Francisco, el papa que intentó ‘desmasculinizar’ la Iglesia e irritó a los más conservadores

En la última reunión de los obispos y los fieles católicos en el Sínodo del año pasado, la única cuestión que agitó las aguas, bastante tranquilas por lo demás, fue la del acceso de las mujeres a los ministerios sagrados. En sus dos milenios de historia, las decisiones en la Iglesia Católica las han tomado siempre hombres. La presencia de la mujer en las salas de mando resulta una cuestión muy divisoria, sobre la que sobrevuela incluso la amenaza de cisma.

Francisco se ha caracterizado por abrir caminos y tratar de normalizar el ascenso de las mujeres a los puestos de poder que marcarán la dirección que la institución tomará en los próximos años. Sin embargo, el lugar de las mujeres dentro de la Iglesia Católica se ha convertido en una de las cuestiones más complejas para interpretar su legado. Su apuesta por las mujeres, aunque objetivamente moderada, ha sido controvertida y lo ha convertido al mismo tiempo en un papa demasiado avanzado para unos y demasiado prudente para otros.

Tras su fallecimiento, cobran una relevancia particular, casi a modo de mensaje final, sus últimos pasos. En febrero, desde el hospital en el que estaba ingresado, nombró a la primera presidenta de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, la monja Raffaella Petrini, que podría definirse someramente como alcaldesa del Vaticano. Y cambió las leyes vaticanas para otorgarle mayores poderes y facilitarle la labor.

“La Iglesia es mujer”, comenzó a decir Francisco al poco tiempo de llegar a Roma. Y se propuso “desmasculinizar” la poderosa institución milenaria. “Uno de los grandes pecados que hemos cometido es masculinizar a la Iglesia”, reconoció en más de una ocasión.

Acompañó sus palabras con gestos que muchos aplaudieron, otros consideraron insuficientes, y bastantes miraban con recelo, como el nombramiento de mujeres en puestos de autoridad en los órganos de gobierno de la Iglesia Católica de un modo nunca visto en la institución. En el Vaticano, en la actualidad, hay muchas más mujeres que en papados anteriores, pero todavía están a años luz con respecto a los hombres. Los nombramientos más importantes llegaron hacia el final de su pontificado,

En enero de este año, Francisco nombró a la primera prefecta de la historia de la Santa Sede, un cargo comparable al de ministra en el mundo civil. Se trata de la monja italiana Simona Brambilla, que desde entonces está al frente del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, uno de los más importantes del Vaticano y que se encarga de las cuestiones relacionadas con la vida consagrada en el mundo.

Aunque la monja italiana ejerce su autoridad con el apoyo del cardenal español Ángel Fernández Artime, al que Francisco nombró pro prefecto. Aún no ha quedado claro cómo se dividen las responsabilidades entre ambos y hasta dónde podrá llegar realmente el liderazgo de la religiosa. “Francisco sabía que habría muchos jefes de dicasterios y muchos obispos, cardenales y un sector de la Iglesia que no querrían tratar directamente con Simona Brambilla por el hecho de ser una mujer. Y tuvo que colocar ese cargo de pro prefecto para que algunos sintieran que hablaban con un igual. Es tremendo que en la Iglesia pase eso, pero Francisco era consciente y antes de consentir una ruptura o un enfrentamiento, optó por esa fórmula, que refleja de una manera muy evidente la realidad de las mujeres en la institución”, valora la teóloga aragonesa Cristina Inogés, la única española con derecho a voto en el Sínodo de los obispos.

Francisco tuvo que afrontar duras resistencias dentro de la Iglesia, procedentes del ala más conservadora. Y recibió al mismo tiempo las críticas de quienes lo consideraron o bien un transgresor o bien demasiado poco arriesgado. También hay quien le afea el haber promovido una imagen paternalista y anticuada de las mujeres, con los estereotipos de la mujer como cuidadora, por ejemplo.

“Hay una sensación de miedo a que las mujeres nos desarrollemos plenamente con nuestras capacidades, dones y demás en la Iglesia. Las resistencias vienen, sobre todo, de personas que no han hablado nunca con mujeres, que lo único que consideran es que las mujeres necesitan un cierto cuidado paternalista y que, por lo tanto, no tenemos nada que aportar y nada que decir”, opina Cristina Inogés.

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