El tiro de Fede Valverde, más que un tiro fue un desahogo, un latigazo para reventar la gran bola de la frustración, enorme después de la no remontada contra el Arsenal. El uruguayo cazó el enésimo intento fallido, dos regates de Brahim en el área, y encajó la pelota en la escuadra: sacó premio del penúltimo resto de frustración derramado por un equipo confuso. El gol del uruguayo que rindió a un Athletic serio y poco amenazado en el añadido mantiene al Real Madrid en la carrera por la Liga que sigue abriendo el Barça, cuatro puntos por delante después de su remontada límite contra el Celta el día anterior en Montjuïc, con un penalti de VAR incluso más tardío que el gol de Valverde.
Todo cuesta en este tramo final, y más a un Madrid sin más plan que la agitación de Vinicius, el último rebelde, desatado desde el comienzo, el último portador de la bandera del orgullo. Hay dos mundos en este equipo: la planicie y el empeño infinito del brasileño.
Con ese rival, el Athletic vivió muchos minutos con la misma comodidad que sentía al presentarse en el Bernabéu con todas las tareas en orden. El equipo de Ernesto Valverde vuela en su mejor curso desde hace algo más de una década, aquel curso en que acabó cuarto en la Liga con el mismo técnico. Y en esa posición marcha ahora de manera relativamente cómoda, recién clasificado además para las semifinales de la Europa League. Derrotó el jueves al Rangers en su campo con un once y aterrizó en Chamartín con otro en el que solo repitió Berenguer. Todo le funciona al Txingurri.
Para resistir al último campeón de Europa no necesitaba la primera unidad. Ni siquiera le hacía falta la pelota. La tenía el Madrid, que a veces parece lo peor que le puede pasar. Se volvió a atragantar. Se le hace bola en un ir y venir moroso y sin filo, incluso cuando coinciden en el campo los dos creadores del grupo, Modric y Ceballos. Daba igual. El Athletic miraba y el Real merodeaba.
El Athletic seguía tranquilo. El Madrid no soltaba la pelota, pero la manejaba a ritmo de nana. Estaba más vivo sin ella. Persiguiéndola con el formidable Tchouameni. O corriendo después de recuperar, como en la contra que empezó con un taconazo de Vinicius en su campo, siguió con una carrera larguísima de Camavinga y terminó con un tiro del francés despejado por Unai Simón, su primera parada. El francés actuó en la izquierda de la defensa en una noche que el Madrid afrontó con dos centrocampistas en los laterales. En el derecho estaba Valverde.
Ahí se abrió un poco un encuentro estancado. Tanto se abrió, que lo siguiente fue una parada de Courtois a un tiro de Unai Gómez. Pero el Real había levantado un poco las compuertas del equipo de Valverde. Entonces, Ancelotti retiró a Ceballos e introdujo al insaciable Endrick. En el primer lance, un pase filtrado de Modric casi conecta con una carrera al área del brasileño.
Ese fue también el momento que escogió Valverde para abandonar la contemplación. Entraron Iñaki Williams, Sancet y Maroan, y el Madrid pasó a tener a su espalda una preocupación que hasta entonces no le había inquietado.
La carga seguía, y al Bernabéu, pese al disgusto del miércoles contra el Arsenal, aún le quedaba algo de la vieja fe en los prodigios. Cuando se anunciaron siete minutos de añadido, respondió con un rugido, como la loca noche del City. El equipo, aún vivo, siguió agitando. Hasta que Valverde reventó la desesperación y alargó un poco más la Liga.
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Source: elpais.com