Las órdenes firmadas por Trump en este plazo superan las 99 de Franklin Delano Roosevelt, el presidente que con la hiperactividad del inicio de su mandato y con la referencia a los “100 días” en una intervención radiofónica en 1933 marcó el estándar por el que se mide la actuación de un presidente en el inicio de su mandato.
El republicano ha demostrado que no necesariamente quiere ni necesita al Congreso para intentar alcanzar sus objetivos. El presidente ha emitido casi 10 veces más decretos de este tipo que la suma de los cinco primeros presidentes y más que 15 presidentes juntos. Es el acto preferido por Trump, un ejercicio de poder en estado puro: lo que firma pasa a estar en vigor. El presidente usa un rotulador negro especial, un Sharpie de trazo grueso, para su característica rúbrica, que le gusta exhibir ante las cámaras tras cada firma.
En ocasiones, Trump ha convertido la aprobación de decretos en un espectáculo con invitados. Mujeres deportistas, mineros o estudiantes acudieron a la Casa Blanca para la firma, respectivamente, de los decretos contra la participación de personas trans en el deporte femenino; el impulso al carbón o el desmantelamiento del Departamento de Educación.
Quizá el acto más solemne de firma de una orden ejecutiva fue la del mal llamado “Día de la Liberación”, con los mal llamados aranceles recíprocos, quizá el mayor patinazo del presidente en sus 100 primeros días. Tras el caos provocado en los mercados, Trump tuvo que rectificar cuando los aranceles no llevaban ni 24 horas en vigor, en uno de los erráticos movimientos de su política comercial, a la que ha dedicado una decena de decretos que no dejan atisbar una estrategia coherente, sino más bien un caótico proceso de toma de decisiones.
Otras veces le acompañan en la firma el secretario de Comercio o el del Tesoro, o ciudadanos relacionados con el asunto de que se trate. En esos encuentros, a preguntas de los periodistas, Trump puede hablar de la guerra comercial, de la de Ucrania o de la de Gaza sin solución de continuidad, con frecuencia reiterando buena parte de los bulos que lanzaba durante la campaña electoral para justificar sus medidas.
Buena parte de las órdenes van dirigidas a poner coto a la inmigración irregular, otras a poner en marcha una reforma drástica de la Administración con despidos masivos y otras, en su deriva autoritaria, son represalias contra sus enemigos políticos. Muchas eliminan protecciones medioambientales en favor de las energías fósiles. Hay órdenes de enorme calado (como las de los aranceles o varias relacionadas con la inmigración, incluida la que pretende eliminar para hijos de inmigrantes sin papeles la adquisición de la nacionalidad por nacimiento en territorio estadounidense). En cambio, hay muchas que son meramente simbólicas, menores o vacías de contenido práctico. Así, mientras una orden ejecutiva detona una guerra comercial mundial, otra pretende que salga más agua por la ducha.
Source: elpais.com