Trump y Xi hablan por primera vez desde el inicio de la guerra arancelaria para suavizar las tensiones entre EE UU y China

“La conversación se centró casi enteramente en COMERCIO. No se abordó nada sobre Rusia/Ucrania, o Irán”, precisa Trump con las mayúsculas habituales en sus mensajes. Ambos líderes se invitaron mutuamente a visitar sus respectivos países, agrega: “Como presidentes de dos Grandes Naciones, esto es algo que ambos tenemos muchas ganas de hacer”.

Desde su regreso al poder, el presidente y la Casa Blanca habían anunciado en varias ocasiones una inminente conversación con el líder chino, y en ninguno de los casos esa llamada había llegado a materializarse.

En la reunión que los dos países mantuvieron en Ginebra el mes pasado, China dio su visto bueno a aprobar licencias para la venta de elementos de tierras raras a EE UU. Pero el proceso de aprobación puede tardar hasta 45 días, algo que ha impacientado a Washington.

Por su parte, el gigante asiático acusa al Gobierno del republicano de haber impuesto restricciones indebidas a piezas de motores de avión y a la venta de software especializado para el diseño de semiconductores, en un intento de impedir que China pueda hacerse con los chips más avanzados. También le reprocha la imposición de límites a la producción de semiconductores por parte del gigante chino Huawei. Además, EE UU anunció la semana pasada que pondría en marcha de manera “agresiva” restricciones a los visados de los estudiantes chinos en su territorio.

Los zarpazos arancelarios y las réplicas de China llevaron a una situación insólita en la que, golpe a golpe, ambos países fueron elevando el uno al otro los gravámenes hasta porcentajes estratosféricos. Washington llegó a decretar impuestos del 145% a las importaciones chinas, y Pekín respondió con tarifas del 125% a los productos americanos, cuantías que Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, llegó a comparar con un embargo de facto.

Los reproches mutuos amenazaban con hacer saltar por los aires la delicada entente a la que las dos principales potencias económicas del mundo habían llegado el mes pasado en Ginebra, cuando se reunieron las delegaciones encabezadas, del lado de EE UU, por el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y por el de Comercio, Howard Lutnick, y del lado de China, por el viceprimer ministro He Lifeng.

Cuando comenzó aquel encuentro, los aranceles de Estados Unidos sobre los productos chinos llegaban al 145%, y los de Pekín sobre los productos de su rival alcanzaban el 125%. Tras las conversaciones, los gravámenes quedaron temporalmente en un 30% en el caso de los productos chinos y de un 10% para los productos estadounidenses.

La conversación ha tardado, en parte, por la distinta forma de ver la diplomacia en China, nunca a golpe de tuit y construida de abajo hacia arriba, y no al revés.

Pekín ha denunciado cada subida arancelaria estadounidense ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) y ha respondido con una retórica contundente, pero siempre mediante portavoces o comunicados oficiales. “La práctica de Estados Unidos de aumentar los aranceles a China es un error sobre otro, que infringe gravemente los derechos e intereses legítimos de China y daña gravemente el sistema multilateral de comercio basado en normas”, ha dicho el Gobierno chino en varias ocasiones.

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