Harvard planta cara a Trump: “Habrá que librar una gran batalla para defender la libertad académica”

“Lo que está pasando en Harvard, en Columbia y otras universidades no tiene precedentes en la historia de EE UU. Lo que busca el Gobierno es la subordinación, el sometimiento, y eso es terrible y hay que resistirse. Estoy muy contento de que la Universidad de Harvard y la Universidad de Princeton y otras más [como Stanford y Yale, que apoyaron el martes el plante], lo hagan. Me alegra mucho que los responsables de la educación superior parezcan estar uniéndose con más fuerza en la defensa de la autonomía educativa y la libertad académica”, dice Kendall Kennedy, profesor de Derecho y codirector del Consejo de Libertad Académica de Harvard, una suerte de sanctasanctórum de la institución, que el miércoles registraba una actividad a medio gas, en parte por los días festivos, pero también, y sobre todo, por el recelo a cualquier exposición mediática.

El episodio de Harvard es el punto culminante, por ahora, de la ofensiva a sangre y fuego de los republicanos contra las universidades de élite desde que los campus empezaron a hervir de protestas contra la guerra de Gaza, en octubre de 2023, . David Pozen, profesor de Derecho de Columbia, pone las luces largas para explicar el conflicto. “Vista en retrospectiva, esta escalada era predecible. El vicepresidente [J. D.] Vance pronunció un discurso en 2021 titulado Las universidades son el enemigo. El Proyecto Esther de la Fundación Heritage [el disco duro del trumpismo] aboga por el uso de tácticas antiterroristas para ‘perturbar y degradar’ el activismo estudiantil en nombre de la lucha contra el antisemitismo. Aun así, la velocidad y la escala de los esfuerzos del presidente Trump para derribar la educación superior han sorprendido a muchos”, subraya el constitucionalista.

Tras el rechazo de Harvard, la universidad donde da clases Pozen pareció cobrar ánimos para oponerse también a las demandas de Washington, ante las que claudicó a finales de marzo aunque la negociación continúa. Menos de 12 horas después de Garber, la rectora en funciones de Columbia —la crisis de los campus ha arrollado a sus dos predecesoras— prometió rechazar cualquier acuerdo que erosione su independencia. El Gobierno había amenazado previamente con , entre otras, endurecer las normas que regulan las protestas, que guardas de seguridad privados del campus puedan detener a estudiantes molestos o una auditoría externa sobre departamentos ideológicamente sensibles, como el de Estudios de Oriente Próximo.

Revocar el estatus libre de impuestos de las universidades rebeldes, en las que Trump ve “una enfermedad inspirada por motivos políticos, ideológicos y terroristas”, una dolencia en la que caben el supuesto antisemitismo y el ideario woke, es una pretensión difícil de llevar a la práctica. Según la legislación, la mayoría de las universidades están exentas del impuesto federal sobre la renta porque se considera que “funcionan exclusivamente” con fines educativos públicos (aunque sean instituciones privadas). En opinión del profesor Pozen, “Trump no tiene autoridad para revocar la exención fiscal de Harvard. El Código de Rentas Internas ha eximido durante mucho tiempo a instituciones educativas como esta del pago de impuestos federales sobre la renta, y solo el Congreso puede cambiarlo”. La pretensión de Washington, subraya, “es solo la enésima amenaza anárquica de una Administración anárquica”.

En su castigo a Harvard, cuajada esta primavera de escuálidos cerezos y gigantescas magnolias vencidas por el peso de sus flores, la Administración republicana se ha saltado requisitos, como la celebración de una audiencia para determinar si verdaderamente, como aduce, la universidad violó el título 6 de la Ley de Derechos Civiles, que prohíbe la discriminación. Congelar los dos millardos a Harvard le ha salido gratis, sin aportar pruebas de irregularidades. En su cruzada contra lo que denomina antisemitismo en el campus —a menudo, simples eslóganes en favor del alto el fuego en Gaza o de la población palestina—, impera la misma ausencia de pruebas: los estudiantes detenidos por su participación en las protestas del año pasado son acusados, sin más, de alinearse con los terroristas de Hamás o Hezbolá. El Departamento de Educación ha abierto investigaciones con este pretexto a más de 60 facultades y universidades, mientras el Estado escruta la huella digital de alumnos sospechosos y ha abierto la veda para la caza y deportación de activistas. Al menos 1.024 estudiantes de 160 facultades han visto revocados o finalizados sus visados desde finales de marzo.

El profesor Kennedy coincide con el sentimiento de orgullo de la joven Hann, no en balde Harvard es la primera gran institución del país que planta cara abiertamente a la Administración republicana, pese a que en la línea de tiro de la Casa Blanca, sometidos a coacciones y amenazas, se han visto también grandes firmas de abogados, medios de comunicación e incluso jueces federales. “El lunes estaba en mi oficina cuando recibí el correo electrónico [de Garber]. Sabía que iba a ser sobre la respuesta de la universidad y lo empecé a leer con una tremenda ansiedad, porque no sabía lo que iba a decir. Pero cuando vi esa frase que dice: ‘Básicamente, no vamos a acceder a las demandas del Gobierno´, grité de alivio. La moral de esta universidad subió enormemente. Creo que hay mucha gente aquí que se siente tremendamente solidaria con Garber y que va a hacer todo lo que pueda para proteger la libertad académica”, cuenta Kennedy, “pero insisto en que habrá que librar una tremenda batalla”.

Con las espadas en alto, resulta difícil imaginar cuál será el siguiente movimiento, si un armisticio o la guillotina, porque, además, la propia velocidad de los acontecimientos añade dimensión al conflicto. El periodista y escritor Peter Beinart, judío muy crítico con la ofensiva militar israelí en Gaza, contaba el miércoles en una llamada por Zoom que recientemente fue invitado a presentar su último libro (Being Jewish After the Destruction of Gaza, Ser judío tras la destrucción de Gaza) en la facultad de Teología de Harvard, en el marco de un programa llamado Iniciativa de Religión, Conflicto y Paz. “Sucedió algo extraño, entre el momento en que me invitaron y el momento en que di la charla, el programa fue cancelado, y el fantástico profesor que me invitó no seguirá en su puesto. Fue el resultado de la presión de la Administración de Trump y de los donantes y elementos de la comunidad judía estadounidense que afirman que este programa es parcial y unilateral, que se centra mucho en Israel y Palestina”.

Para Beinart, es el argumento vicioso que se utilizará “para destruir programas académicos o tomar el control de las universidades por parte de la Administración, por otras fuerzas que quieren empujarlas hacia la derecha”. La contradicción con mayúsculas: censurar opiniones para que las universidades tengan, como demanda la Administración, “más diversidad de puntos de vista”.

Beth recuerda cómo, en la reciente protesta en apoyo de Harvard de los vecinos de Cambridge, pegado a Boston, participaron a título personal y discretamente muchos profesores del claustro. “El alcalde se sumó a la protesta, también varios colegas de Harvard, obviamente fuera del recinto del campus, una concentración así en su interior sería munición para el Gobierno”. En un aparte, en una librería de la ciudad, uno de esos colegas, amparado en el anonimato —rehúsa decir su nombre y la especialidad que enseña—, no se ahorra calificativos para la ofensiva republicana. “Es puro fascismo, parece mentira que no hayamos aprendido de la historia. O incluso de la actualidad, de lo que está pasando en Hungría, Italia o la India: tendencias dictatoriales, que arrasan toda disidencia a su paso. Eso es lo que nos espera si no plantamos cara a las amenazas, al chantaje más vil que pueda imaginarse, porque compromete el futuro de nuestros estudiantes y, por tanto, el propio futuro del país”.

Tras meses, casi año y medio, de completo silencio, el frente del rechazo académico a la Casa Blanca cobra fuerza. Harvard ha dado el primer paso, pero rectores de otras universidades también se están manifestando frente al rodillo implacable de Trump. “El de Princeton ha dejado claro que su universidad está dispuesta a enfrentarse a la Administración. El presidente de la Wesleyana ha sido muy franco en su defensa de la autonomía académica y en sus críticas a la Administración. Harvard no está sola. Pero es distinta. Es la universidad más conocida, la más rica, y si pretende prevalecer sola, va a fracasar. No podemos hacerlo solos, vamos a necesitar aliados”, concluye Kennedy.

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