El Barcelona de Flick tiene un objetivo: silenciar el Muro Amarillo del Borussia Dortmund, la grada en la que nadie se sienta y todos cantan

Ruge, zumba, tiembla como una colmena de abejas. Incansable antes, durante y después del partido. No importa el rival ni el resultado: la Südtribüne, la tribuna sur del Signal Iduna Park —nombre comercial del histórico Westfalenstadion, construido en 1974—, es un acto colectivo de fe, pertenencia y resistencia. Con capacidad para 81.365 personas, es el mayor estadio de Alemania. Allí, el Muro Amarillo (Gelbe Wand), una grada que se asemeja a una imponente pared vertical viva, reúne a 24.457 aficionados del Borussia Dortmund que inundan de amarillo y negro el estadio. En cada encuentro constituye el jugador número 12 del Dortmund, intimidando y generando un infierno para cualquier equipo rival. Este miércoles, cuando el Barcelona cruce el túnel en la vuelta de los cuartos de final de la de Champions, será probablemente lo primero que vea. El objetivo culé, con el 4-0 de la ida en el bolsillo, será silenciarlo. Pocos, o ninguno, lo han logrado.

Un par de horas antes del inicio del partido, los aficionados ya se reúnen. Entran por diferentes bocas, como la 12 o la 13. No tienen asientos asignados, pero todos se colocan, saben cuál es su sitio: la gran mayoría son abonados, y llevan asistiendo al campo décadas. Es la zona más grande de pie de toda Europa, y aunque en los partidos internacionales, por normativa de la UEFA, se reduce el aforo a 16.000 aficionados y se colocan asientos —la instalación puede durar dos días—, nadie se sienta. Tampoco puede sacarse el móvil para grabar. Todo ello forma parte de su manera de comprender el fútbol.

Cuando empieza el partido, la afición late con una intensidad casi religiosa. Unidos por la lealtad a los colores —el año pasado el promedio de espectadores fue de 81.365—, desatan un espectáculo de tifos y cánticos, con el grupo ultra más representativo llamado The Unity. Con un cancionero amplio, Heja BVB es uno de los himnos más tradicionales, aunque Wir halten fest und treu zusammen (Nos mantenemos unidos, firmes y fieles) es el oficial. También se canta You’ll Never Walk Alone, como ocurrió al unísono junto al Liverpool en el aniversario de la tragedia de Hillsborough, gesto que valió a ambas aficiones el premio FIFA a la mejor hinchada en 2016.

No fue el único reconocimiento. En 2019, la UEFA otorgó al club el galardón Equal Game al Dortmund por su lucha contra el racismo, la extrema derecha y por su política de integración de refugiados. Porque al lema “Echte Liebe” (amor verdadero) se suma una historia marcada por la clase obrera de Dortmund, en el corazón del antiguo Ruhr industrial, forjado por las fábricas y minas de acero y carbón, donde nació el club en 1909 cuando un grupo de jóvenes se separó del equipo de su iglesia local para fundar un club propio. La afición es aún heredera, con resquicios de lo que fueron, y lo que tratan de ser hoy en día: un vestigio y bastión de la autenticidad del deporte que se aleja de la mercantilización del fútbol moderno.

El Muro ataca y defiende. No es un fenómeno estético ni acústico: es la manifestación de una comunidad que grita hasta empujar el balón a la red. Ya en la ida, unos 2.500 aficionados del Dortmund se hicieron sentir en Montjuïc, en un ambiente desangelado por la ausencia de grada de animación. Este martes, el Barça se topará con el Muro Amarillo en su versión más temible. El marcador es más que favorable para los culés, pero el Muro nunca perdona: esta temporada el club alemán ha perdido cuatro partidos de los 20 que han jugado en casa, uno de ellos contra el Barcelona. Y aunque el Dortmund pueda caer, su hinchada no se rompe. Siempre está ahí. Viviendo el fútbol de amarillo. Y de pie.

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