
Niblett, que por lo general cree que no hay que proyectarse en escenarios apocalípticos, advierte no obstante de que, “cuanto más tiempo pasa, más la cuestión de Taiwán se convierte en un problema, más China se hace militarmente poderosa y mayor es el riesgo de alguna clase de conflicto”.
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Source: elpais.com