Baila un murciano (también marciano) al son del Emmenez-moi de Charles Aznavour, coronado por quinta vez en un grande, de nuevo en París, donde todo el público de la Chatrier se lleva las manos a la cabeza y el deporte mundial descubre otra mente excepcional. “¡Sí-se-puede!”, le jalea toda su pandilla desde el palco. Y ahí que resurge como un torbellino Carlos Alcaraz, rebozado de barro, grandioso. E histórico esto. Se baten hasta el extremo dos colosos y el número uno inclina finalmente la rodilla. Prodigiosa esta remontada contra Jannik Sinner en una final para guardar, para enmarcar, loca, emocionante. De esas que hacen afición: 4-6, 6-7(4), 6-4, 7-6(3) y 7-6(2), tras 5h 29m. Tranquilo todo el mundo: el tenis está en inmejorables manos.
Se decide a la foto-finish, tras un toma y daca fabuloso y tramposo, lleno de curvas, vibrante, eléctrico. Sin igual. Es el epílogo más largo visto en el Bois de Boulogne, absortos los presentes por los giros y la superlativa calidad de dos competidores llamados a hacer disfrutar a raudales, elevándose rápido hacia otra dimensión. Tanto monta, monta tanto. De cualquier lado podía haber caído y cualquiera lo hubiera merecido. Lo acariciaba Sinner con las manos, pero contra la oscuridad y esa máquina que pega y pega, ha terminado imponiendo Alcaraz la fe. Les sobra tenis a los dos. Y prevalece otra vez la mente del español, victorioso en los cinco últimos cruces. Sobredosis de épica para este, 8-4 a su favor en el total.
Salvaje ese drive de Alcaraz, que al séptimo intento se hace con la suya pese a que el italiano reaccione ante la adversidad creciente disparando el nivel. Son ellos, Les Magnifiques, los diferentes. Los fenómenos. De otra pasta. Por eso, al empellón responde el número uno también a su manera, aquí no hay dolor, aquí se pelea, aquí se levanta uno, ocurra lo que ocurra. ¿Qué mente o qué chasis claudicará primero? ¿Resistirán? Esa es la cuestión. Hace fresquito y sopla el viento; no excesivo, pero sí lo justo como para incomodar y condicionar la trayectoria de la pelota, traicionera todo el rato, obligados a rectificar en las maniobras.
Hay polvillo rojo en el ambiente y ahí abajo, donde se sufre, revolotean entre las ráfagas algunas briznas de tierra más gruesas, con tan mala suerte de que una de ellas se introduce en el ojo derecho de Alcaraz. ¡Maldita traidora! Crece la molestia. Continúa batallando, pero al final tiene que parar. Lo siento, Jannik. Tranquilidad, Carlos. Pero de tranquilo nada, porque coincide el lapso con la bofetada: ¡Pum! Así suena el tenis crujiente de Sinner, ese cordaje castigador, una locomotora que sigue, sigue y sigue, maravillosa la cadencia. Sube él, y mengua Alcaraz. Encaja este otra rotura y se inclina malamente la final. Ahí enfrente hay un androide que pelotea en trance.
E intenta este reanimarse, seguid, arropadme, insufladme fuelle como sea. Venid a mí, queridos franceses. Este pelirrojo de las montañas es un verdadero martirio. Y entonces siente el italiano en sus carnes toda la crudeza de lo que significa tener en contra (o a favor del contrario) a la central de París, históricamente devoradora. Si te atrapa, rara vez suele aflojar ese ejército de mandíbulas: ¿A cuántos y cuántas se llevó por delante? Larguísimo el listado de esqueletos. Rebota el nombre del español por las cuatro paredes de la pista, pero la luz sigue apagada. No termina de elegir bien y falla también en la dejada. Sintomático. Esa última no plantea un reto, sino una huida.
No hay piernas ni defensa que neutralicen eso, ni siquiera las de alguien con tanta cilindrada. Se gira el español hacia los suyos y lamenta: ¡A la línea, de línea en línea! ¡Y así todo el rato! ¿Acaso no lo veis? Feo, feo. Harto complicado. Nunca ha levantado un 2-0, los ocho precedentes le empujan hacia el abismo. Y esto es noticia: no le sale una sola dejada. Encaja además en el tercero un break de entrada y amenaza esa bola para el 2-0; de confirmarse, sería una situación prácticamente terminal. Entonces suena el We Will Rock You de Queen y, a falta de inspiración, bien vale la receta de toda la vida. La opción casera, siempre la mejor. Muy básico, muy efectivo: sencillamente, bolas dentro y escudo. Endurecerlo. Y que arriesgue el otro.
Denostado, el pasabolismo puede convertirse muchas veces y en función del momento en la solución más inteligente. En este caso, la sencillez va perturbándole a Sinner, quien cede, reacciona y se enmienda, pero que vuelve a dejarle espacio. Entrar. Crasísimo error. Sorprende el patinazo, le cuesta el set. Y se clava Alcaraz sobre la arena e invoca durante cinco segundos, retador. Dedo a la oreja. Se CristianoRonaldiza. Seguramente el gesto no le haya hecho ninguna gracia a Sinner, que adivina peligro e intenta por todos los medios que no se invierta la curva emocional: ahí hay un tipo creciéndose, agigantándose, ha salido el español del agujero. Y por ahí se le puede escapar. ¿Viene un tsunami? Así es. O se envalentona, o está perdido.
No le conviene de ningún modo, dicen los registros, que se estire el pulso porque nunca ha salido victorioso de ninguno que rebasase las cuatro horas. Bien lo sabe, pero al perdón (con mayúsculas) le sucede un castigo monumental. Directo al callejón sin salida. Sirve y dispone de tres puntos de partido, pero él, magnífico sacador, no atina y se le viene encima una irrefrenable marabunta de fantasmas. Quién sabe, es joven, tiene 23 años; pero quizá ese 5-3 y 0-40 le persiga siempre. Alcaraz, vuelta a la vida, tira ahora dejadas majestuosas, lo devuelve todo (hasta cayéndose), hace diminuta la pista y le fríe el ánimo. Le saca de sus casillas. Un bocado y otro y otro y otro. Así, hasta el final.
Lo hace el de El Palmar a su manera, tradicionalmente a lo grande. Y, por ahora, no funciona nada mal la fórmula.
El murciano juega tan bien en tierra (11) como en dura (6) como hierba (20). “Se mueve como un ovni. No juega a la defensiva ni siquiera cuando está en un ángulo de la pista. Tiene todas las cualidades del Big Three [Djokovic, Nadal y Fededer], quizá incluso alguna más”, defiende Andre Agassi.
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Source: elpais.com