Muere el papa Francisco, un vendaval social y reformador en la Iglesia

El papa Francisco ha fallecido este lunes a los 88 años, según ha anunciado el cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo del Vaticano, el cargo que tras la muerte de un Pontífice asume la autoridad en la sede vacante. La Santa Sede lo ha hecho público a las 9.52 con un comunicado: “Hace poco, su eminencia, el cardenal Farrell, ha anunciado con tristeza la muerte del papa Francisco, con estas palabras: ‘Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7.35 de esta mañana, el obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados. Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del Papa Francisco al infinito amor misericordioso del Dios Uno y Trino”. En Roma, ya suenan las campanas de luto en todas las iglesias. El Vaticano prevé exponer el cuerpo del Pontífice a partir del miércoles en la plaza de San Pedro, para el último saludo de los fieles. Tras el funeral, cuya fecha aún se debe determinar, el cónclave para elegir al nuevo Papa será en la primera semana de mayo. El calendario preciso se conocerá en los próximos días.

Francisco, que salió del hospital el pasado 23 de marzo tras una larga hospitalización de 37 días por una grave neumonía, apareció en público por última vez este domingo en la plaza de San Pedro, para dar la tradicional bendición Urbi et orbi. Se le veía notablemente fatigado, apenas podía hablar y solo deseó una feliz Pascua a los fieles. Luego dio una vuelta por la plaza en el papamóvil, una escena que ahora se convierte en su despedida de la multitud. Su último encuentro conocido fue con el vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, a quien recibió en una audiencia privada. Francisco era un severo crítico de la Administración de Donald Trump, arropada por el catolicismo ultraconservador de EE UU, y en el momento actual una de las preguntas decisivas que ahora queda en el aire es cuál será la actitud del próximo Pontífice.

Para el sector más conservador de la Iglesia, ha ido incluso demasiado lejos, y se ha abierto un auténtico frente contra él, que lo ha visto prácticamente como un peligroso Papa populista de izquierdas. Pero las enormes expectativas que despertó también han desilusionado en ocasiones a los más progresistas, que esperaban cambios más profundos en la reforma de la Curia, el aumento de la colegialidad en las decisiones, la ordenación femenina o en doctrina sexual. En uno de los problemas clave, la lucha contra la pederastia, se ha implicado a fondo con normativas y decisiones drásticas ―hizo dimitir a toda la conferencia episcopal chilena―, pero el resto de la jerarquía, los obispos de cada país y la burocracia vaticana no siempre le han seguido y han opuesto resistencia.

Han sido 12 años que han supuesto una revolución en muchos ámbitos en la Iglesia, empezando por el hecho de que durante nueve años convivieran dos pontífices, hasta el fallecimiento de Ratzinger el 31 de diciembre de 2022. Esta situación dio mucho que hablar y debatir en su día, pero el tiempo ha demostrado que apenas causó problemas. Y ha sentado un precedente.

Lo cierto es que tan solo con su elección Francisco fue el primero en muchas cosas: primer papa americano, primer papa no europeo desde el siglo V, primer papa jesuita, y el primero en llamarse Francisco, una elección de nombre que ya lo dijo todo. Ningún pontífice antes se había atrevido a llamarse como un santo radical que se enfrentó a la pompa vaticana y dedicó su vida a los pobres. Lo eligió por las palabras que le dijo el cardenal brasileño, Claudio Hummes, al abrazarle tras su elección como pontífice: “No te olvides de los pobres”. Francisco no lo ha hecho, y también ha sido alérgico a los usos y costumbres tradicionales de los papas, buscando la sencillez y el trato directo.

La dimisión de Ratzinger volvió a poner a la Iglesia en la misma tesitura, y en esa ocasión Bergoglio fue elegido rápidamente. Tenía 76 años y se intuía ya que su pontificado sería breve, pero se buscaba un periodo de ímpetu reformador. La revolución de Francisco se tradujo principalmente en lo social y en su abierta crítica a los la más directa de un pontífice hasta ahora. Con una especial preocupación por la ecología y el cambio climático, un asunto al que dedicó nada menos que su primera encíclica, Laudato si, en 2015, (la anterior, Lumen fidei, de 2013, era en realidad una que había dejado a medias Benedicto XVI y él completó). Incidió aún más en su crítica en la siguiente, Hermanos todos (2020), que arremetía contra el neoliberalismo y el populismo. La cuarta y última, Nos amó (2024), fue la más teológica y espiritual, una llamada a actuar con el corazón, más allá de la lógica del dinero y de la frialdad de los algoritmos.

Si hay una palabra que resume la prioridad de su mandato es “periferia”, de quien está al margen de la sociedad, de la ciudad, de las fronteras, quien se halla lejos del poder. Se ve en sus viajes, 47 a 66 países, en los que casi siempre ha evitado las grandes potencias o países de fuerte tradición católica, como por ejemplo España, donde no ha ido nunca. Solo se planteó ir a Canarias, por la crisis de las llegadas de inmigrantes desde África. Su primer viaje, de hecho, ya definió su línea: fue a la isla italiana de Lampedusa, punto de llegada de migrantes. A ellos y a todos los hombres, creyentes y no creyentes, quiso dejar en su autobiografía, publicada en enero de 2025, un mensaje reducido a una palabra, el título del libro: esperanza.

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