La serie de resultados electorales es elocuente. Estos grupos , la rozaron en Rumania, obtuvieron la segunda plaza en las legislativas de Portugal. Los sondeos señalan la fortísima pujanza de AfD en Alemania o, fuera de la UE, del partido Reform, de Nigel Farage, que se halla el primero en el Reino Unido. En Países Bajos, un envalentonado Geert Wilders ha decidido tumbar el Gobierno. Este lunes, en coincidencia con el aniversario de las ultimas elecciones europeas, una de las familias de la ultraderecha —los autodenominados Patriotas— ha convocado un acto en Francia en el que está previsto que participen la francesa Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán, el italiano Matteo Salvini, el español Santiago Abascal y Wilders entre otros.
Steven Forti, historiador italiano y también especializado en estas cuestiones, ve elementos estructurales que siguen sosteniendo el avance de las fuerzas de ultraderecha al margen de situaciones coyunturales.
El informe de Draghi considera que son necesarios unos 800.000 millones de euros más al año en inversiones para cumplir los objetivos. Las fuerzas ultraderechistas de los países prósperos serán sin duda un lastre a la hora de diseñar esquemas de financiación mancomunados.
Otras áreas igualmente importantes para la construcción de la autonomía estratégica —como la negociación para el nuevo marco presupuestarios plurianual o las políticas de ampliación de la UE— se topan con serias dificultades.
El potencial de obstrucción de las fuerzas ultraderechistas discurre por dos planos esenciales. Uno es el institucional, gracias al poder del que disponen liderando —como en Italia o Hungría— o siendo parte de gobiernos europeos. Esto ofrece la posibilidad de bloqueo esgrimiendo vetos donde se requiere la unanimidad o conformando minorías de freno donde se requieren mayorías cualificadas.
El otro plano es el de la influencia política que ejercen, condicionando las posiciones de otros partidos, especialmente de la derecha tradicional. En muchas áreas, esta, temerosa de verse sobrepasada, desplaza sus postulados en dirección del ideario ultraderechista. Además, en algunos casos, la familia popular en el Parlamento Europeo parece dispuesta a quebrar la mayoría europeísta tradicional para converger en ciertos asuntos con amplias partes de la nutrida representación ultraderechista en la Eurocámara.
López Ortega señala que el efecto Trump es ambivalente. Por un lado, tiene un valor normalizador. Por el otro, si se materializaran consecuencias de su acción negativas para Europa, sería más difícil para los partidos ultra distanciarse y podría haber un estímulo de movilización europeísta.
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Source: elpais.com