Por delante, entonces, dos docenas de corredores en fuga. Solo uno resiste la llegada de los campeones, el australiano de Melbourne Chris Harper, de 30 años, líder del Jayco morado, y su veterana alma de aventurero desenfrenada desde las antípodas.
Es la batalla de tres campeones, de tres vidas muy diferentes también, tres mundos, dos épocas, que revisitan Le Finestre y allí interpretan su misión. Es la victoria de Simon Yates, tercero en la etapa, que este domingo se proclamará en Roma ganador del 108º Giro de Italia. En el podio, los dos grandes derrotados: segundo, Del Toro, a 3m 56s, que cede la maglia rosa que ha vestido 11 días; tercero, Richard Carapaz, a 4m 43s.
En Le Finestre –2.178 metros, 19 kilómetros al 9% continuo, 45 curvas de herradura retorcidas en la ladera, ocho kilómetros de grava, y después un mínimo descenso hasta 1.400 metros y ascensión tendida hasta los 2.000m de la estación de Sestriere— se habla de la huella de Savoldelli, de Landa, de Contador; de la huella de Chris Froome sobre todas, del inglés que parecía loco cuando atacó en 2018 para hundir al soberbio Simon Yates, y era una locura solitaria y controlada, calculada, cada hora un auxiliar con hidratos de carbono para alimentar su energía. Fue una revolución que Yates sufrió como nadie y Carapaz contempló a su pesar, cuarto clasificado de aquel Giro, perseguidor impotente de la ciencia del inglés. Del Toro tenía entonces 14 años, un chaval que pasaba el día con su mountain bike o jugando al fútbol, todavía ajeno a un mundo que le atraparía, y solo años después vio y revió mil veces la película de la locura épica de Froome, y lo entendió todo. Siete años después, la alimentación horaria es la norma. Ya no hay un puesto o dos de avituallamiento sólido con bolsas y una lata de cola para eructar, sino cinco puestos, uno cada 35-40 kilómetros, para recibir bidones y geles y gelatinas, más de 150 gramos de carbohidratos a la hora, más de 8.000 calorías de gasto que hay que energizar.
Del Toro, longilíneo espléndido, 1,80m, 64 kilos, es un nativo digital, un atleta de alto rendimiento en el deporte que más le pone; Carapaz, más chaparro, 1,70m, 62 kilos, tan potente o más; Yates, más ligero, 1,72m, 58 kilos, pero, siempre lo dicen en su equipo, se cayó en la marmita de pequeño y no conoce sus límites. Llega a la penúltima etapa como tercero en la general, a 1m 21s de Del Toro.
Yates se va, tanta gasolina como si se hubiera pasado el Giro ahorrándola, pues siempre ha corrido oculto, sin dar una pedalada de más. Un solo día. Un solo golpe. La eficiencia es la ciencia. No la épica. No la locura. El ataque del rival infravalorado. Olvidado. Invisible. A 32 de meta ya es maglia rosa virtual. 1m 40s de ventaja.
Del Toro ha tenido miedo de ganar a los 21 años. Quiere ser un chico normal. Carapaz no ha podido. “Él perdió el Giro. No ha sabido correr bien y ha ganado el más inteligente”, lamenta Carapaz, y los viejos recuerdan cómo se frenaron uno a otro Roglic y Nibali cuando el ecuatoriano, que ha escrito y sufrido la historia, les ganó el Giro del 19. Perdieron los dos. Perdió Latinoamérica orgullosa.
Yates ha ganado una Vuelta, la del 18, y había perdido dos Giros, el del 18 y el del 21 ante Egan. La perseverancia le ha premiado. Y la inteligencia.
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Source: elpais.com