Luis Enrique, el único hombre tranquilo en la final de Múnich

“Una de las claves del partido será controlar las emociones”, admitió Dembélé, después del último entrenamiento, visiblemente reflexivo y responsabilizado ante una avalancha que amenaza con agarrotarlo a él y a sus compañeros. “He soñado con jugar esta final desde muy niño”.

La ansiedad se transmite desde las calles, donde los hinchas franceses, optimistas por naturaleza, inclinados a la euforia, cuentan con ganar la primera Champions de la historia del club. Después de vencer al City, al Liverpool, al Aston Villa y al Arsenal con un despliegue abrumador de fútbol que tiene admirados a los aficionados de toda Europa, el último rival solo inspira confianza en la multitud. El Inter, amalgama de jugadores desechados por el mercado, inspira la máxima certeza entre los acólitos y los medios de comunicación franceses que no solo proclaman su favoritismo. Dan prácticamente por hecho que están a punto de culminar la búsqueda iniciada desde que el fondo soberano de Qatar compró el club en 2011 y no dejó de invertir cantidades récord para alcanzar un título que parecía inaccesible. Como dijo una persona de confianza de los cataríes: “Solo podemos perder”.

“Tenemos que estar tranquilos”, repite Luis Enrique a los jugadores, “se puede ganar o perder. No pasa nada. Nosotros solo tenemos que preocuparnos de jugar como lo hacemos siempre”. Las personas que conviven con el equipo a diario indican que el técnico insiste en las leyes básicas de una doctrina cuyo principio es la inyección de agresividad. Les dice a los futbolistas que no deben tener miedo a arriesgar pases interiores, que no duden cuando salten a presionar al hombre, que no teman perder la pelota porque entre todos lucharán para recuperarla, y que será inevitable que alguna vez el Inter salga a la contra de su presumible bloque bajo. Nada será más peligroso que entrar al campo angustiados y bajar el ritmo de pelota con tal de evitar las contras del Inter. Si lo hacen, avisa, la final se pondrá al 50%. En cambio, si juegan como jugaron contra el Arsenal o el Aston Villa, les asegura que de diez partidos contra el Inter ganarían siete.

“Luis ha trabajado el aspecto emocional para que sepamos llevar el partido a donde se muestran nuestros puntos fuertes”, dijo Marquinhos este viernes. “Esta semana [el técnico] ha hablado muchísimo con nosotros. Creo que estamos preparados para cualquier cosa”.

Después de dos años de observación, Al-Khelaifi está convencido de que si hay alguien capacitado para realizar el sueño su empresa es Luis Enrique. Lo comentan los responsables económicos del PSG. Si levantan la Copa de Europa lo harán del modo más valioso que existe: consagrando con el éxito una exhibición de juego que ha convertido a París, con todo su simbolismo de ciudad mágica, en una referencia del fútbol emocionante. No es lo mismo ganar que hacerlo despertando el interés de las audiencias globales y esto es lo más complicado. Se traduce en patrocinios, derechos de imagen multiplicados y riqueza. Así obra en los informes de los asesores de Al Khelaifi: el PSG ha eliminado de la competición al Arsenal, el Liverpool y el Aston Villa, los equipos que más garantías competitivas ofrecían, según las principales consultoras, desde Deloitte a KPN. Si además de alzar la Champions este verano conquistan el Mundial de Clubes, los dirigentes estiman que sumarán 500 millones de euros extra a la facturación hasta 2030 y por el camino superarán al Real Madrid como el club con más ingresos del planeta.

La gran paradoja es alcanzar la cima sin Ibrahimovic, ni Neymar, ni Mbappé, ni Messi, la constelación que produjo la visión fallida del emir, sino a través del juego dinámico de combinación que conducen unos centrocampistas que muy pocos vieron venir. Lo afirman desde la secretaría técnica del PSG: el futbolista más importante es Vitor Ferreira, Vitinha. El mismo que, tras eliminar al Arsenal, al oír que lo postulaban para ganar el Balón de Oro replicó: “¡Que se lo den a Dembélé!”.

El PSG se aferra a la doctrina del ataque masivo del imperturbable Luis Enrique y Luis Enrique se encomienda a Vitinha para que libere la tensión de una plantilla ansiosa por convertir a París, por fin, en capital mundial del fútbol de clubes.

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