Las angustiosas consecuencias de que las comunidades no den todas el mismo día las listas de admitidos en sus universidades

Si todos los jóvenes en España supiesen el mismo día a qué grado han entrado, el berenjenal que supone la adjudicación de plazas sería más llevadera para los rectorados, que tienen que cuadrar el número de alumnos con un algoritmo, y para los estudiantes que se postulan en universidades de distintas comunidades ―cada una con su registro― porque quieren entrar en una carrera muy demandada, como Medicina u Odontología. Al día siguiente el alumno podría decantarse por un destino y renunciar al resto, poniéndose en marcha la maquinaria de remplazo en esa plaza. ¿Por qué no se coordinan? Este año hay nueve fechas distintas, lo que supone pasar días de gran inquietud a los aspirantes a la plaza y sus familias. Los decanos de Medicina proponen incluso que solo haya un registro para toda España.

Doce días que suponen un quebradero de cabeza para quien busca plaza de un grado muy demandado. Por ejemplo, un navarro que duda si entrará en Medicina en Pamplona (primeras adjudicaciones el 15 de julio), se postula y consigue entrar en Murcia (7 de julio) y Castilla-La Mancha (10). Las plazas en las residencias vuelan así que, ante la duda, paga la reserva de una plaza en uno y quién sabe si recuperará ese dinero. Pero el 12 de julio ese candidato logra entrar en la Universidad del País Vasco, más cerca de casa, y renuncia a vivir en Murcia y Albacete, dejando libres esas plazas.

En algunas residencias devuelven el dinero —no tardarán en ocupar la habitación—, pero en otras no. Y en ese caso hay quien opta por buscar a otro estudiante y revenderle la plaza en ese alojamiento que puede llegar a costar 1.500 euros al mes.

El baile de plazas en carreras de ciencias de salud es de tal magnitud que las universidades llegan a aceptar el doble de alumnos de las plazas que tienen, conscientes de que la mitad terminarán matriculados en otra universidad que les conviene más. Emplean un algoritmo, que tiene en cuenta el comportamiento de los estudiantes del curso anterior, para calcular a cuantos preinscritos aceptan. Si se quedan cortos, hacen un segundo llamamiento, y si se quedan largos tienen que asumir a esos jóvenes. Cada vez se atina más, pero no siempre.

“Este año en la primera adjudicación la nota de corte es de 13,387 [el último alumno que ingresa tiene esa puntuación], ha bajado, porque el último del año pasado fue de 13,450. Pero vamos, no es ni una décima”, señala Luis Capitán, decano de Medicina en la Universidad de Sevilla. Él, cirujano, se presentó a la segunda convocatoria del MIR y cree que ese modelo debería aplicarse también en las pruebas de acceso.

“Deberíamos convertirlo en un escalón similar, una prueba similar nacional, en la que pese poco lo que traen de sus colegios o institutos y que lo que pese a la prueba. Que esta coloque a cada uno en su sitio. Porque eso va a eliminar la subjetividad de los precedentes de las notas en los centros”, remarca Capitán. Su posición es compartida por la conferencia de decanos de Medicina. Pero diseñar esa prueba sería complicado con 17 temarios distintos.

“El estrés que se origina con este sistema es tremendo. Lo vivimos muy cerca con los estudiantes y sus familias; porque hay personas que tienen que abonar dos colegios mayores o dos pisos, y muchos te piden tres meses de fianza y no sabes dónde van a terminar”, denuncia Capitán. “El sistema en sí mismo genera inseguridad y cierta injusticia. Sí. No todo el mundo puede costearse eso”.

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