Regreso al infierno de Krivói Rog, la mayor matanza de niños en tres años de barbarie rusa

Ocurrió el pasado día 4. Aquel estruendo arrancó de cuajo la vida a 20 personas; nueve de ellas, niños. Hubo más de 70 heridos, muchos de los cuales siguen hospitalizados. Según los registros que guarda la oficina de Naciones Unidas en el país, nunca en los tres años de invasión a gran escala rusa hubo tantos menores de edad entre las víctimas mortales por un ataque. El culpable se llama Rusia. El ejecutor fue un Iskander M con ojiva de racimo, esto es, un misil balístico hipersónico que hace explotar subbombas a pocos metros de altura del objetivo para dispersar el daño.

Krivói Rog (600.000 habitantes antes del inicio de la gran ofensiva rusa), en la provincia de Dnipró, es una de las principales arterias de la potente minería e industria de Ucrania —acoge la sede en el país del gigante de la siderurgia ArcelorMittal—. Con Mariupol ocupada y Zaporiyia diezmada por el golpe diario de la artillería rusa, Krivói Rog se ha convertido en un bastión de la metalurgia, con un potencial formidable durante la guerra y también para la posterior reconstrucción, si la paz llega un día.

Cuenta también que Krivói Rog, ciudad natal del presidente del país, Volodímir Zelenski, siempre fue objetivo; que el ejército ruso llegó a estar al inicio de la gran invasión a apenas 200 metros de la urbe. Resistieron la embestida y ahora, la línea de frente se encuentra a unos 55 kilómetros. Los ataques son constantes. Dos días antes de la matanza en el parque, otro misil balístico mató a cuatro personas; en marzo fueron seis las víctimas mortales en el bombardeo de un hotel. Pero ahora, tras la muerte de tantos niños, la ciudad se ve diferente. “La gente está conmocionada”, afirma Vilkul.

Con su suegra de camino al hospital, regresó a su domicilio. No estaba bien, no oía bien, se encontraba mareado y le brotaba sangre por una herida en la frente. Salió de nuevo para ser atendido e ingresado. “Tardé 23 horas en volver a ver a mi hija”, cuenta. “Cuando la vi, me puse de rodillas y la abracé”. La cría aguarda estos días en casa de unos amigos, mientras la pareja Kalinichenko trata de saber de dónde sacará el dinero para recuperar su hogar.

Una de ellas se llama Liliya Snizhko y ha cumplido, unos días después del ataque, 53 años. Dice que eso, la vida, es su mayor regalo. Está postrada en una cama en el Hospital número 2 de Krivói Rog. Cada frase parece un martirio. Le cuesta moverse. El misil le destrozó una pierna. Parte de su propia carne se quedó bajo la silla una vez que fue rescatada. “Estaba precisamente hablando con mi amiga de mi cumpleaños y de pronto todo cambió”, relata con la mirada perdida. “Mi cabeza no podía entenderlo, tenía dolores y no podía entender”, prosigue Snizhko, madre de dos gemelos de 16 años, una niña y un niño. En el caos, unos segundos después del estruendo, su móvil sonó. Era su hija: “Estoy viva’, le dije, pero por mi tono supo que no estaba bien; le gritaba porque no oía”.

Rememora algo que se le quedó clavado en el corazón. Hubo una segunda alerta. Rusia bombardea en ocasiones poco después del primer ataque y mientras las emergencias están trabajando. Un hombre se acercó a la mujer y la apartó del restaurante porque olía a gasolina. “Me dijo”, recuerda Snizhko, “que, si volvían a bombardear, él me cubriría con su cuerpo; no sé por qué lo hizo”. Unos minutos después, un joven amigo de su hijo la trasladó al hospital. Lo tiene difícil. Insiste el equipo médico en que su cirugía es complicada, que necesita especialistas de otro país. Ella llora porque, tras la adrenalina de los primeros días, ahora es más consciente. “Solo pido a dios que me dé paciencia. Nunca debió ocurrir, dejad que hablen y negocien”, pide.

Bielikova guarda en su cabeza cosas como la costumbre que tienen los niños y padres que frecuentan el parque de pasarse por el Rose Marine para pedir agua o ir al aseo. Algunos de ellos perecieron en el ataque. También cómo una madre regañaba aquella tarde a su hijo por arrancar flores. El pequeño es una de las víctimas mortales. O aquel cliente habitual, de los que pasan a diario, que ese mismo día 4 fue para tomar algo, pero ella le dijo que volviera a casa, que tenía mucha gente. No le hizo caso y perdió la vida. “Escuché la alerta, sí”, cuenta esta mujer mientras se incorpora sobre la cama, “pero el misil cayó así”, añade con un chasquido de los dedos.

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