El Papa ha muerto. Nos queda Messi. El primero, digamos, era el ser más divino de los de carne y hueso. El segundo, el más humano de todos los divinos. Porque si Messi es mejor que Maradona y Maradona fue Dios en la tierra, ¿qué es el bueno de Lionel?
La respuesta no es sencilla, ni para creyentes ni para ateos. Y esto, que podría quedar entre argentinos, lo resolvió de alguna manera Kyle Walker, el lateral derecho inglés del AC Milan, hace unas semanas en el túnel de vestuarios de un partido contra el Nápoles. Disfrazado de sabio del fútbol, como si fuera uno de esos cardenales que han enfilado estos días la Plaza de San Pedro hacia la basílica del Vaticano y en tres palabras te resuelven la vida, Walker agarró de la pechera a un joven iluso que podría ser perfectamente un tierno monaguillo. El monaguillo, en este caso, era , uno de esos jugadores que en septiembre aspiran al Balón de Oro con un doblete esperanzador y en mayo no son más que la sombra de un sueño que nunca fue y nunca será. Así, tras una primera parte donde el habilidoso João intentó alguna gambeta mal ejecutada, el cardenal Walker le ordenó:
—Pásala. No somos Messi.
Si el cardenal Walker hubiera estado presente en esa conversación, habría respondido algo así: “La lejanía, hijo mío, es Leo Messi. El mar somos los demás”. Nadar al horizonte como intenta infructuosamente João Félix es el mal de muchos porque es como nadar, en cierto modo, a la utopía. La utopía de jugar a lo que no puedes, a lo que no debes. Messi solo hay uno: no intentes parecerte a él. Esto sucede con frecuencia en muchos ámbitos. Los hay que conocen su lugar en el mundo y luego están los que salen a buscarlo. En cualquier disciplina están los que aprenden el oficio y los que lo inventan. Estos últimos agarran las reglas del juego y terminan haciendo que salte todo por los aires. Los llaman genios.
Ancelotti afeó a Endrick que intentara marcar de vaselina cuando se quedó solo contra el portero del Getafe. “No puede hacer estas cosas”, declaró el italiano en rueda de prensa, “tiene que tirar lo más fuerte posible, esto no es un club de teatro”. “No somos Messi”, le faltó por decir. La culpa, sin embargo, no es de estos jóvenes adolescentes, ambiciosos y confiados, con ganas de demostrar al mundo que todo el ego que atesoran está más que justificado. El problema no es de los que se lanzan a nadar hacia la lejanía, los que son estrellas antes de haberlo demostrado. El problema es del que no explica a estos chicos cómo es que en realidad se conquista la gloria, cómo se llega a mover el horizonte un poco más allá de donde hasta ahora estaba para convertirse en maestro.
Hubo un día que Messi aún andaba por la orilla, un día en el que ni siquiera había empezado a nadar y ni en el más optimista de sus pensamientos se imaginó a sí mismo tan gigante. Ahora, ya en el horizonte, tan lejos del resto, debe pensar como García Márquez cuando le preguntaron si había planificado hasta dónde llegó. “¿Hasta dónde llegué? Imposible”, contestó. “Y, ¿cómo lo hiciste?”, le cuestionaron. “Ah… Muy fácil. Empujando, empujando, empujando”.
Pásala, João, pásala.
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Source: elpais.com