Un hombre de 75 años que estaba al aire libre en Córdoba. Otro de 67, en Plasencia. Una empleada de limpieza de 51 años tras un día de trabajo en Barcelona. Son algunas de las personas que han fallecido por golpes de calor este verano, seis en junio, según han notificado las comunidades autónomas. Pero esta supone una ínfima minoría de la mortalidad que provocan las altas temperaturas, que cada verano matan a miles de personas en España de una forma no tan fulminante. En el junio más caluroso desde que hay registros fueron más de 400, según estimaciones del Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria (MoMo), datos muy por debajo de otros cálculos.
La cifra hay que tomarla con cautela. Se trata de un cálculo estadístico que resulta de cruzar datos de mortalidad, determinados umbrales de temperaturas que se consideran peligrosos y compararlas con lo que sucedió otros años. No es un recuento de fallecidos por el calor, algo prácticamente imposible, ya que son por lo general muertes de personas muy frágiles ―mayoritariamente ancianos― que desencadenan fallos orgánicos, que es lo que finalmente aparece en sus partes de defunción. La aplicación Mace, que usa los mismos datos, pero tiene otra metodología para calcular las muertes por calor, las elevaba en junio a 4.128.
Un artículo publicado el año pasado en Environmental Health Perspectives indagó en las principales causas de ingresos hospitalarios por calor en España. Se sitúan a la cabeza los trastornos metabólicos y relacionados con la obesidad (una subida del 97,8% en los ingresos). Le siguen la insuficiencia renal (77,7%), la infección del tracto urinario (74,6%), la sepsis (54,3%), la urolitiasis o cálculos renales (49%) y la intoxicación por fármacos y otras sustancias no medicinales (47%).
Los niños muy pequeños, que tampoco tienen desarrollada la regulación de la sed, tienen también más riesgo, aunque en términos absolutos las muertes u hospitalizaciones por calor no sean tan altas como en otras franjas de edad más avanzadas.
Detrás de las muertes por calor suele haber enfermedades subyacentes. Afectan con más frecuencia a personas que consumen determinados medicamentos: los diuréticos pueden producir alteraciones en la hidratación, los antiinflamatorios no esteroideos (como el ibuprofeno), los inhibidores ECA (que se utilizan para tratar patología cardiaca) y algunos medicamentos para la tensión pueden provocar deterioro de la función renal; los neurolépticos, algunos antidepresivos y los opioides alteran la termorregulación central; los antidepresivos tricíclicos, los antihistamínicos de primera generación, y los antiespasmódicos limitan la sudoración; los diuréticos y los beta-bloqueantes aumentan el gasto cardíaco. Y los hipotensores y sedantes pueden inducir hipoperfusión y disminuir la capacidad para defenderse del calor.
Los golpes de calor son, en cualquier caso, muy infrecuentes. Las comunidades notificaron el año pasado 17 al Ministerio de Sanidad, y 24 en 2023. Mientras, el MoMo arrojó unas cifras de mortalidad relacionada con las temperaturas en verano de 2.012 y 3.007 respectivamente. Además, tanto estas estadísticas como los más de 400 fallecidos de junio se quedan muy probablemente cortas. En los últimos veranos, estudios que tenían en cuenta más variables han elevado por mucho las cifras de mortalidad que estima el MoMo.
Según este cálculo, España fue el cuarto país europeo con mayor carga de mortalidad relativa a causa del calor, con 175 decesos por 100.000 habitantes. El podio lo integran Grecia (393), Bulgaria (229) e Italia (209).
El número de muertes por calor y los problemas de salud que causan no solo dependen de las altas temperaturas, sino también cómo se ha adaptado la población a ellas. Hicham Achebak, investigador del instituto de salud ISGlobal, ha estudiado a fondo estas variables, y asegura que a pesar de que los veranos son ahora más tórridos que en los años ochenta, la probabilidad de morir no aumenta sustancialmente. “En España se ha producido una adaptación muy clara y la vulnerabilidad es ahora menor que entonces”, afirma.
La adaptación tiene que ver con el desarrollo socioeconómico: hay mejoras en el sistema sanitario, aumenta el nivel de renta, las personas tienen más acceso a aire acondicionado. Este es el factor fundamental: un estudio del investigador asegura que ha reducido en un tercio las muertes por altas temperaturas. No en vano, el porcentaje de hogares con aire acondicionado en España ha pasado en los últimos 40 años del 5% a alrededor del 35%, según los datos del INE.
Sin esta adaptación, “la mortalidad se habría disparado”, en palabras de Achebak. “Si el nivel de vulnerabilidad fuera ahora como en los años ochenta, moriría mucha más gentes y los hospitales estarían mucho más saturados. Es como la covid antes y después de la vacuna”, ejemplifica.
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Source: elpais.com