“¡Vamos, Bibi, vamos!”. Un grupo de personas envueltas en banderas israelíes jaleaban el pasado domingo el paso de camiones militares en Sderot, en el sur de Israel, coreando el diminutivo de Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí que más tiempo ha permanecido en su cargo y que ahora lidera el Gobierno más derechista de la historia del país. Estaban allí para increpar a unos 300 manifestantes que, al otro lado de la carretera, forcejeaban con policías y militares para acercarse a la frontera con Gaza. Protestaban por la nueva invasión de la Franja desatada la víspera. La policía se lo impidió a empujones y detuvo a 10 de ellos.
Detras de esa valla a la que los pacifistas no pudieron acercarse, han muerto casi 17.000 niños. Más de 900 tenían menos de un año. Puede que otros 14.000 tampoco lleguen a adultos si, en los próximos 10 meses, según ha alertado Naciones Unidas, Israel no aumenta la magra ayuda —“una gota de agua en un océano de necesidad”, la ha definido la ONU— que Netanyahu ha autorizado esta semana para no perder el apoyo de Estados Unidos. Mientras, la aún relativa presión internacional está pasando de las tibias condenas a anuncios concretos como el de la revisión por parte de la Unión Europea de su acuerdo de asociación con Israel.
Más importante aún para los socios ultras de Netanyahu, que dan voz al movimiento radical de colonos israelíes, es apoderarse de Cisjordania, la Judea y Samaria bíblicas, que consideran el corazón de la tierra de Israel que creen prometida por Dios a los judíos.
La frontera de Gaza que Israel cerró a la entrada de comida, alimentos y medicinas el 2 de marzo —empujando a 2,1 millones de palestinos al borde de la hambruna— no está vetada para todos los civiles israelíes. En noviembre de 2024, Daniella Weiss, la líder de la organización radical de colonos Nachala (Herencia en hebreo) —una de las que construyen asentamientos judíos en la ocupada Cisjordania— se paseó entre las ruinas de Gaza en un coche del ejército israelí. Quería ojear terrenos para el retorno de las colonías que el Gobierno de Ariel Sharon ordenó desalojar en 2005.
Esas formaciones son minoritarias, pero “se han apoderado del Gobierno” porque “Netanyahu los necesitaba para recuperar el poder en 2022″ y ahora precisa de su apoyo para mantenerlo, asegura Mairav Zonszein, analista sénior para Israel del International Crisis Group.
Mientras el mundo mira cómo Israel arrasa lo que queda de Gaza, en lo que va de año el Gobierno israelí ha autorizado la construcción de 16.820 casas para colonos en Cisjordania, un récord absoluto, según la ONG israelí Peace Now.
Esas fuerzas abandonaron entonces los márgenes de la política israelí y empezaron a marcar el paso al Gobierno en cuestiones cruciales: primero, al impulsar en beneficio propio y de Netanyahu en 2023 la polémica reforma judicial que pretendía despojar al Tribunal Supremo de su última palabra respecto a la legalidad de las normas aprobadas en el Parlamento y que sacó a la calle a centenares de miles de israelíes. Después, al decidir el curso de la ofensiva israelí en Gaza con la que Israel respondió a los ataques de Hamás el 7 de octubre de 2023, en los que murieron casi 1.200 personas y 251 fueron secuestradas.
Hasta 2000, cuando se evidenció el fracaso del proceso de paz de Oslo con los palestinos, la izquierda y la derecha sionistas estaban igualadas con el 40% de apoyo. Ahora, los israelíes que se definen de derechas rondan el 62% y los de izquierdas, el 12%.
Esa radicalización tiene un fuerte sesgo generacional. Los jóvenes, que prácticamente no han conocido a otro primer ministro que Netanyahu, son mayoritariamente de derechas. El 73% de israelíes entre 15 y 24 años se define así, según una encuesta de enero del Instituto Israelí para la Democracia.
“Las políticas del Gobierno de Israel actual parecen ajustarse, hasta un punto sin precedentes, a los objetivos del movimiento de los colonos israelíes”, determinó un informe de la ONU sobre Cisjordania de febrero de 2024.
Dos días después, el primer ministro visitó una academia preparatoria para el ejército y prometió una “victoria total sobre Hamás”. El 2 de marzo, Netanyahu decretó el bloqueo total de la entrada de ayuda humanitaria en Gaza; el 18 de ese mes, rompió el alto el fuego con Hamás para no negociar el fin de la guerra y el 5 de mayo, anunció la operación militar para conquistar la Franja. Un Ben Gvir que había abandonado el Gobierno en enero cuando se firmó la pausa de los ataques israelíes, regresó al Ejecutivo cuando se reanudaron los bombardeos.
A Edo, que participó en la protesta contra la guerra de Sderot, le tiembla la voz. Este joven de 20 años no era un pacifista. Al principio creía que la ofensiva israelí en Gaza era “para defender a Israel”. Ya no lo piensa; cambió de idea cuando Netanyahu rompió la tregua con Hamás. Sus dos hermanos, de 24 y 26 años, son soldados y están en Gaza. “Pero no están ahí luchando por Israel, ni por los rehenes israelíes”, sostiene. “Sino para que Netanyahu siga en su cargo“.
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Source: elpais.com