Hay veces en los que la lotería que separa la vida y la muerte le pasa a uno rozando. Cuentan en el barrio que Ehab, un hombre en la cuarentena, no sabe bien qué habría preferido, de qué lado habría querido quedarse. A última hora del sábado, estaba introduciendo la llave en la puerta de su casa cuando se produjo el descomunal estruendo. Todo tembló, y el edificio de dos plantas que acoge la vivienda de Ehab y de su hermano en la localidad de Tamra (norte de Israel) quedó casi en ruinas. Un misil lanzado desde Irán acababa de impactar de lleno.
Israel e Irán llevan tres días intercambiando ataques desde que el Estado judío lanzó el viernes una ofensiva nunca vista contra el que considera su mayor enemigo. Los proyectiles iraníes han matado en las últimas horas a 10 personas —incluidas las cuatro de Tamra—; en estos tres días, 13 fallecidos en Israel, mientras que los muertos en la República Islámica ascendían, hasta el sábado, a 120, según medios iraníes que citan fuentes gubernamentales.
Yasmín Marisat, una doctora de 28 años, fue de los primeros en llegar al lugar del impacto, algo después de las once de la noche. Lo que encontró fue una “escena apocalíptica y catastrófica”, describe 14 horas después todavía sobre el terreno luciendo su casco naranja, con la mochila a la espalda y su uniforme de emergencia. Cuenta que muchos de las personas a las que atendieron no sufrían más que ataques de pánico, pero que el total de heridos es de una veintena.
Toda actividad se congela en la calle del siniestro en torno a las cuatro de la tarde. Saltan en los móviles las alarmas ante otro posible ataque. La policía presente en el lugar reclama a todos que busquen refugio. Una veintena de personas coincide en el miklat de uno de los chalés golpeados por la explosión pero que se mantiene en pie. Uno de ellos es el padre Simón, un cura cristiano llegado desde la región de Galilea, a expresar su solidaridad con las víctimas. “Dios es la verdadera luz”, afirma entre las apreturas del refugio a oscuras antes de que, pasado el peligro, abandone la vivienda y, afable, siga repartiendo bendiciones a su paso.
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
Source: elpais.com