A tres días de arrancar el millonario Mundial de Clubes que la FIFA organiza por primera vez con una docena de clubes de la plana mayor del fútbol europeo, seis sudamericanos también de alta alcurnia y con algunos de los equipos más notables del resto de confederaciones, la constancia del rotor de los helicópteros y el espasmódico titilar y sonar de las sirenas policiales ambienta la concentración del Atlético de Madrid en el hotel Conrad, anclado en el centro financiero de Los Ángeles. El primer aviso del segundo día del toque de queda que entra en vigor desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana irrumpe en los dispositivos móviles a las 19:12 minutos.
El avispero aéreo y el que se ha manifestado en las calles se suma ahora a las dificultades que tuvieron que superar la FIFA y su presidente Gianni Infantino para sacar adelante el proyecto de un torneo impulsado por los vectores de la atracción competitiva y los 1.000 millones de dólares que distribuye por participar y en premios, con los entre 120 y 140 millones de euros para el ganador como cifra estelar. Este Mundial de Clubes que aspira a asentarse como la competición de clubes planetaria más trascendente, convive en Los Ángeles con el estallido de uno de los grandes retos de la sociedad mundial como es la inmigración.
El miércoles ha sido el día más tranquilo desde que comenzaron las algaradas el pasado fin de semana. Sin embargo, el toque de queda permanece y los focos de los helicópteros reflejando en las cristaleras del rascacielos de Deloitte que en la noche del martes evocaban a secuencias de Blade Runner o el empoderamiento con el que parecen rugir las Harleys en las avenidas se han colado en el día a día de una competición que Infantino tenía proyectada como una de las grandes banderas de su mandato desde que accedió a la presidencia de la FIFA en abril de 2016. El propósito del dirigente ítalo-suizo era aumentar la presencia y los ingresos del organismo rector del fútbol mundial, ceñidos hasta ahora a la disputa de la Copa del Mundo de selecciones cada cuatro años.
Con la vitola de convertir los torneos bajo su supervisión en máquinas de hacer dinero, Infantino es consciente de que la Champions que ideó también ha generado grandes diferencias entre los clubes que participan con asiduidad en la gran competición europea y los que se han descolgado de ese primer vagón económico. Por ello, en su mandato en la FIFA ha elevado las cantidades destinadas a la redistribución de la riqueza generada por la Copa del Mundo y ahora la de este Mundial de Clubes a las confederaciones internacionales y a las federaciones nacionales.
Infantino, por su parte, encontró desde el primer momento el apoyo de Florentino Pérez. Este se fue a la ventanilla de la FIFA tras recular Ceferin en seguir la hoja de ruta de que marcaba el presidente del Real Madrid para instaurar un modelo de Champions más cerrado con el apoyo de los clubes de la Asociación Europea de Clubes (ECA) que luego se sumaron y renunciaron a la Superliga, principalmente por las revueltas callejeras en Inglaterra ante la ausencia del mérito deportivo para acceder a ella en el primer proyecto presentado. Infantino ejerció de padrino, en la misma sede de la FIFA en Zúrich, de la creación de la Asociación Mundial de Clubes. Por entonces, ya cobró mucha fuerza la idea del torneo que da comienzo el sábado en Miami.
La oposición de la UEFA obligó a Infantino a poner encima de la mesa la posibilidad de que la disputa de la Copa del Mundo fuera cada dos años. El órdago fue un farol, pero el mandamás ítalo-suizo hizo saber que podía tener cartas para jugarlo y ganarlo. Encargó encuestas sobre la aceptación de ese nuevo periodo bienal para la disputa del Mundial de selecciones, puso como cabeza visible para ejecutar el proyecto a Arsène Wenger y aireó la certeza de que podía sacar adelante una hipotética votación en un Congreso de la FIFA.
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Source: elpais.com