Guerra de nervios frente a los escombros de Tel Aviv tras el contraataque con misiles de Irán

Israel eleva el tono de sus amenazas y amplía la ofensiva contra Irán puesta en marcha en la madrugada del pasado viernes. A los objetivos militares y nucleares ha añadido este sábado una refinería de gas en el golfo Pérsico, que ha sido bombardeada. Hablan de “daños significativos” en las plantas de enriquecimiento de uranio de Natanz e Ishafan, esenciales para el programa atómico. Además, el ejército israelí ha asesinado a tres científicos nucleares y varios mandos militares y de la Guardia Revolucionaria, a cuyos líderes ya mató la víspera. Hasta una veintena engrosarían ya la lista de eliminados, según el ejército israelí. Fuentes oficiales de Irán afirman que uno de los ataques en su capital ha dejado 60 muertos, 20 de ellos menores. Otras fuentes iraníes elevan hasta 78 el total de víctimas mortales por los bombardeos.

Todos los movimientos en la región indican que la tensión y la violencia van en aumento. En las calles de ciudades israelíes como Tel Aviv se percibe cierto estado de nervios. Nadie sabe qué dimensión alcanzará el enfrentamiento con el régimen iraní.

Teherán parece más centrado en la guerra que avanzar en el acuerdo con Washington, y ha cumplido su promesa lanzando un órdago. Ha contraatacado en un intento por demostrar que sigue teniendo capacidad ofensiva. El ayatolá Jameneí ha afirmado que Irán va a actuar “con fuerza frente al pérfido, infame y terrorista ente sionista”. “Que no piensen que ya atacaron y se acabó”, ha añadido el líder supremo iraní.

Hay, por el momento, tres muertos —todos civiles que estaban fuera de refugios— y unos 70 heridos. Siete de ellos son soldados, aunque no ha trascendido si alguno de los objetivos alcanzados ha sido infraestructura miliar. Durante el sábado, además, han sido interceptados en el norte y el este de Israel drones lanzados desde Irán.

En una medida inédita en la presente fase del conflicto, el país se mantiene en estado de alerta, se han suspendido las sesiones no esenciales en el Parlamento, el aeropuerto de Ben Gurion sigue cerrado y las autoridades calculan que llevará semanas que los ciudadanos que se encuentran fuera puedan regresar.

El Organismo Internacional de Energía Atómica de la ONU (IAEA, por sus siglas en inglés) ha confirmado que cuatro edificios del complejo nuclear de Isfahán (Irán) han resultado dañados, pero no se espera un aumento en la radiación.

Gaza, donde decenas de palestinos siguen muriendo cada día por los ataques de las tropas de ocupación israelíes y donde permanece medio centenar de rehenes en manos de Hamás, muchos ya muertos, ha pasado a un segundo plano en estas últimas horas. Dos misiles han sido lanzados desde la Franja este sábado y han caído en zonas despobladas de Israel.

Los impactos de los misiles iraníes se sucedieron en el centro de Tel Aviv y en algunos suburbios de su cinturón metropolitano en la madrugada del viernes al sábado. En Rishon Letzion, una decena de casas de dos plantas de una zona residencial sucumbieron. Los cuerpos de dos de las tres víctimas mortales israelíes fueron recuperados en este lugar. Varios vecinos aseguraban que los fallecidos no llegaron a tiempo a la habitación de seguridad que las viviendas construidas en las últimas décadas disponen por ley.

Pronunciada esta frase estalla una agria discusión entre dos hombres. El nombre del primer ministro, Benjamín Netanyahu, sale de sus bocas varias veces. Han de apartarlos antes de que lleguen a las manos. A escasa distancia, sentada en un banco, Avia, de 30 años, no entiende que estén discutiendo cuando ella lo ha perdido todo. Su casa presenta daños irreparables. Ella y su hermana, Ila, de 37, solo han rescatado una maleta, pero está vacía. “Me dan igual Irán e Israel. Quiero mis cosas”, dice Ila al ser preguntada por el conflicto.

En ese momento, la realidad les recuerda que están en guerra y suenan de nuevo las alarmas, que alertan de un posible ataque. Algunos corren hacia refugios o a lugares que consideran más seguros. Otros se lo toman con más calma mientras un agente, desde un vehículo de policía, pide desalojar la zona. A los pocos minutos, la amenaza queda aplacada, pero no la incertidumbre en torno a cuándo saltarán de nuevo las sirenas.

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.